La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Agustín Moreno
El debate sobre la reapertura de las escuelas
La crisis del coronavirus nos está descubriendo la auténtica función de muchas cosas. Por ejemplo, que hay trabajos poco valorados que ahora se muestran esenciales para la comunidad. Otro de estos descubrimientos es el decisivo papel de la educación y el insuficiente reconocimiento de la profesión docente. Ello se pone de manifiesto con la polémica sobre cuándo y cómo abrir los centros escolares.
El presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, anunció (el pasado 13 de abril) la reapertura de las escuelas, al mismo tiempo que la prórroga de un mes más de confinamiento hasta el 11 de mayo. En Alemania, Angela Merkel ha anunciado que se reanudarán las clases el 4 de mayo en los centros de primaria y secundaria. En Dinamarca se ha levantado el cierre de las escuelas, pero muchas familias han decidido no enviar a sus hijos a ellas para que no sean utilizados de “conejillos de indias“ [1], a pesar de que los grupos iban a ser solo de 5 alumnos.
Sin embargo, en Italia han decidido acabar el curso sin abrir las escuelas, dar un aprobado general y solo realizarán online las pruebas de acceso a la universidad. Aquí en España, el Gobierno ha anunciado que le gustaría que los centros educativos pudieran abrirse quince días a final de curso para retomar la comunicación. Pero los expertos recomiendan con argumentos de peso no abrir los centros hasta septiembre [2]. Curiosamente, hay Gobiernos regionales del PP-C’s como el de Madrid y Andalucía que plantean volver a las clases en la segunda quincena de mayo [3].
El tema es polémico por varias razones. La principal está en si se prioriza la salud y seguridad de la población o las necesidades de la economía, porque ése es el fondo del asunto. Algo que ha estado presente desde el comienzo de esta crisis sanitaria, cuando los Gobiernos más neoliberales (EE.UU., Reino Unido, Brasil…) intentaban quitar importancia a la pandemia, retrasando irresponsablemente la toma de medidas para atajarla. Estamos prisioneros de la contradicción de que si las medidas son duras para la economía, son buenas para combatir la pandemia, y viceversa. Y lo complica aún más el momento de tomarlas, que siempre es tarde para salvar vidas, pero parece pronto si perjudica la actividad productiva.
Por eso no es de recibo que se presente como una “medida social” [4], lo que es una medida económica y política. Macron dice que es para acabar con las desigualdades del confinamiento, al tiempo que se reconoce que las escuelas abrirán el 11 de mayo para que el “mayor número” de franceses vayan a trabajar y la economía recupere la normalidad. Lo mismo ha dicho la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, al defender la medida, porque la reanudación de la enseñanza permitiría a los padres regresar al trabajo y «hacer que la economía vuelva a funcionar». El Consejero de Educación de Madrid también lo ha dejado muy claro: «Si la economía va a volver a activarse, es necesario que también las escuelas, los institutos estén con clases presenciales».
Se olvidan los dos únicos criterios que deberían tenerse en cuenta para la reapertura de las escuelas y para saber qué hacer con el curso educativo: el sanitario y el pedagógico. En cuanto al sanitario, solo deben reanudarse las clases si el virus está controlado, los contagios se han estabilizado a un nivel bajo y no existe el riesgo de que rebroten. Es evidente que la decisión la tienen que tomar los comités de expertos científicos, desde una rotunda independencia frente a las presiones del poder político y económico.
Pero no está claro que las autoridades tengan la situación bajo control. Por ejemplo, en el caso de Francia, en estos momentos están a un ritmo de más de 500 muertos al día (mayor que en España) y superan los 20.000 muertos. Un reciente estudio epidemiológico del Instituto Pasteur de París [5] concluye que solo un 5,7% de la población puede tener ya inmunidad contra el coronavirus; por ello advierte que sin vacuna habrá que extender el confinamiento, ya que haría falta que el 70% de la población hubiera estado contagiada en algún momento para desarrollar inmunidad de grupo y ralentizar la propagación de la pandemia sin medidas restrictivas drásticas.
