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Rafael Poch de Feliu

La caridad de los «brazos abiertos» en el mundo que viene

 

La gestión europea de la crisis de los migrantes ha entrado ya de pleno derecho en la colección de los sucesos infames de la historia continental. Con el telón de fondo de los miles de ahogados en la travesía del Mediterráneo, los centros de internamiento en Europa y los campos de concentración en Libia, la Europa bastión de los derechos humanos se convierte en chiste macabro. La crisis de migrantes de 2015 convirtió todo el perímetro exterior de la Unión Europea en territorio cerrado. Desde entonces, se han restablecido, además, los controles en muchas fronteras nacionales del interior de la UE: todas las de Francia y algunas de Austria, Eslovenia, Dinamarca, Suecia, Alemania y Noruega, entre otras.

A más corto plazo, la inestabilidad en Libia es un acicate para que los migrantes de Oriente Medio y África allá concentrados –entre 700.000 y un millón–, así como los propios libios, protagonicen una nueva ola masiva hacia la UE. Hasta ahora la indignación de la opinión pública liberal, o de parte de ella, no ha impedido el avance del discurso antimigración, ni el desplazamiento de las fuerzas políticas de centro hacia posiciones más o menos confesas de derecha radical y no parece que eso vaya a cambiar. 

Todo esto no es más que un anticipo de lo que se nos viene encima. Tendremos 140 millones de nuevos desplazados en América Latina, Asia y África entre hoy y mediados de siglo, estima el Banco Mundial, según el cual, cada año ya se contabilizan 25 millones de migrantes climáticos, una categoría ahora difusa y estrechamente imbricada con los fenómenos de éxodo rural. El Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU eleva la cifra de desplazados a 250 millones en 2050 y el Internal Displacement Monitoring Centre calcula que la cifra puede oscilar entre los 150 millones y los 350 millones para ese año. El New York Times mencionaba el año pasado un informe, según el cual la cifra sería mucho más elevada, hasta 700 millones de desplazados en 2050. El 10% de los mexicanos de entre 15 y 65 años, decía, podrían dirigirse al norte empujados por el incremento de temperaturas, sequías e inundaciones. “Aunque el número exacto de personas en movimiento a mediados de siglo sea incierto, la escala y alcance superará ampliamente todo lo visto hasta ahora”, resumían los autores de otro informe. Así que el más que previsible agravamiento del problema, convertirá en anecdótico lo que hemos visto hasta ahora.

En ese contexto, la caridad de los “brazos abiertos”, por meritoria y necesaria que sea la labor de esas organizaciones, no es una base firme. Si somos serios, el énfasis debería ponerse en la exigencia de una política antiimperialista y anticrematística coherente desde los gobiernos nacionales. Y eso por la misma razón por la que la respuesta al avance de la desigualdad y de la pobreza en nuestros países no es la creación de comedores para indigentes, sino una política social y fiscal determinada menos favorable a los ricos. Estados Unidos y los países de la UE son los mayores emisores-contaminadores históricos y los primeros responsables de intervenciones militares desastrosas. La ola de violencia y emigración hacia Estados Unidos que se conoce en Centroamérica es resultado directo de las violencias de los años ochenta en aquella región bajo la batuta de Washington. ¿Quién se acuerda hoy al hablar de las maras y de los éxodos hacia el Norte?

Humanamente encomiable y obligada, la acción en el Mediterráneo es pura caridad si no va acompañada de la denuncia de las acciones y políticas de la UE que degradan la vida en los países de origen de los migrantes: las intervenciones militares, los tratados comerciales, el apoyo a los regímenes poscoloniales complacientes y la pasividad medioambiental. Limitarse a la postura de “brazos abiertos” es perder la batalla de antemano, enajenándose a los sectores populares que son los que lidian con la competencia laboral y la convivencia intercultural de los recién llegados en una batalla de pobreza contra la miseria en nuestros países, que raramente se juega en los barrios y medios sociales de la izquierda política profesional y que abre una cómoda autopista a los populistas de las derechas. 

La misión de toda fuerza política de izquierda que no tenga vocación de marginal y estéril gesticulación es alcanzar el poder. Entregar su base social y electoral, que objetivamente es mayoría social, al adversario, es todo lo contrario de ese propósito sin el cual no hay cambio posible. Hay que prepararse para los embates del mundo que viene. El de una emigración masiva producto del imperialismo belicista y de la catástrofe climática es uno de ellos. Y quedarse en los brazos abiertos, al vaivén de la puntual emoción mediática y del oportunismo coyuntural, como hemos visto este verano, es perder definitivamente.

 

[Fuente: ctxt.es]

11 /

9 /

2019

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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