La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan Torres López
Europa salva los muebles... de momento
Después de la situación tan tensa que se había creado en el seno del Consejo Europeo y del enorme obstruccionismo con que actuaban algunos países del norte, el acuerdo de ayer puede considerarse un éxito para la Unión Europea en su conjunto y, quizá sobre todo, para los Gobiernos del sur. Máxime, si se tiene en cuenta que tanto el italiano como el español habían tenido que luchar no sólo contra los ataques del holandés sino con los partidos de su oposición nacional.
En España, el Partido Popular alentó claramente los discursos demagógicos del Gobierno holandés contra España con tal de dinamitar al de Pedro Sánchez y ahora tiene que morder tierra de nuevo. La estrategia de acabar como sea, el todo vale contra un Gobierno legítimo no termina de darle réditos a Pablo Casado y hace daño a España. En esta ocasión, ha hecho más difícil que se alcanzara lo conseguido por España pero también da más valor a lo que Sánchez trae de Bruselas.
Para el conjunto de la Unión Europea el acuerdo es positivo si se tiene en cuenta que no haberlo alcanzado y seguir sin dar respuestas definitivas a la crisis que vivimos hubiera sido un desastre histórico, sobre todo, por las condiciones fratricidas en las que se estaba dando el debate. Y no se puede negar que el acuerdo representa un avance sin parangón, no sólo por la cantidad de recursos que se van a poner en la economía europea sino porque el discurso que ha servido para justificar la propuesta del Consejo en los últimos meses contiene elementos que modifican algunos de los principios de política económica mantenidos hasta ahora y que se había demostrado que no daban los resultados que se dijo que iban a dar.
El acuerdo va a permitir que los diferentes países de la UE lleven a cabo programas de inversión muy ambiciosos, sin los cuales sería materialmente imposible evitar una recesión muy prolongada, con caídas de la actividad y del empleo posiblemente nunca vistas.
Sin embargo, en esta primera y rápida evaluación del acuerdo es imprescindible mencionar también algunos aspectos que impiden echar las campanas al vuelo, tal y como están haciendo la gran mayoría de los comentaristas cuando no tienen en cuenta sus lagunas o incluso los peligros que conlleva, tal y como en un principio está formulado. estos aspectos críticos que me parecen más destacables son los siguientes.
– La Unión Europa vuelve a recurrir a los mercados para financiarse, obviando al Banco Central Europeo. Es cierto que así se aminora el coste de la deuda que se generará y que disminuirán las tensiones especulativas, pero sigue siendo un sinsentido económico que, en lugar de utilizar al banco central como prestamista en última instancia, se utilice una dramática crisis sanitaria y económica para que sigan enriqueciéndose los bancos privados.
– Como he dicho, la cantidad de dinero que se va a movilizar es muy grande, en comparación con las dotaciones presupuestarias actuales, pero aún así, hay que señalar que es claramente insuficiente. Con la cantidad de dinero que se va a poner en juego no se podrá conseguir que los países más afectados por la crisis puedan financiar todo lo que van a necesitar para no perder más comba todavía respecto a los más ricos. Baste tener en cuenta un solo dato. Según la última evaluación del Fondo Monetario Internacional (aquí), Alemania ha gastado ya en su economía el equivalente al 14% de su PIB, más o menos lo mismo que Francia. Italia, sin embargo, sólo el 5% y España el 3,2%.
Tal y como está formulado el acuerdo, será imposible evitar que la divergencia en el seno de la Unión Europea siga ampliándose
– Esto último es más grave todavía porque la Unión Europea sigue sin estar dispuesta a abordar el problema de la deuda que se ha ido acumulando. Sin adoptar fórmulas que reduzcan significativamente su porcentaje sobre el PIB en los países con más endeudamiento será imposible evitar nuevas crisis en el futuro que afectarán a todos. Y eso es algo que sería posible conseguir sin necesidad de crear agravios y sin que unos países paguen, como se dice, la deuda de otros. El Banco Central Europeo, en lugar de seguir enriqueciendo a la banca y de limitarse a evitar artificialmente su insolvencia, puede convertir tramos de deuda nacionales en deuda a muy largo plazo o perpetua, por ejemplo.