En el caso de apertura de centros, deberá evaluarse cómo se garantiza la seguridad del alumnado y profesorado (test, equipos de protección, mascarillas, no contacto, número reducido de alumnos, contratación de profesorado para reducir las ratios y establecer turnos, etc.). Y hay que poder explicar la incoherencia que supone propiciar situaciones de encuentro colectivo en las escuelas, al tiempo que se mantienen cerrados museos, bares, restaurantes, cines, teatros, salas de conciertos y otras actividades públicas. En estas condiciones, no solo no se siguen las indicaciones de la OMS para evitar nuevas oleadas de contagios [6], sino que las medidas anunciadas parecen bastante temerarias «hasta el punto que dos de cada tres familias no quieren llevar sus hijos a la escuela» [7]. Ello ha hecho que los sindicatos de profesores exijan garantías, asociaciones de familias de alumnos protesten, y puede haber trabajadores que se acojan al droit de retrait (derecho al desistimiento laboral). Para vencer al coronavirus, parece más prudente la decisión de Italia y de España de no forzar una apertura apresurada de las aulas.
Por otro lado, está el criterio pedagógico que también es complejo. Las soluciones en el terreno educativo deben de moverse en dos ejes: cerrar lo mejor posible la evaluación de este curso y planificar bien el próximo curso. En cuanto a lo primero, la clave es evaluar desde criterios pedagógicos, de justicia social y de sentido común. El criterio general debe ser la promoción del alumnado de curso ya que no pueden perderlo por la crisis sanitaria. La evaluación tiene que ser flexible y basarse fundamentalmente en los dos trimestres que se han evaluado de manera presencial. Y se deberá aplicar aquello de in dubio pro alumno, valorando siempre qué decisión le pueda beneficiar más de cara al curso siguiente.
Nadie en su sano juicio puede pretender evaluar las clases online de una manera decisiva para promocionar o titular. Pueden servir para valorar el trabajo y mejorar nota, pero solo para eso. Porque no se han dado condiciones homogéneas entre el alumnado debido a la brecha digital, que es a su vez reflejo de la desigualdad social. Ningún alumno puede quedar atrás y resultar perjudicado al no poder acceder a la enseñanza telemática, sin que nadie se lo haya facilitado desde el principio. Y como no se puede dar la espalda a la climatología, el verano debe ser para descansar, para organizar actividades lúdicas y de convivencia y, solo puntualmente, refuerzos para los colectivos más desfavorecidos. El otro eje es planificar bien el curso 2020-2021, recuperando en el primer trimestre los contenidos mínimos no impartidos por el confinamiento, y articulando programas de refuerzo a lo largo de todo el curso. En este Manifiesto del Foro de Sevilla hay 25 interesante propuestas para educar en estos tiempos de crisis [8].
En resumidas cuentas, las prisas que se tienen para la apertura de las escuelas son para evitar dejar solos a los niños en casa cuando los padres tengan que salir para ir a trabajar. Es un dato significativo que hay países que quieren abrir escuelas infantiles, colegios e institutos, pero no fijan fecha para la apertura de las universidades, ya que no se plantea ese dilema al ser hijos mayores. Si alguien no lo sabía, la escuela es la principal institución que permite cierta conciliación de la vida laboral y familiar.
Pero entonces no estamos hablando de que la educación es algo sagrado a salvaguardar, sino de su papel social y económico para permitir que el aparato productivo funcione. Que lo importante no es que los niños tengan clase, sino que sus padres y madres puedan ir a trabajar. Se confirma así que una de las funciones principales que cumple la escuela es la de recoger a niños, niñas y adolescentes. Por ello a los neoliberales no les importa que segregue y aumente las desigualdades sociales (como sucede en España con la doble red), porque lo más importante es que cumpla su papel de gran guardería, facilitador de mano de obra y reproductor del sistema social. Hay tantas cosas que hacer cuando esto acabe… La primera, poner en valor la educación pública y su potencial para mejorar el mundo.
Notas:
[Fuente: Cuarto Poder]
24 /
4 /
2020