¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Ferran Puig Vilar
Las dos cumbres climáticas de Madrid: contradicciones, insuficiencias y perspectivas
El Acuerdo de París y su proceso de implementación a través de la UNFCCC es un ejemplo paradigmático de cómo es posible vivir de unas apariencias de todo punto desconectadas de la realidad y mantenerse en ellas más o menos confiadamente. Un espléndido ejemplo de cómo tener confundidas muchas personas durante mucho tiempo, lo que resulta una hazaña notable de los brazos mediáticos del poder constituido y de la maquinaria negacionista en general.
Hoy, el modelo del MIT, Integrated Global Systems Model (IGSM), uno de los más avanzados, muestra que, de proseguir la reducción de emisiones de algunos países desarrollados al mismo ritmo que ahora, y mientras los compromisos adquiridos en el Acuerdo de París se mantengan y cumplan más allá de 2030, la temperatura media de la Tierra habrá aumentado +2,2 ºC en 2050 y +3,7 ºC en 2100. Y sabemos ahora que incluso la parte baja de este margen es un escenario de catástrofe global.
Todo ello contando con que, en la segunda parte del siglo, habremos dedicado una superficie de hasta tres veces la de la India a la tecnología BECCS, a saber, la producción de energía quemando madera y otros biocombustibles cuyas emisiones serían enterradas bajo tierra, sin que el coste energético de tamaña geoingeniería, estimado en un 25% del total producido, aparezca por parte alguna ni tampoco el coste de mantener todo este inmenso tinglado. Estas tecnologías BECCS deberían estar desplegándose ya y hacerlo masivamente a partir de 2050 como muy tarde. Pero no sólo están todavía por desarrollar, sino que los proyectos piloto se están abandonando uno tras otro unas veces por imposibilidad técnica y otras por su coste desorbitado. Además no está claro que el IPCC incluya el coste energético adicional de dicha geoingeniería en sus previsiones, estimado en un mínimo del 25% del total de la energía equivalente a las emisiones que se estarán secuestrando; en todo caso los proyectos piloto actuales no consiguen todavía secuestrar ni tan solo las emisiones que va provocando la propia infraestructura, operación y mantenimiento.
Entretanto necesitaremos más superficie para las energías renovables debido a su mucho menor densidad energética (otra India si queremos emplear la misma potencia actual, de unos 17 TW al año), más superficie para alimentar una población creciente, y algo habrá que dejar a la naturaleza (se estima un 50%) si no queremos irnos todos por el mismo desagüe.
La acidificación de los océanos seguirá aumentando, buena parte de la biosfera marina colapsará y el nivel del mar estará condenado a ser un mínimo de 25 m superior al actual a medio-largo plazo. Este panorama, supuestamente óptimo a juzgar por el entusiasmo que despertó en su día el Acuerdo de París, debe conseguirse, faltaría más, mediante mecanismos de mercado, desde luego sin establecer exigencia alguna al transporte marítimo y aéreo, no fuera el sistema económico globalizado a gripar.
Este panorama es todo lo que los distintos gobiernos del mundo consiguieron acordar en París 2015, escenario idílico para cuya implementación adecuada dichos gobiernos vienen encontrando dificultades de gestión desde hace ya tres años. Y es que el poder mundial se ejerce, hoy, mucho más en las cumbres del clima que en, pongamos por caso, el Consejo de Seguridad.
Como fuere, para el caso más que probable de que estas tecnologías BECCS o similares no llegaran a desarrollarse a la escala necesaria —escenario que comienza a tomar cuerpo en el propio IPCC— la reducción de emisiones necesaria debería ser superior al 7% anual según un reciente informe de la UNEP o del 10% según una estimación realizada a partir del Global Carbon Project, empezando este mismo año 2020. ¿Se ha detenido usted a imaginar cuáles serían las consecuencias de llevar a cabo estas reducciones? Usted y yo tenemos claro que esto no va a ocurrir, salvo colapso civilizatorio generalizado a corto plazo, provocado o no.
Las contradicciones del proceso UNFCCC
Y es que la cantidad de contradicciones internas de este proceso IPCC-UNFCCC-COP es tan numerosa, y algunas de ellas tan fundamentales, que solo mediando un voluntarismo ciego es posible seguir confiando en él. Basta con darse cuenta de que los progresos obtenidos en los 25 años en que estas convenciones vienen celebrándose únicamente han sido capaces de establecer el escenario descrito como algo aceptable.
