La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Rafael Poch de Feliu
Irán, la violencia y los silencios
Si el término “terrorismo” significa algo en el mundo de hoy, la continuada agresión de Estados Unidos y su socio israelí contra Irán es precisamente eso.
En la legislación alemana existe una ley (Antiterror-Dateigesetz) que regula el criterio para incluir a una persona en el fichero de terroristas. Su artículo 2 define como idóneas para tal inclusión a las “personas que utilizan ilegalmente la violencia como medio para imponer internacionalmente cuestiones políticas o religiosas”. Con ese criterio, no hay duda de que en un mundo regido por el sentido común los presidentes de Estados Unidos y algunos jefes de gobierno europeos deberían encabezar esa serie. Si el término “terrorismo” significa algo en el mundo de hoy, la continuada agresión de Estados Unidos y su socio israelí contra Irán —con la entre impotente y gallinácea aquiescencia de la Unión Europea— es precisamente eso.
La lista de científicos y responsables iraníes vinculados al programa nuclear de Teherán que han sido asesinados es aproximada. Según Haaretz cinco de ellos fueron víctimas entre 2010 y 2012. Según William Tobey, ex alto funcionario de la administración presidencial de Estados Unidos y autor de un artículo remarcable por su cinismo en The Bulletin, los muertos desde 2007 han sido cinco, aunque las noticias sobre esos asesinatos sean, “turbias, incompletas y algunas veces inexactas”, dice.
Esos atentados mortales, así como los ataques con virus informáticos contra las instalaciones nucleares de Irán en Natanz y Busheer, acompañaron las mismas negociaciones del malogrado acuerdo nuclear con Irán de 2015, del que Estados Unidos se retiró unilateralmente cuando sus preceptos estaban siendo escrupulosamente observados por Irán. Pero aquella criminal circunstancia no alteró entonces la posición negociadora de Teherán.
Ahora, este año 2020 que comenzó con el asesinato del General iraní Gasem Soleimani, y continuó con diversos atentados y sabotajes en diversas industrias fundamentales del país, se ha cerrado, el 27 de noviembre, con el asesinato del físico nuclear Mojsen Fajrizadeh. Una vez más los iraníes han mostrado sangre fría. Si el propósito de anteriores atentados fue impedir el acuerdo nuclear de 2015, el perpetrado contra Fajrizadeh busca complicar cualquier hipotético regreso de Estados Unidos a la negociación. El Presidente Rohani quiere impedir una escalada de tensión en la región antes de la investidura de Biden del 20 de enero. Atribuido al Mossad, el atentado ha sido el intento de Israel para utilizar las últimas semanas de la presidencia de Trump para impedir el regreso al acuerdo nuclear. ”En esa trampa no vamos a caer de ninguna de las maneras”, ha dicho el portavoz gubernamental, Ali Rabiei.
El regreso al acuerdo de Viena de 2015 es imperativo para acabar con el régimen de sanciones que asfixian a la economía y a la sociedad de Irán e impide el dinámico despegue del país apuntado en 2016 cuando la breve vigencia del acuerdo ocasionó un crecimiento del 16%. Hoy Irán sufre la peor crisis económica de su historia con la exportación de petróleo reducida en un 88% (de 2,5 millones de barriles diarios a menos de 300.000), su moneda perdiendo el 80% de su valor (2019) y la masiva retirada de empresas extranjeras como consecuencia del chantaje de la extraterritorialidad de la ley americana que impide cualquier transacción bancaria.
En Estados Unidos se presiona al timorato Biden para que incluya en la futura renegociación nuclear otras cuestiones como una retirada de Irán de los escenarios de Siria, Líbano o Irak, propósito que no parece tener gran futuro, pero hay otras vías para complicar ese regreso al acuerdo antes de que Trump se vaya.
Una flota iraní de diez petroleros zarpó la semana pasada de Irán rumbo a Venezuela. La industria petrolera venezolana está descoyuntada por el bloqueo, las sanciones y las tensiones internas, por lo que se presenta una nueva ocasión para la piratería. En agosto Estados Unidos ya apresó cuatro petroleros iraníes en el Caribe y vendió su carga, violando toda ley marítima. Cuando los propietarios cuestionaron judicialmente la medida, Estados Unidos sancionó a dos de ellos. Desde agosto los petroleros iraníes han continuado llegando a Venezuela desconectando sus dispositivos de telecomunicaciones para dificultar su identificación, pero cada uno de esos convoyes es una oportunidad abierta al conflicto. Sobre todo porque, por lo menos hasta el 20 de enero, la dirección de los asuntos referidos a Irán y Venezuela seguirá estando en manos de reputados criminales como Elliot Abrams, patrocinador de los escuadrones de la muerte en los años de la matanza de 200.000 personas en América Central (1% de la población de los siete países de la región), a cargo de los regímenes patrocinados por Estados Unidos, con sus disidentes mutilados o desaparecidos como práctica corriente. Brams, un mentiroso convicto en el caso Irán-Contra de aquellos años ochenta, afirma estos días sin la más mínima prueba que Irán está enviando misiles a Venezuela.
Pero lo más significativo es que este último episodio de sanciones y extrema presión terrorista del viejo conflicto de Washington con Teherán, es consecuencia directa de los dos grandes desbarajustes bélicos de Estados Unidos. Como recuerda Vijay Prashad en un libro sin desperdicio recién editado (Balas de Washington, Edicions Bellaterra), entre 2001 y 2003 Estados Unidos libró dos guerras contra adversarios de Irán: los talibán en Afganistán al este y Saddam Hussein en Irak, al oeste. Aquellas fueron dos guerras estadounidenses ganadas por Irán, porque su resultado fue fortalecer la posición de ese país en la región. Cuando en Washington se dieron cuenta procuraron acorralar de nuevo a Irán en sus fronteras. Para ello hicieron tres cosas: intentaron destruir a Hezbollah con el ataque israelí al Líbano de 2006, apretaron las sanciones contra Siria en 2005 y potenciaron una guerra allí en 2011, y fabricaron una crisis a propósito del programa nuclear de Irán a partir de 2006. Ninguna de las tres acciones funcionó y entonces, en 2015 aceptaron el acuerdo nuclear de Viena. Pero Trump lo rechazó en 2018, abriendo la actual “máxima presión” con sanciones, asesinatos, bloqueos y sabotajes.
En esta última etapa, Trump llegó a escribir, el 25 de junio de 2019, que Estados Unidos atacaría a Irán, “con una fuerza enorme y abrumadora, en algunas áreas abrumadora significará aniquilación”, especificó sin que la Unión Europea se despeinara. Como observó el año pasado Seyed Mohammad, decano de la facultad de estudios mundiales de la Universidad de Teherán, “cuando Trump amenaza a Irán con la destrucción, ningún líder occidental, ningún miembro del Parlamento Europeo, ninguna figura europea de primer nivel está dispuesta a criticar, y menos aún a condenar a Trump. Sus amenazas de un holocausto nuclear han sido recibidas con silencio”. ¿Cuándo figurarán estos mayores criminales en los ficheros de terrorismo?
[Fuente: Ctxt]
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