La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Miguel Muñiz
Greta y Donald actúan en la ONU
Con sólo un día de diferencia, Greta Thunberg, la adolescente sueca elevada a símbolo de la rebeldía juvenil contra el cambio climático, y Donald Trump, el presidente USA considerado el negacionista número uno del mismo, han intervenido ante la asamblea de las Naciones Unidas en lo que acaso sea el mejor ejemplo de esquizofrenia global del capitalismo especulativo en versión debate político.
Comencemos por Greta, una joven que padece el síndrome de Asperger, cara visible de lo que se define como el movimiento juvenil “Viernes por el Futuro”, que consiste en que adolescentes y jóvenes, de países ricos y mayoritariamente europeos, faltan a clase los viernes para presionar a los políticos y que digan la verdad sobre la catástrofe climática.
Como corresponde al progresismo global, Greta encabeza un movimiento sin estructura aparente detrás. Analizando su expresión más visible, la ExtinctionRebellion, se comprueba la enorme distancia entre la gravedad de un conflicto que afecta de manera desigual y compleja a toda la Humanidad, y la banalidad de su enfoque y diagnosis, comenzando por la declaración enfática de que vivimos en un sistema tóxico del que nadie tiene la culpa. Una contradicción más a sumar al extenso catálogo de despropósitos y desmesuras propagandísticas bondadosas que culminan con la imagen de Greta Thunberg cruzando el Atlántico en el Malizia II, un velero de fibra de carbono y diseño vanguardista, propiedad de un empresario vinculado a la aeronáutica, como símbolo de su voluntad de no emitir Gases de Efecto Invernadero.
El breve discurso de Greta en la ONU siguió el patrón ya conocido: emotividad, enfado y agresividad adolescentes adornada con unos cuantos datos y cifras globales, lo mínimo para provocar una reacción emocional primaria, que enmascare la profundidad y complejidad del colapso y las enormes desigualdades entre regiones, territorios y grupos sociales que lo sufrirán y los que sacarán beneficios. Banalidad disfrazada de frases rotundas como “Si eligen fallarnos, nunca los perdonaremos. No dejaremos que se salgan con la suya” y locuciones parecidas; mientras las presentes y futuras víctimas del cambio climático, que ni son solamente las y los jóvenes ni son todas, no disponen de una escuela a la que faltar los viernes para llamar la atención a los políticos. De los culpables, que sí existen aunque no se les debe señalar, ni mención. Apelar al todas y todos, es no apelar a nadie.
Sigamos con Donald; si Greta padece el síndrome de Asperger, considerado (dentro de la ignorancia global de la psiquiatría) como la manifestación más ligera del autismo, el largo discurso de Donald es un caso de autismo profundo y extremo. También siguió el patrón que le ha llevado al éxito, en una palabra: patriotismo, pero entendido al modo USA, es decir, bienestar nacional basado en la industria de la guerra, siempre que sea fuera de las fronteras del país imperial. El contenido es un extenso catálogo de irracionalidades nos ahorra el análisis.
Conviene señalar que, al igual que el de Greta, el discurso de Donald fue también una apelación sentimental primaria a los mismos receptores potenciales: las clases acomodadas; para en su caso, y aquí radica parte del éxito de sus toscas proclamas y sus groseras actuaciones, para provocar enfado denunciando las mentiras y falacias del progresismo oficial.
Las actuaciones estelares, pues no cabe otro calificativo para las intervenciones de Greta y Donald, llevan a cualquier persona realmente preocupada por la situación de las victimas reales de la barbarie en curso a cuestionar toda la política mediática. No hay crítica, sólo discursos para personas ya convencidas; acaso la cruda realidad de la geopolítica, ausente en las intervenciones de ambos líderes, sea el único camino para paliar los daños en curso y reducir las víctimas de las catástrofes actuales y las que se avecinan.
Cuando se lea este texto el IPCC habrá reiterado sus vaticinios catastróficos globales, Greta acaso estará cruzando el Atlántico de regreso a casa en su velero puntero, o habrá llegado ya; Donald estará intentando, o quizás consiguiendo, que el poder legislativo USA no lo impute por hacer lo que cualquier político profesional debe hacer hoy, pero a gran escala. Un poder legislativo USA que, no lo olvidemos, está dirigido por una versión diferente de la misma élite que tampoco es culpable de nada; y el gran movimiento juvenil habrá realizado la primera huelga climática (¿contra quién?) con el habitual apoyo ruidoso de los medios del progresismo oficial.
Estamos en época de cambios irreversibles, pero no nos engañemos sobre la potencia de las palabras. En junio de 2017, Jorge Riechmann escribió una reflexión sobre frases rotundas que enmascaran realidades persistentes, en octubre del mismo año la amplió. Conviene leer la versión final de su apunte para valorar el significado del paso por la ONU de Greta y Donald.
29 /
9 /
2019