¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Nuria Alabao
Seis retos del feminismo (de base)
Por un movimiento de clase, antipunitivo y abierto al disenso que defienda la democracia radical
Millones de mujeres hemos salido a la calle en España en los últimos años, hemos conectado con la consigna de que “lo personal es político”, con las posibilidades del presente. Hemos tomado las redes con nuestras historias. #Cuéntalo. Hemos hecho huelga y pensado con otras sobre aquello que llamamos cuidados o reproducción social y cómo esta configura nuestras vidas, las atraviesa, las hiere. Hemos pintado pancartas, participado en asambleas, asistido a charlas, nos hemos dado la mano. En los medios han florecido las secciones de feminismo o feminismos, según. La Política, con «P» mayúscula, ha aspirado el perfume de una revuelta que, bien manejada, puede dar votos. Esa Política cuyas fuentes, ideas, espíritu, tienen que mantener vivo lo social en otros lugares que no son los parlamentos. Hoy, después de estos años de revuelta, tenemos la intuición de que estamos atravesando una encrucijada. ¿Cuáles son los principales retos del movimiento feminista (de base)? Aquí unas pinceladas para la discusión acerca de temas en los que, es evidente, se necesita profundizar con mucho más ahínco.
1. Vox: deslindar batallas
En este mismo tiempo de nuestra potencia, ha emergido un enemigo frontal, uno que no quiere navegar los consensos, ni manejarlos, sino romperlos. Eso hace Vox con la violencia machista. Y ahora, con la educación afectivo sexual y el veto parental. Esta forma de imponer una polarización radical sobre cuestiones morales supone un auténtico freno porque en muchas de estas cuestiones necesitamos avanzar y la amenaza nos pone a la defensiva.
¿Tenemos que discutir públicamente si hay o no denuncias falsas o proponer una mejora de la ley contra la violencia de género, por ejemplo, para que no solo se aplique en el ámbito de la pareja? En el caso del veto parental, ¿acaso no estamos a la cola de Europa en educación sexo-afectiva y con una escuela pública en franco retroceso y una concertada cuya existencia habría que replantearse? Sin embargo, si básicamente lo que discutimos es de quién son los niños, les dejamos diseñar el terreno de batalla y opacar nuestras propias prioridades más allá del campo de los valores. (Y hay que reconocer aquí una dificultad, esta contienda de valores tiene efectos materiales en el miedo de los profesores, en los padres que se ven legitimados para enfrentarse a las escuelas…)
El principal cometido de las guerras culturales de la derecha es su capacidad de definir las agendas y de manejar la iniciativa social a su antojo. También sirven para movilizar a sus bases y agitar la arena social. Parece claro que, a partir de ahora, se enseñorearán de la vida pública. Un escenario funcional al gobierno de izquierdas que puede sumarse al juego de espejos y dedicar toda la legislatura a operar en este terreno sin necesidad de impulsar cambios sustantivos. Por poco que haga, parecerá mucho si la guerra es sin cuartel. Necesitamos pues un feminismo con iniciativa propia, que tenga claro que hay que pasar a la ofensiva y seguir arañando conquistas.
2. Contra un feminismo reaccionario
Las guerras culturales no son el único freno para un movimiento con capacidad de actuación, potencia y autonomía. Desde hace un tiempo, parece como si la polarización social y las claves comunicativas y subjetivas que han producido la crisis de representación y la emergencia de la extrema derecha se hubiesen trasladado al feminismo —el mismo repliegue identitario y de construcción del otro como enemigo—. Esto se da mediante sus propias guerras culturales sobre los derechos de las trans y su pertenencia o no al feminismo o mediante la batalla frontal alrededor de la prostitución, donde se producen violentos ataques a las propias trabajadoras sexuales y a sus organizaciones a las que se pretende expulsar del debate público y de los espacios de coordinación del movimiento —de algunas asambleas del 8M por ejemplo—. Hostilidad, agresiones verbales, personas increpadas en asambleas e incluso en movilizaciones ensombrecen el movimiento por culpa de un tipo de feminismo esencialista que pretende imponer su verdad con métodos agresivos. (Es más, en medio de la confrontación con Vox con la cuestión de las educación sexo-afectiva, hemos podido ver a algunas feministas legitimando los discursos de la extrema derecha a partir del fantasma de la «Teoría Queer» que supuestamente se estaría enseñando en las escuelas. Algo para pensar.)
