¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Antonio Turiel
Escondida y a la vista de todos
Queridos lectores:
Como muchos de Vds. sabrán, estos días he estado en la COP 25. Bueno, en realidad no he asistido propiamente a la presente edición de la Convención de Naciones Unidas sobre el Clima (que eso propiamente es la COP 25), sino a un evento paralelo que ha montado el Gobierno de España en el mismo recinto ferial donde estaba la cumbre real. Este evento paralelo (albergado en lo que han denominado «zona verde») es un espacio financiado y ocupado en su mayoría por empresas. Yo he pasado unos días en el stand del CSIC, ubicado en esa «zona verde» de libre acceso al público general, mientras la verdadera cumbre tenía lugar en la «zona azul», a la que no se podía acceder sin acreditación tramitada por la ONU. Mi trabajo estos días ha consistido en atender al público general y a medios de comunicación que se acercaba al stand, explicándoles que el CSIC es el mayor organismo de investigación de España, con más de 120 centros y 11.500 trabajadores (la mayoría de la gente desconoce esto, e inclusive que en el CSIC se realiza investigación de muy alto nivel), explicándoles también mi propio trabajo y contestando preguntas sobre el Cambio Global. Eso, en un stand pequeñito, compartido con otros Organismos Públicos de Investigación españoles (el stand era del Ministerio, no del CSIC) y en un lugar un tanto arrinconado de la zona verde (tanto que pasó Greta Thunberg con todo su revuelo por la zona verde y ni me enteré). La mayor parte de la zona verde estaba ocupado por grandes empresas, sobre todo españolas, en cuyos mostradores contaban a todo quien les quisiera escuchar cómo se están esforzando ya en disminuir sus emisiones y lo mucho más que las van a disminuir en los próximos años.
El camino desde el metro hasta el pabellón de la zona verde no es que fuera mucho mejor, en cuestión de hipocresía empresarial.
El resto del espacio estaba organizado en diversos auditorios más o menos separados, donde se efectuaban mesas redondas y charlas, algunas de las cuales eran ligeramente interesantes; por desgracia, dado que el pabellón era un espacio diáfano, sin tabiques, la acústica era horrorosa y en algunos momentos de mayor afluencia el simple rumor de los visitantes hacía difícil inclusive hablar de tú a tú en nuestro stand (no digamos ya seguir las ponencias de los auditorios). A las 6 de la tarde comenzaban los ensayos de los conciertos que se retransmitían por Radio Nacional desde el auditorio central, y a partir de esa hora ya no tenía sentido continuar allí, en parte porque ya no pasaba nadie y en parte por el estruendo.
En suma: una feria en la que las grandes empresas han intentado convencer al gran público de que están haciendo realmente algo para hacer frente a la crisis climática, y en la que los que realmente trabajamos en estos temas fuimos arrinconados y ninguneados. Teniendo en cuenta que para el público general ésta era la única parte accesible, no sé qué impresión se habrán llevado de lo que es una COP. Para mi, el mejor resumen de lo absurdo que era todo es la imagen que COTEC había puesto justo en frente de mi stand.
Para quien no conozca la historia de esa foto, se denomina «pálido punto azul«, y es una imagen captada por la sonda espacial Voyager 1 a 6.000 millones de kilómetros de distancia de la Tierra. Se le dio la orden a la sonda de girarse y transmitirnos esa imagen justo cuando estaba a punto de abandonar el Sistema Solar. A esa distancia, la Tierra se ve como un punto de color azul pálido, casi imperceptible (la imagen se ha mejorado para resaltarlo). Esta imagen, una de las más emblemáticas de la exploración espacial, dio lugar a una famosa reflexión de Carl Sagan que si desconocen les recomiendo leer (en el enlace de la Wikipedia, por ejemplo). Todo el texto es imprescindible, pero quiero rescatar aquí las frases finales:
Se ha dicho que la astronomía es una formadora de humildad y carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de los conceptos humanos que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos mejor los unos a los otros, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido.
Después de leer esto, relean el mensaje que el «creativo» ha puesto al lado de tan emblemática imagen. Sinceramente, no sé si reír o llorar. En todo caso, creo que la absoluta disfuncionalidad comunicativa de ese cartel ilustra perfectamente qué ha sido la zona verde de la COP.
