¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Rafael Poch de Feliu
En aguas desconocidas
El problema es que no sabemos hacia dónde petará el anunciado shock mundial
Con casos detectados en más de setenta países y brotes preocupantes en varios de ellos (y subiendo), ya nadie parece discutir la importancia de la pandemia. Caen bolsas, se rompen cadenas de suministro mundiales y una recesión global está a la vuelta de la esquina. Las aclamadas comparaciones iniciales con la simple gripe ya se han guardado discretamente en el cajón. También han remitido, aunque no han cesado, las campañas de ridiculización de China y el desprestigio de sus líderes, que ahora resulta que lo hicieron bastante bien (repasen las portadas de febrero de los grandes semanarios anglosajones y germanos).
Las reticencias iniciales de los gobiernos europeos a tomar medidas drásticas, perdiendo un tiempo precioso, para contener la expansión del coronavirus y subestimando las evidencias de una emergencia global, recuerdan a la actitud habitual en materia de crisis climática. No es que “desde que existe el Covid-19 ya no ocurre nada, ya no hay cambio climático”, es que es lo mismo: el mismo ciego dirigiendo la cordada.
En Bruselas, radiografía plana. El viernes se contaban en Europa unos 7000 afectados, una cifra comparable a la que China registró el 30 de enero. Para entonces en China ya llevaban una semana adoptando drásticas medidas de contención. “Esos datos permiten considerar probable que Europa vaya a ser afectada por la pandemia de una forma más fuerte que China”, señala Alexander Unzicher, un experto alemán que hace suya la máxima, “Es más sabio alarmarse pronto que alarmarse tarde”. El comunicado de la Comisión Europea del 4 de marzo decía lo siguiente: “Vigilamos la situación de muy cerca y haremos todos los esfuerzos necesarios”. De momento las cosas ocurren en los estados nacionales. En Italia, un médico de Bergamo, Daniele Macchini, ha causado gran impresión al explicar que a causa de la saturación de pacientes y a la escasez de aparatos de respiración, los médicos tienen que elegir entre los casos graves a aquellos que tienen mayores posibilidades de sobrevivir. La situación cambia de una semana a otra: comienzan a escucharse patrióticos discursos de los jefes de gobierno europeos a sus ciudadanos.
Aislamiento. ¿Una saludable cura de adelgazamiento en casa, en el torbellino de esta absurda hiperactividad? Pero hay mucha gente que no puede permitirse un aislamiento sin paga durante dos semanas. En el documento de 27 páginas del gobierno británico sobre la respuesta al virus se contempla un escenario en el que “hasta uno de cada cinco empleados podría ausentarse del trabajo en las semanas agudas”. ¿Cómo gestionarían eso?
Según un informe de 2015, hasta 56 países, ricos y pobres, recortaron sus presupuestos de sanidad tras la crisis financiera de 2008. Hoy esos recortes, como la disciplina presupuestaria en general, se hacen indefendibles. Para evitar los colapsos sanitarios hacen falta más dineros, si no se quiere poner en mayor riesgo el mismo Sanctasanctórum del templo capitalista, el sistema productivo. La virtud presupuestaria, antigua vaca sagrada, se convierte en una memez. ¿Nuevas condiciones para lo público y el keynesianismo? ¿Habrá un “corona-bono” en la UE?
En Estados Unidos la gran potencia más rica parece mal preparada. Su sanidad en manos privadas ofrece un buen campo a la propagación del problema. El presidente idiota que cerró el Consejo de Seguridad Nacional de la unidad de salud global (puesta en marcha en 2014 tras la crisis del Ebola) y que disolvió el equipo encargado de coordinar las diferentes agencias gubernamentales de salud en caso de pandemia, le quita importancia al asunto del coronavirus. El Congreso dedica a la pandemia 8300 millones de dólares, menos de una décima parte del coste de un año de guerra en Afganistán, y los medios de comunicación parecen más preocupados por las repercusiones en la bolsa que por el coste humano. Cuando se necesita una estrecha colaboración y cooperación internacional para afrontar un problema que avisa, una vez más, sobre la integración e interdependencia de este mundo en sus problemas, la mentalidad sigue siendo la misma: las sanciones contra Irán complican sobremanera la crisis de su sistema de salud cuando está lidiando con un número de afectados muy elevado. Imperium über alles.
“Un duro golpe a la economía globalizada”, se dice. Esa economía basada en la locura de la extrema movilidad-contaminación, en el frenesí de la búsqueda del menor coste salarial, de la santificación del “low cost”. Un golpe a su modo de vida excesivo, obeso y acelerado por la digitalización, con sus estreses y profusión de tesis, informes y pensamientos en 200 carácteres y 20.000 “likes” por minuto que jalonan la expansión de la estupidez moderna.
Un golpe, también, a la especialización en las cadenas de producción. Los “principios activos”, la esencia de las propiedades terapéuticas, del 80% de los medicamentos consumidos en la UE se producen en China. Golpe a los “monocultivos” de las economías nacionales, desde los turismos de España, hasta la exportación de automóviles de Alemania. Las pandemias contienen una advertencia en pro de la diversificación, la suficiencia y la proximidad. El ministro de economía francés, Bruno Le Maire, ya está glosando “la imperativa necesidad de relocalizar cierto número de actividades”, de restablecer “una soberanía económica”, francesa o europea (EU, first!), e incluso apunta la necesidad de crear un “Airbus de la batería para el coche eléctrico”. ¿Todo tan claro?
Si no sabemos ni cuanto durará esta vaina, ni cómo evolucionará, ni hasta dónde llegará. ¿Se quedará en nada, o en poca cosa? No es que “la propaganda de los grandes grupos económicos y mediáticos oculte la realidad e impida comprender adecuadamente lo que está ocurriendo”, como se ha dicho. Es mucho más simple: estamos entrando en aguas desconocidas.
Y al mismo tiempo una “sensación Chernobyl”. Tampoco entonces sabíamos las consecuencias de aquellas nubes radioactivas. Se especulaba mucho, pero había una clara certeza de que era algo chungo. Y después de eso quedaba una sensación en la trastienda: la de un desastre que se sumaba a otros y que concluía en la afirmación de la “perestroika”: no se puede seguir viviendo así (так жить нельзя!), esto tiene que petar! Este sistema es inhumano. No sirve, no es viable para un futuro decente. El problema es que no sabemos hacia dónde petará el anunciado shock mundial ni que futuro nos preparan.
[Fuente: Ctxt]
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2020