En este escenario, resulta más difícil mantener la alegría de encontrarse con otras y de aprender y trabajar juntas que ha impregnado las movilizaciones de los últimos años. El tono de confrontación es, además, una forma de expulsar a gente de estos espacios. Así, lo que nos jugamos, por ejemplo, son las asambleas del 8M, donde se planifican las movilizaciones masivas, porque hay gente que quiere imponer tomas de posición sobre temas en los que es imposible un consenso. Las formas violentas impulsadas por un mesianismo redentor, además, imposibilitan cualquier tipo de debate sereno donde sentar unas bases mínimas sobre temas esenciales. Por ejemplo, cómo luchar contra la trata. A pesar de ello, hay muchísimas feministas bregando en estos espacios para seguir peleando por un movimiento del que valga la pena formar parte.
Estos últimos años hemos conseguido que el feminismo hable a toda la sociedad a partir del posicionamiento de un conflicto de alcance universal: la lucha del capital contra la vida. Hemos descubierto una nueva potencia a partir de la visibilización y valorización del ámbito de la reproducción social para que deje de ser “eso que estamos obligadas a hacer las mujeres”, y se convierta en una tarea reconocida y esencial, porque forma parte del núcleo central de la vida humana. En el camino de nuestra liberación, hemos descubierto que llevamos la semilla de un mundo nuevo.
Hoy no estamos, sin embargo, hablando mayoritariamente de cómo cambiar la sociedad, sino de cómo proteger a las mujeres –a las que algunas quieren representar como siempre amenazadas–. De hecho, otra tarea imprescindible es reconectar con la potencia de un feminismo que representa la sexualidad como un ámbito de disfrute y alegría —como hizo el feminismo de los 70—, no solo de peligro.
¿Serán estas sex wars y sus reclamaciones identitarias el canto del cisne de esta última ola, y de su potencia de transformación, como lo fueron a finales de los 70?
3. Por un feminismo que defienda la democracia radical
La derecha y la extrema derecha están defendiendo su programa antisocial haciendo bandera de la libertad. Mientras, desde algunos espacios del feminismo se piden prohibiciones, se hacen escraches a charlas o se pide censurarlas, se quiere penalizar el consumo de prostitución —incluso el porno—, se pretende impedir conciertos o se persigue a determinados cantantes, humoristas, cineastas… Signo, quizás, de nuestra impotencia para transformar la vida, se persigue el cambio cultural por la fuerza en una sociedad que es plural y compleja. Progresivamente, cierta ‘izquierda’ se parece cada vez más en argumentos, o formas discursivas, maneras y hasta objetivos, a la extrema derecha pujante.
Nos olvidamos así de la larga asociación entre las tradiciones emancipatorias y la defensa de la democracia radical —como en la historia del movimiento obrero y del movimiento de mujeres—. Los derechos y libertades civiles forman parte —y son imprescindibles— para las luchas por los derechos económicos. Necesitamos un feminismo que reivindique la profundización de la democracia y abra espacios de pensamiento y de palabra, donde sea posible discutir entre nosotras, de todo, con respeto.
4. Por un feminismo antipunitivo. No alimentar a la bestia
Otro de los retos fundamentales está vinculado al sistema penal. El proceso judicial de La Manada puso sobre el tapete sus deficiencias respecto a la protección de las mujeres que han sufrido violaciones y a la odisea que tienen que atravesar, incluida la revictimización o la vigilancia sobre sus vidas para que encajen el papel de “buena” víctima. Ante las presiones del movimiento feminista, el nuevo Gobierno está trabajando en una reforma del Código Penal para adecuarlo a la nueva sensibilidad social y a normas internacionales, como el Convenio de Estambul, ratificadas por España. ¿Implicará esto un aumento de penas directa o indirectamente?
Algunos sectores han vivido como una victoria la sentencia del caso de la Arandina —38 años de prisión—. Pero sabemos que penas más altas no protegerán a las mujeres —la encarcelación, en general, ni es disuasoria, ni cambia a los agresores, ni frena la violencia—. De hecho, el debate sobre las penas no debería ser central porque estamos hablando de un problema muy complejo que requiere medidas muy diferentes. ¿Qué podría ser una justicia feminista? ¿Es la que pone el énfasis en el castigo o en la reparación y la autonomía de la víctima? Los debates ya ha comenzado y, para muchas, implican un cuestionamiento radical del propio sistema penal —utilizado para la gestión represiva de los problemas que causa el neoliberalismo—. Cualquier recorte de libertades o reforzamiento del Estado penal es susceptible de volverse en contra nuestra.