Otra contradicción fundamental reside en el hecho de que este marco ONU está cooptado por una ideología y un sistema socioeconómico que está estructuralmente impedido para considerar otra cosa que no sea el crecimiento económico, sea este verde, marrón o turquesa, y muchos no son conscientes de ello o, alternativamente, lo consideran necesario o inevitable. A este hecho se añade el propio Grupo de Trabajo III del IPCC, dominado por economistas neoclásicos igualmente limitados y que, encima, regalan a esta premisa apriorística preanalítica una apariencia de legitimidad científica, sometiendo las leyes de la termodinámica a la dinámica del mercado y sus deseos y no a la inversa, como le resulta evidente a todo el mundo menos a estos profesionales. Esto da como resultado que la única perspectiva posible en términos políticos sea lo que se ha venido en llamar Green New Deal, que naturalmente requiere crecimiento económico como mínimo a largo plazo para su desarrollo —pues de otra forma el sistema colapsaría, y con él todo lo demás, deal incluido.
Pero consideraciones de orden meramente físico, en el sentido de considerar al sistema socioeconómico como un sistema termodinámico disipativo, nos llevan a darnos cuenta de la total correlación, cuando no causalidad, entre emisiones de CO2, nivel de energía y PIB. Por tanto, una reducción de emisiones se corresponde con una reducción equivalente PIB, o algo menos si consideramos ganancias de eficiencia para las que, en todo caso, queda ya muy poco recorrido. No es, pues, posible reducir las emisiones sin reducir el crecimiento económico. Entretanto, en la UNFCCC llevan 25 años intentando superar este oxímoron sin darse cuenta de que lo es por motivos de física fundamental, lo que les lleva a un callejón sin salida.
Encontramos otra contradicción en consideraciones de orden ético relacionadas con la responsabilidad de distintos entes a la crisis climática. Por mucho que China sea ahora el mayor emisor mundial, no es de recibo señalarle como el principal responsable. En efecto, las emisiones per cápita chinas son todavía algo inferiores al promedio europeo, y más de la mitad de las emisiones de ese país corresponden a productos de exportación que compra el resto del mundo. Pero es que China ha comenzado a emitir de forma comparable a Occidente en este siglo, y algunos países (desde luego el Reino Unido, Europa y los Estados Unidos) vienen haciéndolo desde hace más de dos siglos.
Tampoco vale alardear de reducciones en estos últimos países no solo por este motivo sino porque lo que estos países hacen es en realidad deslocalizar su industria pesada, la que más emite, llevarla a otros países con mano de obra más barata y menor exigencia medioambiental, y después acusarles de que no hacen lo suficiente por reducir sus emisiones. Hipocresía en grado sumo.
La centralidad de la desigualdad
Porque en realidad todo es mucho más fácil. Emiten las sociedades y sus organizaciones pero, al cabo, quienes creamos la dinámica de emisión de gases de efecto invernadero somos las personas. Y quienes más emiten son quienes más dinero tienen, pues cuando lo han recibido es porque han provocado movimiento (económico) en algún lado, lo que solo es posible con consumo energético, y cuando lo gastan a manos llenas, también.
Ocurre que solo con que el 10% más rico aceptara, o fuera obligado, a reducir sus emisiones al promedio europeo actual, se estima que éstas se reducirían globalmente en un 30-50%. En todo caso eso no sería todavía suficiente, pero por lo menos constituiría un buen primer paso que, además, legitimaría los esfuerzos subsiguientes que se estimaran necesarios. Y quizás sería la manera de provocar un colapso gestionado que podría, solo quizás, minimizar los daños. En estas condiciones, los detalles de las negociaciones, las dificultades encontradas en el Artículo 6, etc., son de todo punto superfluas y una mera distracción.
No hace falta pues intentar inútilmente violar las leyes de la física; basta con cambiar de perspectiva, cosa vedada a las instituciones actuales pensadas en origen para estimular y gestionar el crecimiento económico. Perspectiva que, por cierto, parece también vedada a muchos ecologistas y ambientalistas, que no abandonan la narrativa estatal en sus discursos públicos.
