La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Rafael Poch de Feliu
A dos minutos del suicidio
En nuestro siglo la humanidad se enfrenta a tres grandes cuestiones existenciales: atajar el calentamiento global, iniciar la marcha atrás en la proliferación de la capacidad de destrucción masiva, y reducir la desigualdad social y regional, es decir entre sectores sociales y partes del mundo. Por primera vez en la historia humana, el futuro de la especie depende de la capacidad de responder a esos tres retos del siglo. Es chocante que esta simple realidad suene a alarmismo grandilocuente.
En el año 2019 el avance hacia ese hundimiento general ha progresado como tendencia. Así lo indica el simbólico reloj del día del juicio (Doomsday Clock) que un grupo de científicos y físicos que habían trabajado en el desarrollo de la primera bomba atómica, el Proyecto Manhattan, instituyeron en 1947. Conscientes de la máxima de uno de ellos, Albert Einstein, de que “la bomba lo ha cambiado todo menos la mentalidad del hombre” y de que una eventual guerra nuclear sería la última, o que la siguiente sería a pedradas, establecieron la media noche como el momento final. Desde 1947, el tiempo que queda hasta la catástrofe de esa medianoche nuclear es valorado cada año por este grupo. No son radicales de izquierda. Entre ellos se encuentran no pocas personalidades académicas liberales de Estados Unidos, algunas de ellas exmiembros de la administración presidencial. En su junta de patrocinadores hay trece premios Nobel. Tras valorar los resultados del año, el grupo decide si avanza la aguja minutero hacia el desastre, si la mantiene en la misma posición que el año anterior o si la retrasan. Así, desde un propósito de alerta, cada año marcan la tendencia.
En 1990, por ejemplo, después de que los líderes de la Unión Soviética y Estados Unidos firmaran importantes acuerdos de desarme, el grupo de científicos retrasó la cuenta lo más lejos de la fatídica medianoche desde que comenzó este ejercicio. Este año han decidido poner la cuenta del año 2019 a 100 segundos de las doce, menos de dos minutos. Nunca este reloj del día del juicio había marcado una hora tan cercana al Apocalipsis.
En su decisión, explicada en una conferencia de prensa celebrada en Washington el 23 de enero, los científicos dijeron que “la situación de la seguridad internacional es ahora más peligrosa que nunca, incluso más peligrosa que en el apogeo de la Guerra Fría”. Insuficientemente cubierto por los grandes medios de comunicación españoles, el acto contó con la presencia del exsecretario general de la ONU Ban Ki-moon.
Una guerra nuclear que termine con la civilización, ya sea desencadenada intencionadamente o iniciada por error o simple ausencia de comunicación, es una “posibilidad genuina”. No es alarmismo. El cambio climático que podría devastar el planeta ya está teniendo lugar ante nuestros ojos. No es una discusión, sino un hecho. Pero por toda una serie de razones que incluyen un ambiente de medios de comunicación corruptos y manipulados, y unos gobiernos e instituciones incapaces de afrontar estos asuntos, la situación no es atajada.
Los científicos constatan algo fundamental a la hora de justificar su decisión de haber avanzado en veinte segundos la cuenta atrás anual hacia el desastre. El problema, dicen, no es solo que esas tendencias amenazantes sigan progresando, el problema del desastroso estado de la seguridad internacional es también que los dirigentes mundiales han permitido degradar toda la infraestructura política internacional que se construyó para afrontarlas. La combinación entre el claro progreso de las tendencias suicidas y esas actitudes de quienes toman las decisiones al frente de las grandes potencias e instituciones globales constituye un cóctel aterrador que se está haciendo obvio hasta para los adolescentes.
En 2019 se han agravado las consecuencias de la retirada unilateral de Estados Unidos del acuerdo nuclear alcanzado con Irán por las grandes potencias. Estados Unidos se ha retirado también del acuerdo de fuerzas nucleares intermedias en Europa (INF, misiles “tácticos”, de menos de 5.000 kilómetros de alcance) y ha anunciado que no prolongará el acuerdo START sobre misiles “estratégicos” (de largo alcance). También se retirará del acuerdo que contempla la posibilidad de sobrevolar el territorio del competidor para confirmar la observancia de lo pactado (el Open Skies Treaty). En la negociación con Corea del Norte, “el presidente Kim parece haber perdido la fe en la voluntad del presidente Trump por llegar a un acuerdo”, señala el comunicado del grupo de expertos del Doomsday Clock, que también menciona que, en sus relaciones, “Estados Unidos ha adoptado un tono de intimidación y burla hacia sus competidores chinos y rusos”.