– Hay que tener en cuenta, además, que una buena parte de los fondos que se van a dedicar a la reconstrucción tras la pandemia merman otros programas de gasto de la UE previamente aprobados, de modo que su impacto neto final no será el que a primera vista parece que tiene. Y este efecto puede ser más negativo, precisamente para los países más beneficiados por los fondos de cohesión que se van a recortar en beneficio de otros programas que irán en mayor medida a los países más ricos.
– También es muy importante señalar que los nuevos fondos van a ir acompañados de condicionalidad. Algo que debe valorarse con cuidado. Es cierto que ésta es deseable cuando se refiere a aspectos en los que algunos Gobiernos no vienen consiguiendo los resultados óptimos deseados, como en el mejor uso posible del gasto, transparencia, lucha contra la corrupción, eficacia del sector público, etc. Pero también lo es que en la Unión Europea priman principios de comportamiento que han guiado las condiciones impuestas hasta ahora y que han demostrado que no sirven realmente para lo que se dice que sirven. Si se sigue imponiendo esta tipo de condicionalidad, volveremos a las andadas.
Lo que ahora es fundamental es que las economía europeas y sobre todo las más afectadas por la crisis, recuperen cuanto antes la actividad, que esa actividad responda a nuevas lógicas productivas y sociales y que eso se haga con el menor incremento posible de una deuda que pueda actuar como una losa para conseguirlo.
Por eso, este acuerdo no puede ser valorado en todo lo que significa sino hasta que se ponga sobre el papel el tipo de condicionalidad ex post que va a llevar consigo. Si se vuelve a insistir en condiciones que la experiencia ha demostrado que frenan la actividad y aumentan la deuda, en lugar de solucionar problemas los volverá a crear y en mayor grado.
En concreto, hay que ver qué posición se mantendrá sobre las reglas fiscales, de momento en suspenso. La evidencia empírica ha demostrado que las políticas de austeridad tienen efectos negativos, que estos no son momentáneos sino que persisten en el tiempo, que son todavía peores cuando se aplican en fases de crisis y que terminan aumentando el porcentaje de deuda sobre el PIB. Y la experiencia de estos últimos años también nos ha permitido comprobar que para incrementar la actividad y reducir el peso de la deuda lo que mejor funciona es impulsar la demanda, lo cual se consigue mejor a través de la inversión pública y el gasto en sectores que generan más empleo (salud, educación, cuidados…) que bajando impuestos o concediendo transferencias a empresas. Como también es un hecho que la insistencia en lograr superávits públicos primarios (más ingresos que gastos antes de pagar intereses) no es la vía que reduce la deuda sino justamente la que la aumenta.
Si una vez suscrito este acuerdo, los Gobiernos europeos con mayor capacidad de decisión vuelven a esa especie de homeopatía económica que es la doctrina de la austeridad, las divergencias aumentarán y la crisis de los países hasta ahora más endeudados, precisamente por el predominio de ese tipo de políticas, será inevitable. Con la salvedad de que ya no serán los países más pequeños de la Unión Europea como Grecia, Malta o Chipre, sino potencias económicas como Italia o España.
En resumen, los países del sur no han sufrido la derrota que querían infringirles los del norte y el acuerdo constituye un paso de gigante en la historia de la Unión Europea. Aunque esto haya tenido que ser por la fuerza de los hechos, a trompicones, abriendo heridas que quizá no cierren nunca y ante el drama de una crisis sanitaria, hay que felicitarse por lo que se acaba de acordar. Pero, dicho esto, es una irresponsabilidad o un engaño dejar de mencionar los grandes retos que la Unión Europea no está siendo todavía capaz de abordar y que este acuerdo deja al desnudo quizá con mayor nitidez que en ninguna otra ocasión anterior.
En los meses venideros se sigue jugando el futuro de Europa porque una cosa es que lo menos malo sea preferible a lo peor y otra que se haya hecho lo que se debía hacer.
[Fuente: Público.es]
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2020