Pues ¿alguien en su sano juicio cree que esas instituciones están preparadas no ya para aceptar, sino para gestionar adecuadamente reducciones de emisiones siquiera del 5% anual, durante nada menos que 30-50 años consecutivos? No, las instituciones oficiales actuales no están capacitadas para este cometido. Mucho menos cuando han sido ya cooptadas por los grandes emisores: era pornográfico y deprimente acercarse a la sede de Ifema presidida por luminosos, ubicuos anuncios y grandes pantallas que nos daban a conocer los ímprobos esfuerzos ecologistas de Endesa, Iberdrola, el Banco de Santander…
La cumbre social
¿Quiénes podrían hacerlo? Si alguna esperanza queda, esta estaba lejos de Ifema, y se sustanciaba en la Universidad Complutense de Madrid. Era la Cumbre Social del Clima (CSC), promovida por un notable número de organizaciones ecologistas pero finalmente realizada casi exclusivamente por voluntarios de Ecologistas en Acción en menos de un mes, un esfuerzo ímprobo y un hito increíble que explica y excusa algunos de los (pocos) desajustes que se produjeron. Muchos temíamos que el nivel de asistencia fuera escaso, pero finalmente resultó más que aceptable, con visitantes de todo el mundo siendo mayoría los latinoamericanos. Esa cumbre social del clima era a la COP25 lo que el Foro Social Mundial es al World Economic Forum de Davos. Es la respuesta inmune del tejido social ante ellas, aunque de articulación todavía insuficiente.
En esa cumbre social se habló de clima, sí, pero también de feminismo, LGTBQI, luchas de defensa del territorio, indigenismo, contaminación atmosférica, plásticos, animalismo, fracking… También de política local, donde destacó un numeroso y activo grupo de chilenos intentando mostrar al mundo el salvaje comportamiento de su gobierno (tortura sistemática, asesinatos no presentes en los medios) frente a las protestas sociales. Denunciaban además que la COP25 de Madrid estuviera presidida por la ministra de medio ambiente del gobierno chileno, señalando la complicidad de los gobiernos del mundo entero con ese gobierno asesino. A su vez, un grupo de mujeres kurdas combatientes reclamaban el derecho de autodeterminación en base a la legalidad internacional. Desde la CSC se organizó la manifestación de la Castellana y las protestas que se llevaron a cabo frente a la COP oficial.
También se habló, pero poco, de energía, deforestación, decrecimiento, nueva ruralidad, ecoaldeas, crecimiento interior y nueva espiritualidad, soberanía alimentaria y un largo etcétera, que incluía la eventual contribución de la inteligencia artificial a la respuesta a algunos de estos problemas. Cada vez menos, pero todavía mayoritario incluso en esos foros, dominaba el sentimiento de que todavía hay solución posible por la vía de las energías renovables, la economía circular o la permacultura, entre otros leitmotiv ecologistas más o menos usuales. En definitiva, el optimismo de la voluntad.
En mi opinión, no todo lo alternativo debería tener cabida en este foro por mucho que despierte simpatías entre los más preocupados por la crisis climática. Son demasiados asuntos y por tanto poca profundización para problemas de tanta magnitud, lo que resta potencia de fuego y proyección mediática, ya mínima de por sí en los medios mainstream. Creo que habría que poner un énfasis mucho mayor en la articulación y organización de un metamovimiento global no solo de carácter político, sino también de restauración ecológica y de defensa de la Tierra como valor sagrado, basado en una nueva espiritualidad gaiana, objetivamente compartida pero subjetivamente elaborada. Este elemento profundo de cohesión se sentía en la CSC, se respiraba, unía, pero se manifestaba poco o nada en lo formal. (Más sobre esto al final del texto.)
Claro que si una cumbre de este tipo se celebra en pleno Madrid y en una universidad también cooptada (ver foto) es porque los powers-that-be lo consideran por ahora asumible y poco peligroso; estaría por ver hasta qué punto permitirían pasivamente la estructuración de un movimiento global de confrontación no violenta, la más peligrosa. ¿Tendrá que ver con esto el sospechoso hurto de un buen número de ordenadores portátiles de organizadores y asistentes el primer día de la CSC?
Peor de lo esperado
Pero había una nueva contradicción que resultaba ser común a ambos foros: el problema climático, que se conoce desde hace muchas décadas y se considera gravísimo e inminente desde hace algunas, resulta ser mucho peor de lo que se creía hasta ahora. La ciencia más reciente nos habla de impactos mucho peores a igualdad de incrementos de temperatura, desestabilizaciones generalizadas y la activación de puntos críticos en sistemas terrestres críticos a incrementos de temperatura menores de lo que se creía y mucho antes de lo que se tenía por cierto.
Todo es peor, mucho peor de lo esperado y la comunidad científica comienza ya a decir tímidamente en público lo que hace años lleva diciendo a gritos en privado: +1,5 ºC son imposibles, +2 ºC muy improbables y, a partir de ahí, hay que empezar a considerar la amenaza existencial a que conduciría la vida propia que adquiere el sistema climático debido a sus lazos de realimentación positivos: no podemos saber a qué incremento de temperatura se va a detener el proceso, si es que lo hace de alguna forma.