Para un grupo tan institucional y tan centrado en Estados Unidos como el de estos científicos, ha debido ser complicado no resumir esta enumeración de retrocesos con una mera diatriba contra la irresponsable acción internacional de Washington. Porque “la corrupta y violenta oligarquía que gobierna Estados Unidos” (son palabras del expresidente Jimmy Carter), y con ello gran parte de las decisiones del mundo, no es la única oligarquía corrupta del mundo. Hay muchas más, pero ninguna tiene tanta responsabilidad en el estado de cosas al que hemos llegado. Y la cosa no mejora en los otros ámbitos:
Hace 28 años que hay cumbres del clima. Desde entonces (1992) las emisiones no han disminuido sino aumentado, en más de un 50%. En materia de calentamiento global la acción gubernamental también ha sido decepcionante en 2019. “Estados Unidos” –de nuevo– “se retiró del acuerdo de París el año pasado, Brasil ha dado marcha atrás en la protección de Amazonia y la cumbre del clima de septiembre se quedó muy corta”, señala el comunicado de los científicos. Mientras tanto, el 2019 ha sido uno de los años más calientes desde que hay registro de temperaturas. La extracción y búsqueda de combustibles fósiles continuó aumentando junto con las emisiones. India registró olas de calor y de inundaciones sin precedentes. Australia ha vivido los peores incendios de su historia. Los casquetes polares han experimentado deshielos superiores a lo previsto…
La diferencia entre la capacidad de destrucción masiva y el calentamiento global es el factor tiempo. Lo primero puede congelarse, mantenerse como amenaza potencial, tal como ocurrió a lo largo de la Guerra Fría. Lo segundo es una amenaza que si no haces nada, o haces poco, progresa con el tiempo. Y ambos problemas están relacionados.
El cambio climático promete ingentes conflictos de recursos, tensiones y problemas internacionales. En el escenario histórico clásico, la guerra solucionaba las diferencias entre potencias, pero estamos en un mundo nuevo en la que ese tipo de soluciones no solo no funcionan sino que equivalen al suicidio. War y warming, guerra y calentamiento, no solo tienen la misma raíz en inglés, sino que precisan del mismo cambio de mentalidad para ser combatidos.
Los científicos del reloj no lo dicen pero es obvio que no hemos llegado a esta enormidad suicida por alguna misteriosa fatalidad, ni por algunas características intrínsecas de los humanos: hemos llegado hasta aquí de la mano de un sistema socioeconómico concreto. Ese sistema pone lo económico y el lucro privado en el centro, y por delante, de la humanidad. Ese sistema convierte la producción en crematística. Ese sistema ha elevado la lucha de todos contra todos a categoría de religión y destruye a marchas forzadas los rudimentos de derecho internacional que se levantaron tras la Segunda Guerra Mundial. Su última tendencia histórica es un claro incremento de las desigualdades y una burbuja especulativa cuyo centro y modelo son, una vez más, los Estados Unidos, un país que vive a crédito generando deuda que el resto del mundo financia gracias a que la moneda norteamericana sigue siendo la divisa del comercio global y a inversiones de todo el mundo, incluidos sus principales competidores chinos.
Está claro que en nuestro siglo no se debería poder ser representante popular electo sin ser anticapitalista, ecologista y antiimperialista. Ese debería ser el sentido común, pero, ¿cuántos hay de esos en las instituciones representativas? ¿Es posible cambiar esas instituciones para que trabajen orientadas a ese sentido común? La pregunta que subyace a estas dudas es sobre el desfase entre todo lo que el reloj del día del juicio advierte y la mentalidad y el nivel de los políticos y los ciudadanos en el sistema socioeconómico en el que están insertos.
[Fuente: ctx.es]
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