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El Lobo Feroz

Ensaladilla rusa

Menos mal que había Estado. ¿Imagináis la pandemia sin Estado, qué guirigay?

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Si uno discurre junto al irracionalismo por el filo de la navaja tiene muchas posibilidades de caerse. Esto es lo que le ha pasado a Agamben; vean sus incautos admiradores lo que escribe: «[En Italia tenemos] una supuesta epidemia de coronavirus [de la que se deriva un] pánico, una de cuyas más inhumanas consecuencias [consiste en] la propia idea de contagio».

También tienen una epidemia de cerebritos. No se debe dejar que los intelectuales, como decía Prévert, jueguen con las cerillas.

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Además de su ser-para-guisar, la cacerola está mutando de medio de protesta a medio de legitimación y deslegitimación. La extrema derecha golpea cacerolas contra el confinamiento en el Madrid del lujo (out of fashion, en estos tiempos): el barrio de Salamanca. Hace como los guerreros antiguos que golpeaban sus escudos y ese fragor legitimaba a sus caudillos. Este Lobo estudió cuando lobezno que fragor y sufragio derivan del mismo fonema sánscrito. Pero son cosas distintas. Con meros fragores, hoy, no se entendería nadie. Tampoco hay que dejar que la extrema derecha juegue con las cerillas. Es más peligrosa que los intelectuales.

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La telemática te descubre muchas cosas. A este Lobo le ha revelado que hay bastantes seminarios organizados para que cierta izquierda, quizá de jubilados, se fustigue estudiando a Marx o a maestros y maestrillos de la escuela. Mejores serían tales voluntariosos seminarios, creo yo, si estudiaran a Sraffa o, mejor incluso, si estudiaran la que se nos viene encima: sería mejor anticiparse, pensar, imaginar lo nuevo, que no siempre es bonito ni barato.

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Hemos pasado bastantes semanas sin el dichoso fútbol y el mundo no se ha venido abajo. El nicho de los «periodistas deportivos», una especie particular del gremio, se ha reinventado como ha podido recurriendo a la historia y al deporte —espectáculo no había—. Pero el espectáculo, es decir, los dineros, han sido la preocupación de esas cosas llamadas federaciones y televisiones, y de las marionetas humanas que prestan su voz a los dineros: han impuesto la perversión del juego —nuevas reglas, calendarios inhumanos— para que prosiga la lluvia de oro a toda costa, con estadios vacíos para partidos televisados como soporte publicitario. El infraescrito Lobo cree que lo debido sería declarar match nulo las competiciones de este año. ¿Qué sentido tiene una competición sin continuidad? Y sobre todo: ¿qué sentido tiene si la enfermedad se lleva a un solo deportista?

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La pandemia suscita una pregunta: ¿quién es socialmente más necesario, el médico o el futbolista? ¿A quién se debe más reconocimiento? Las respuestas a estas preguntas nos muestran lo perniciosa que es la lógica de la ganancia capitalista.

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Vamos a ver: se puede, creo yo, dejar atrás la retórica tradicional de la vieja izquierda, la que creyó en la Revolución con mayúscula. Y empezar a dejar de pensar con los pies. Vamos ver: esa idea utópica de ‘Revolución’ fue doblemente derrotada: en Rusia a manos del nacionalismo y la autocracia stalinianos; en los países «Occidentales» (hoy meramente «Accidentales»), primero por la acomodación político-económica de las clases trabajadoras, y, después, por el neoliberalismo, desde la Thatcher. Entonces, con las primeras derrotas importantes, se empezó a perder el orgullo del trabajo y se dio pábilo a la carrera sin fin, la carrera consumista.

Desde entonces ha llovido un vendaval: la revolución industrial de la informática, la globalización, una gran crisis económica, el apogeo del neoliberalismo y ahora una pandemia que dejará una nueva gran depresión económica y social. En definitiva, ésta hará sufrir a muchísima gente, por lo que es necesario mantener prácticas sociales de solidaridad voluntaria además de exigencias de ayuda del Estado, esto es, de solidaridad obligatoria.

¡Pardiez! —si se le permite a un anticuado Lobo decir ‘pardiez’—. Los chinos carecen de libertades, pero tienen un gobierno eficiente, han ido saliendo adelante, muy adelante, mientras nosotros íbamos hacia atrás: últimamente nos habían recortado mucho los derechos sociales: cada vez peor enseñanza, peor sanidad, peores pensiones. ¿Adónde íbamos a parar?

Este Lobo Feroz cree que la lucha por el socialismo, hoy, puede ser y debe ser una lucha socialdemócrata, en el mejor sentido de la palabra: conseguir detener y revertir los recortes sociales, imponer nueva fiscalidad a la ganancia de los capitales, sin pretender solucionarlo todo en un día; conseguir reformas, y, al mismo tiempo, regar y abonar periódicamente la planta de la que brotan las prácticas de solidaridad y los agrupamientos personales: no solo reformas, sino también movimiento. No asustarse por ser socialdemócrata si el objetivo es conservar los derechos políticos individuales, las instituciones de fachada (al menos) democrática, y condicionar a los capitales, sobre todo al capital financiero, a los capitales inasibles que imponiendo regulaciones se pueden hacer visibles y doblegar.

La historia no solo no se para nunca sino que además en nuestro tiempo corre muy veloz. Necesitamos conocer las experiencias nuevas e imaginativas, por pequeñas que sean, de contraposición al sistema establecido, y apoyarlas. Porque son ellas las que nos pueden llevar al primer escalón de un socialismo naciente, solidario, ecologista y pacífico, aunque el capitalismo no haya dejado aún de ser hegemónico.

La hegemonía tenemos que conquistarla nosotros paso a paso (a pas de loup), con los medios de cultura (y no de evasión), inculcando conocimiento en vez de divertimento; con la verdad; con prácticas modélicas: creando un orden diferente del convulso orden del capital.

20 /

5 /

2020

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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