¿Y qué pasa con la zona azul, la verdadera COP25? Pues de momento poca cosa, aunque las sesiones durarán aún hasta el viernes. La discusión está centrada en farragosas cuestiones «técnicas», entendidas como tales las componendas y chalaneos de las partes negociadoras sobre aspectos que se nos presentan como fundamentales cuando son en realidad accesorios y que no abordan el fondo de la cuestión: que si cuáles son los plazos para la comprobación de los objetivos, que cuáles son los mecanismos para la compra y venta de derechos de emisiones, etc. En esencia lo que se está haciendo es cerrar aspectos legales de cuestiones que quedaron en el aire en el Acuerdo de París (que ya tiene bemoles que estén aún abiertos, cuatro años después). En suma: no cabe esperar nada realmente útil de esta COP25.
Y sin embargo es obvio que algo se mueve, y mucho. En la opinión pública, es cierto, gracias a figuras como Greta Thunberg entre otras; pero sobre todo entre los grandes agentes económicos y políticos. Al fin y al cabo, la opinión pública es fuertemente influenciable a través de los medios de comunicación de masas, y es muy destacable la campaña continua que están haciendo los medios para poner por fin de relieve la gravedad de la crisis climática. En sí, tal énfasis no me parece mal: hace años que digo que el problema del cambio climático (así como el del Peak Oil, pero eso es harina de otro costal) es tan grave que debería ser noticia de portada cada día en los noticieros. Y justamente eso está pasando ahora mismo: exacerbado estos días con la cumbre de Madrid «capital de Chile» (Pedro Sánchez dixit), por supuesto; pero que en realidad se ha venido fraguando desde hace ya unos cuantos meses, y presumiblemente va a continuar, aunque sea con menor intensidad, en el futuro. Lo que para mi es importante es que la opinión mayoritaria ahora en el mundo empresarial (principalmente el español, que es el que conozco de primera mano, aunque sé que pasa también internacionalmente) es que el cambio climático es cierto. Este cambio de posición es muy significativo, porque ese mundo empresarial ha mayoritariamente defendido hasta hace poco justo lo contrario, y ahí están los voceros de la intoxicación y desinformación climática, bien pagados por esas mismas empresas, aún gritando sus mentiras (los más avispados ya han plegado velas, mientras que los más cerriles, por falta de agilidad mental o mera estulticia, perseveran contumazmente en lo que estaban, sin comprender que sus amos ya no ven con buenos ojos lo que hacen y que ya no les van a pagar el estipendio por unos servicios que ya no desean).
Lo que se ve claramente, en todo caso, es que hay un reposicionamiento del gran capital, que aspira a convertir el cambio climático en una nueva «oportunidad de negocio». No lo digo yo: esa misma expresión se ha podido encontrar en muchas de las «mesas de debate», tanto en la zona verde como en la azul de la COP25. Al mismo tiempo, veo en los medios un masivo bombardeo a la ciudadanía de ciertas consignas, y particularmente que va a hacer falta hacer «sacrificios», «hacer cambios importantes en nuestro estilo de vida», «priorizar la protección del planeta al bienestar» y otras ideas-fuerza del mismo jaez. Es decir, que los empresarios están pensando en la «oportunidad de negocio», mientras que a los ciudadanos se les pide «sacrificios». Y como guinda de este pastel, una idea que cada vez se repite con mayor fuerza: el Green New Deal.
El Green New Deal se ha convertido en poco tiempo en la bandera bajo la cual se quiere agrupar a todo el mundo, es la respuesta a nuestros problemas que todo el mundo parece aceptar. La última sesión de la COP25, este viernes, está dedicada al Green New Deal. No casualmente, el Parlamento Europeo, a instancias de la nueva Presidenta de la Comisión Europea, va a debatir hoy mismo un Green New Deal para Europa. El Green New Deal es el Plan A, es la tabla de salvación, es la gran solución a nuestros problemas, es el programa de futuro al cual todos debemos adherirnos.
Solo hay un problema.
El Green New Deal es un fiasco total. No tiene ningún sentido, no aborda en absoluto los problemas reales que tenemos. El documento original es de una vaciedad hiriente. La falta de contenido real, siquiera de comprensión de la situación general, hace que esas palabras, Green New Deal, realmente no signifiquen nada en absoluto. O en realidad sí. Porque el planteamiento que de una manera cada vez más o menos abierta se está haciendo del Green New Deal es una idea ya conocida y en su momento denostada porque no iba a la raíz del problema y en realidad lo agravaba: el Capitalismo Verde. El Green New Deal es, ciertamente, el Capitalismo Verde versión 2.0; pero incorpora algunas ideas nuevas que son muy preocupantes. Así, si en el Capitalismo Verde versión 1.0 el planteamiento era que podíamos mantener tal cual el capitalismo (a pesar de que la finitud del planeta contradice por completo un sistema económico basado en el crecimiento perpetuo), simplemente substituyendo las energías fósiles por energías renovables, el planteamiento del Green New Deal es que no basta con esa substitución, sino que además va a hacer falta algunos sacrificios, sobre todo a corto plazo. Sacrificios que se le están pidiendo a la ciudadanía, porque sobre todo lo que no se puede comprometer es el crecimiento económico.