El populismo punitivo —la demanda de más penas o la tendencia a querer solucionar los problemas que genera el sistema económico y social mediante el Código Penal— es un espacio donde, sin pretenderlo, podemos encontrarnos con la ultraderecha. El discurso de Vox de “defender a las mujeres” es funcional para la legitimación de su apoyo a la prisión perpetua, o incluso a la criminalización de los migrantes. Tenemos pendiente la tarea de deslindarse de ese mensaje: no en nuestro nombre.
5. La disputa por el sentido del feminismo: por un feminismo de clase
Estos años, en los espacios de base del movimiento, se han encontrado trabajadoras domésticas, kellys, trans, migrantes y racializadas. Y de esa amalgama han salido potentes propuestas y reivindicaciones. Propuestas que ponen en el centro la capacidad transformadora del feminismo y que inciden en el desarrollo de medidas ligadas a la división sexual del trabajo y en el aterrizaje de reflexiones sobre las tareas de reproducción social, el eje material más importante del feminismo.
Sin embargo, en los medios tienen mayor espacio las medidas relacionadas con los problemas de la clase media, por la propia composición de las redacciones, y por cómo se configura la esfera pública (quién tiene acceso a esta). Así aparecen representadas las demandas de un feminismo cuya aspiración es romper techos de cristal. El feminismo que pide cuotas en los consejos de administración de las empresas. Se ha generado un cierto sentido común de que hay que encontrar un hueco para las mujeres en los lugares del poder. El feminismo de Botín propone conseguir la igualdad de género dentro de cada estrato social, pero mantener la sociedad estratificada.
No es casualidad que una de las luchas centrales hoy sea la de las trabajadoras domésticas: se basa en mano de obra migrante, y sin todos los derechos. O sea, barata y explotable. Esta es la solución que se le ha dado a la crisis de cuidados en nuestro país. Por tanto, tenemos que seguir hablando desde un feminismo de clase y antirracista, tenemos que dar la batalla por el sentido de la “igualdad”: no hay liberación a costa de explotar a otras. Hoy el feminismo, sin embargo, está discutiendo otras cuestiones “culturales” más candentes que parecen despertar mejor las pasiones. ¿A quién interesa un feminismo que no pretenda cambiar la sociedad? ¿A qué intento de preservar las propias posiciones privilegiadas responden las posturas del feminismo cultural/identitario?
6. Construir organización
Para transformar la sociedad no bastan las buenas ideas y los discursos acertados; no es suficiente con tener razón, hace falta fuerza social. Esto se consigue con un movimiento feminista con capacidad de agregación —no necesariamente unificado— y que realice demandas —otra cuestión es si se dan las condiciones para debatir con la máxima pluralidad posible cuáles deberían ser estas prioridades—. Un movimiento diverso que rete las actuales formas de organización social, tensione los discursos mediáticos, y también genere una cultura propia.
La cuestión de la organización es central en toda política, pero estamos en tiempos en los que los compromisos son débiles y donde es difícil que las formas de agregación permanezcan. ¿Podemos aprovechar la capacidad de politización del feminismo, al hablar a partir de lo que nos atraviesa, para generar nuevas formas de articulación? Lo ideal sería que cuajasen múltiples organizaciones de base capaces de tejer una red de ayuda mutua, de actuar como contrapoderes de lo instituido, y de impulsar esos conflictos necesarios para avanzar. El feminismo debería permear también –ya lo está haciendo– las luchas que hay en muchos frentes —pensiones, vivienda, trabajo, etc.— y estas luchas deberían formar parte del movimiento feminista.
Cambiar la sociedad no es un proyecto de unas pocas, ni siquiera de la mitad. Si tenemos un proyecto con capacidad de mejorar la vida de todos y todas, quizás deberíamos empezar a reconocer que los hombres —y los que no se reconocen en el binarismo de género— deberían formar parte también de esta lucha.
[Nuria Alabao es periodista y doctora en Antropología. Es miembro de la Fundación de los Comunes. Fuente: Ctxt]
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