La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Entrevista a Antonio Izquierdo
¿Qué factores de cambio social percibe en la situación que estamos atravesando?
Las dos dinámicas sociales que sostienen una sociedad fuerte están siendo frenadas con violencia. Por un lado, se dispara la desigualdad material, y, por el otro, se vacía la comunidad presencial. Una porción amplia de la población que vivía en una situación de integración relativa (clases medias) se precipita hacia el desempleo y la exclusión moderada o severa. También crece el volumen de los desarraigados que viven en la pobreza y en la marginación.
El otro motor de la sociedad que está siendo golpeado es la comunidad real. Herida por la imposición de la “distancia antisocial” y por el impulso de sucedáneos como la “comunidad virtual”. La suspensión de las costumbres de grupo y de la cultura de calle, de reunión, asociación y conversación de viva voz, nos aboca al individuo ensimismado, al homo clausus. En otras palabras: se sustituye la relación social por la digital.
Se acelera la extensión del teletrabajo y el abuso de las nuevas tecnologías en el plano individual y empresarial. Esa tendencia a la informatización va coexistir con una reordenación de los empleos vulnerables. Se expandirán los repartidores y transportistas de bienes de alimentación y de consumo, en detrimento de otras ocupaciones de servicios personales como camareros o dependientes. Surgen dos nuevas clases: los que pueden confinarse y los que se exponen por necesidad. La reorganización de la estructura social, sin embargo, no va a retar la legitimidad de la jerarquía del “vales cuanto posees”.
¿Qué sería, en su opinión, lo deseable en un futuro razonablemente próximo?
Si hablamos de lo que considero deseable elegiría articular dos vías necesarias para el desarrollo social, a saber: una sociedad democrática que abandona el laissez faire y planifica la justicia social sin igualación mecánica; y una regulación del mercado más equilibrada. En la sociedad capitalista tener dinero es tener libertad. El dinero es la síntesis de las limitaciones sociales. Significa un permiso para actuar. La genialidad de una sociedad cohesionada estriba en el aumento del capital relacional, fomentando la cooperación en detrimento de los incentivos viles (la codicia y el miedo) que conducen a la desintegración social. Desearía que esa planificación se funde en el valor de la redistribución para corregir las desventajas sociales no elegidas.
Un mercado que atienda la producción de bienes socialmente necesarios y, no se circunscriba a fascinar al consumidor con los artículos de la vida elegante. Más dedicado a lo que socialmente es primordial que a excitar las preferencias por el consumo insostenible. Un modo de vida menos depredador de los recursos naturales y que esté en paz con el planeta. Bienes de mérito frente a bienes fútiles y de imitación. Un mayor equilibrio entre los sectores productivos que combine el beneficio económico con el interés social. Reforzar la agricultura y la industria para ser capaces de cubrir las necesidades básicas de la población.
¿Qué riesgos advierte? ¿Tal vez incremento de actitudes autoritarias, refuerzo de fronteras e identidades, una vez más culpabilización del otro?
La deriva autoritaria y el consiguiente ataque al ejercicio práctico de la democracia es una tendencia que se viene dando desde hace cuatro décadas, aunque se haya acelerado en la última. Las clases medias tradicionales y aquellas a las que el capitalismo digital sitúa en los bordes de la exclusión empujan electoral y culturalmente hacia el autoritarismo. Los modos violentos son su receta. Se trata de una opción real ante la que no cabe la neutralidad.
Es comprobable que la primacía de la economía especulativa sobre la productiva ha exacerbado la fragmentación social. La respuesta a la inseguridad laboral ha sido el repliegue identitario. Pero la concentración del poder del capitalismo digital convierte en ilusorio este enroque. El refugio fronterizo ha sido la respuesta al fracaso de la cooperación internacional en el Covid-19. La fascinación asiática por la eficacia en el control de la pandemia abunda en el debilitamiento de una democracia militante y augura conformismo y sumisión.
[Respuesta completa a la publicada originalmente en La voz de Galicia]
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2020