Ese discurso del «sacrificio necesario» obviamente no es muy estimulante y por supuesto genera contestación social, que probablemente se irá haciendo más fuerte a medida que se vaya implementando este plan. Está claro que es algo que se ha intentado evitar tanto como se ha podido, pero ya estamos en una situación de emergencia y no va a quedar más remedio que tomar medidas drásticas, duras e impopulares. Pero la emergencia no es la climática (ésa es una urgencia, pero no es algo realmente inesperado). La verdadera emergencia es el peak oil.
Recordemos los hechos clave.
La Agencia Internacional de la Energía lo avisó claramente en el informe anual de 2018 (aunque este año lo hayan disimulado): de aquí a 2025 la producción de petróleo podría llegar a caer de tal manera que no cubriese hasta el 32% de la demanda en el peor de los casos. Según la propia AIE, se espera que se produzcan diversos picos de precios antes de 2025 y puede haber problemas de suministro en algunos países.
De hecho, si las petroleras continúan su desinversión creciente la situación de la producción de petróleo para 2040 podría ser catastrófica.
Conviene no olvidar que el petróleo representa un tercio de toda la energía primaria consumida en el mundo, que el carbón (segunda fuente en importancia, con casi el 30%) también está en retroceso, que exactamente lo mismo le pasa al uranio y que el gas natural llegará a su máximo probablemente la década que viene. Las fuentes de energía que nos proporcionan el 90% de toda la energía que se consume hoy en día están tocando su máximo producción, y en las próximas décadas irán dándonos cada vez menos energía, en una caída que a veces será más paulatina y otras veces será más rápida. Y a pesar de tantas exageraciones publicitadas en los medios, las energías renovables no están en disposición de producir tanta energía, y mucho menos en tan breve plazo.
El hecho es que las compañías petroleras están retirándose del negocio del petróleo, pero no por conciencia ecológica, sino simplemente porque no hay negocio. Las fuentes de hidrocarburos líquidos que nos quedan son cada vez más caras y poco rentables (no solo económicamente, también energéticamente). Ya lo dijo Antonio Brufau, presidente de Repsol, en unas declaraciones al Financial Times el año pasado: Repsol ya no va a invertir en buscar nuevos yacimientos porque no son rentables. Y cuando hace unos días Jon Josu Imaz, Consejero Delegado de Repsol, anunció que van a provisionar casi 5.000 millones de euros este mismo año (lo que les mete en pérdidas) para cubrir la devaluación de sus activos (yacimientos de gas y petróleo) no es por su objetivo de ser «neutrales en carbono» para 2050, como anuncian, sino porque simplemente saben que en realidad la mayoría de ese gas y petróleo no es producible porque no es rentable ni energética ni económicamente.
La situación es, en realidad, muy apurada. Al inminente (si no se ha producido ya) peak oil del mundo le acompaña la situación aún más grave del diésel: la producción de diésel lleva ya cuatro años estancada y probablemente ha comenzado ya su declive, anticipándose por tanto al declive del petróleo.
Ese declive más temprano del diésel es debido a que los petróleos no convencionales, introducidos en los últimos años para compensar la caída del petróleo crudo convencional (recordemos que el petróleo crudo convencional ha caído desde su máximo de 70 millones de barriles diarios —Mb/d— en 2005 a menos de 67 Mb/d actualmente), no son tan buenos para producir diésel. Por eso la producción de diésel cae antes. Y recordemos las graves consecuencias económicas que tiene ya y va tener el retroceso del diésel.