Solo marginalmente esta situación fue tratada en algunos de los actos de la cumbre azul, la oficial, y en alguno de los de la cumbre social en el que participó quien suscribe. La perspectiva holística, las conexiones energía-clima-economía-biosfera-alimentación, la perspectiva de sistema complejo adaptativo disipativo y de la biosfera como un todo —Gaia, en definitiva— sigue sin estar presente en la medida que debería.
De modo que negociar lo innegociable (nadie puede negociar con nadie las leyes de la termodinámica o la física cuántica que explica el efecto invernadero) ya resulta una contradicción. Pero si además los eventuales acuerdos de un lado, o las respuestas del otro, no están basados en el mejor conocimiento disponible, tampoco van a resolver nada y solo van a servir para perder el tiempo en el mejor de los casos y energía física y moral en el peor. Esta es la nueva realidad; este es el auténtico estado de emergencia. El climático, pero también el intelectual.
¿Ecofascismo en el horizonte? Respuestas
Sin embargo, el bloqueo que se produce en la COP oficial podría estar escondiendo movimientos más de fondo. Algunos insiders, observadores cualificados ellos, han manifestado un pálpito inquietante. Un bloqueo político frente a una opinión pública mundial que comienza a despertar es algo que verdaderamente no puede mantenerse por mucho tiempo. ¿Estarían algunos países bloqueando el proceso político por motivos diferentes, o complementarios, a los generalmente supuestos, meramente económicos? De ser así, ¿qué razones les moverían?
En 2023 vence un plazo según el cual el Acuerdo de París debe actualizarse. Es presumible que la preocupación y la presión de la calle sea ya muy elevada, a la vista de la escalada del peligro manifestada en fenómenos extremos cada vez más frecuentes, intensos, persistentes y visibles. Esa población estaría ya, por entonces, dispuesta a aceptar medidas extraordinarias. Según este razonamiento, la respuesta de los powers-that-be, que habrían estado esperando ese momento —cuando no provocándolo— consistiría en imponer medidas contundentes para cuya implementación exigirían una organización social mundial y local fuertemente autoritaria y, desde luego, liderada por ellos. Una población muy asustada y sin alternativas concretas y unitarias presentaría resistencia, pero no la suficiente como para bloquear esta dinámica.
El fascismo siempre surge del miedo. El ecofascismo surgiría del miedo ecológico, del pavor que genera la casa que se quema y se hunde. Los powers-that-be estarían buscando aquello que llevan pretendiendo desde los tiempos de la Trilateral, allá por los años setenta: consiguieron entonces limitar la democracia; ahora conseguirían por fin dejarla residual. Esta perspectiva no tiene nada de inverosímil. Efectivamente, el poder mundial se dirime en la COP.
Así pues, es necesario prevenir esta dinámica. Es imperioso definir cuál vaya a ser el sujeto social de contención y respuesta, y no parece haber otro más activo y consciente de sí mismo que el que participaba y se reflejaba en la cumbre social de Madrid. La próxima CSC debería centrarse en jugar un papel en este sentido: tal vez alrededor de la idea cohesionadora de la sacralidad de la Tierra y de la definición de un nuevo sentido de la vida: una nueva cosmología, más rica y sabia, puede resultar muy atractiva y altamente cohesionadora. Una sacralidad laica —o no, a elección de cada uno, en todo caso inclusiva— y centrada en una nueva relación con la Tierra, con Gaia (¿orgánica?) como sujeto de respeto supremo. En todo caso, una espiritualidad compartida, asociada idealmente a un proyecto político también inclusivo necesariamente alejado de modas ecomodernistas más o menos bien vestidas para el fin de fiesta en curso.
Es posible que este zeitgeist esté llegando y alcanzando una masa crítica global, que convendría impulsar. Por todo el mundo están surgiendo iniciativas en este sentido, activas y de ninguna forma meramente contemplativas. Invito a los colectivos activistas de mayor base intelectual materialista a hacer el esfuerzo de distinguir entre religión y espiritualidad, y a contribuir sin prejuicios al desarrollo de nuevas expresiones de esta última coherentes con las necesidades del presente. Y a sorprenderse con sus posibilidades, también en el orden personal.
Una tarea que se antoja titánica y urgente, pero la única viable para quien suscribe y a la que valdrá la pena prestar atención e intentar contribuir a su desarrollo.
[Fuente: revista 15/15/15]
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