Ésta es la situación, y ésta es la verdadera emergencia, el problema que pasa desapercibido al común de la ciudadanía: nos estamos quedando sin energía fósil y las renovables no pueden, ni de lejos, cubrir un vacío tan grande. Un problema que, si se entendiera de verdad, explica por qué el Green New Deal es solo una capa de maquillaje para evitar abordar el problema de fondo, a saber, que no se puede mantener el capitalismo tal y como lo hemos entendido en las últimas décadas. Porque si se aceptase que en realidad hemos empezado el inevitable declive energético, entonces se tendría que empezar a hablar sobre cómo afrontar el postcapitalismo, en qué vamos a hacer a partir de ahora. Y en ese caso seguramente el esfuerzo a hacer se tendría que repartir de otra manera, porque ya no valdría el argumento de que se tiene que proteger a las empresas para mantener el crecimiento económico, ya que solo con crecimiento económico se pueden resolver problemas como el paro o las desigualdades sociales. En un mundo en decrecimiento energético, el decrecimiento económico es inevitable: ésta es la realidad física inexorable. Por tanto, si el crecimiento económico ya no será posible (no de manera duradera), el debate cambia de raíz, y el foco se tendría que poner en el replanteamiento del sistema productivo, económico y social; en cómo garantizar el bienestar y los derechos a la mayoría de los ciudadanos. Porque mientras que el foco se ponga en favorecer la actividad económica y a las empresas para poder tener ese crecimiento económico ya imposible, lo que va a suceder es que se van a reducir ese bienestar e incluso esos derechos; encima, a pesar de ello y de todas maneras, sobrevendrá el decrecimiento económico.
Ése es el debate que se hurta de todas las miradas aunque sus signos sean evidentes, a plena luz del Sol. El decrecimiento es inevitable, pero se intenta disfrazar de otra cosa para no cambiar las estructuras de poder, para no tener que hablar de cómo distribuir esta carga de una manera más equitativa. Por eso se dicen las cosas que se dicen, para disfrazar los síntomas de nuestro inevitable declive. Por eso se anuncia el pico de la demanda de petróleo y en general de energía, porque «los consumidores, concienciados, pretenden disminuir las emisiones de sus coches», cuando en realidad el grueso de las emisiones lo produce el transporte y no el vehículo privado. Se pretende hacer creer que los ciudadanos se van a pasar a la quimera imposible del coche eléctrico, cuando en realidad lo que va a pasar es que no van a poder permitirse tener un coche propio (excepto los ricos, claro, que esos sí que van a tener coche que alimentarán con placas fotovoltaicas subvencionadas por todos nosotros). Se nos dice que la conciencia ciudadana va a hacer que en las grandes ciudades se utilice más el transporte público, sin explicar que ya está saturado y que es insuficiente para cubrir las necesidades de tanta gente que viven en ciudades dormitorio y urbanizaciones crecidas al calor de la pasada abundancia energética. En suma, se hace creer a la ciudadanía de que se van a poder hacer ajustes para mantener el sistema capitalista tal cual, cuando en realidad éste está tocado de muerte y si nos empeñamos en mantenerlo va a causar mucho más dolor y sufrimiento, y pondrá en peligro hasta el concepto mismo de democracia.
Como colofón de mi implicación en los actos que el CSIC ha organizado con motivo de la COP25, ayer participé en una mesa redonda celebrada en la Residencia de Estudiantes, en la que un grupo de científicos proponíamos a los políticos medidas concretas para luchar contra el cambio climático (en realidad, yo siempre voy más allá y hablo de Crisis de Sostenibilidad, que incluye todos los problemas ambientales —no solo el cambio climático— y también el problema de la escasez de recursos, de biodiversidad, de acceso al agua, de salud, de equidad, y así un largo etcétera).
Yo incidí en un dato que me parece preocupante: unos días antes de la COP25 la ONU anunció que para tener un 66% de no superar el peligroso umbral de 1,5ºC de calentamiento respecto a la temperatura de la época preindustrial se necesitaba que de 2020 a 2030 las emisiones de CO2 se redujeran un 7,6% anual. Eso quiere decir que de aquí a 2030 tendríamos que reducir las emisiones un 55%. Como comenté, con la tecnología que tenemos hoy en día y en tan breve lapso de tiempo, eso no es posible si no va acompañado de una disminución del consumo de energía de un tamaño semejante, quizá no del 55% pero desde luego no lejos del 40%. Piensen que la Gran Recesión supuso una caída (momentánea) del consumo de energía global del orden del 8%; aquí estamos hablando de 5 veces más y además con carácter permanente. Es difícil imaginar la magnitud de la contracción de la actividad económica que sería necesaria para conseguir tal objetivo, pero eso es a lo que deberíamos de aspirar. Eso solo tiene un nombre, por más que se quiera ocultar: Decrecimiento. Una periodista asistente quiso que cada uno de los miembros de la mesa (éramos 8) dijéramos qué, concretamente, propondríamos a los políticos para hacer frente a esta crisis de sostenibilidad. 6 de nosotros lo dijimos con toda claridad: Decrecimiento. Ésa es la realidad, no solo necesaria pero inevitable. Ésa es la verdad que se esconde cuando está a la vista de todos.
[Fuente: The Oil Crash]
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2019