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Diego Fusaro

Debate en España

Me gustaría responder rápidamente a dos de los ataques que recibí tras mi entrevista en El Confidencial. Dos ataques que me han impresionado por su hostilidad casi personal. El primero proviene de una independentista catalana que responde al nombre de Alba Sidera Gallart, la cual ha escrito un artículo donde esencialmente, en tono venenoso y, obviamente, sin examinar ninguna de las tesis que defiendo en mis libros y en la entrevista misma, se echa a gritar sin ningún comportamiento argumentativo diciendo que soy un fascista y que soy el caballo de Troya de la extrema derecha; obviamente, es el clásico quod erat demonstrandum, la forma clásica de demonizar al interlocutor para no tener que enfrentarlo. Se difama como fascista y, puesto que con los fascistas no se discute, se evita tener en cuenta la tesis o las tesis que nuestro interlocutor defiende. Una táctica tan antigua como el mundo, que sirve esencialmente para proscribir en lugar de refutar; esta es la prueba de la pobreza del debate de ciertas izquierdas fucsias que, además de haber traicionado a Marx y Gramsci, también han traicionado a Sócrates y al diálogo filosófico, prefiriendo el equivalente de la porra de los fascistas que hoy es la difamación, la demonización y el silenciamiento. Obviamente, a la señora en cuestión —que defiende la independencia catalana y, por lo tanto, ella también lleva adelante una forma de soberanismo identitario contra la globalización y contra el Estado nacional español, en este caso— ni siquiera se le ocurre comprender que sus mismas tesis podrían ser atacadas de la misma forma que las mías. Es decir, por llevar a cabo un discurso de identidad cultural y de soberanía contra la desoberanización globalista y contra los poderes representados en este caso por el Estado español. Básicamente, si los demás defienden la identidad no es bueno, mientras que si la defendemos nosotros está bien hecho. De modo que ella puede defender tranquilamente la identidad catalana y difamar a todos los demás pueblos que defienden la suya. Naturalmente, la hostilidad del artículo requeriría que interviniéramos con la misma hostilidad, pero nos saldríamos fuera de toda conversación filosófica, en la que ya no estamos, y nos asentaríamos en el puro insulto y en el grito. Puesto que no estamos interesados en este aspecto, nos limitamos a señalar lo que ya hemos dicho: que no somos fascistas, no somos de extrema derecha, simplemente no estamos alineados con las izquierdas fucsias que se creen las únicas que tienen el derecho de hablar y difamar como fascista a todo lo que no está dentro de su plano sub-cultural. De modo que, para ellas, también Gramsci y Marx serían esencialmente fascistas. Certificamos que naturalmente no somos ni fascistas ni de derechas, somos simplemente discípulos críticos de Marx y de Gramsci y seguimos llevando adelante su discurso. El problema es que el discurso de Marx y Gramsci es exactamente lo que combaten las izquierdas aliadas del capital cosmopolita y de la internacionalización bancaria y financiera; de las que las izquierdas fucsias son las muletas. En cuanto al otro crítico, que se llama Steven Forti y es de origen italiano, él también ha intervenido en varias ocasiones con un tono polémico, obviamente sin siquiera examinar ninguna de las tesis que yo defiendo. Este último repitió en varios artículos, como la polemista anterior, que soy fascista y de extrema derecha, que apoyo al gobierno de Salvini, que estoy totalmente alineado con la derecha porque me refiero constantemente a la soberanía nacional. Pues bien, quiero aclarar que no estoy en absoluto alineado con el gobierno de Salvini, del que critico, por ejemplo, el uso de Margaret Thatcher como referente, que yo considero como el enemigo número uno de las clases trabajadoras. Por ejemplo, del gobierno de Salvini critico duramente la política exterior: una política exterior que apoya a Bolsonaro en Brasil. Bolsonaro no es un soberanista populista, sino un títere, un Siervo de Washington ultraliberal. Fusaro critica a Salvini y a la política exterior salviniana también por el apoyo que le da a Israel: un Estado canalla desde el punto de vista de Fusaro, un Estado imperialista aliado de la monarquía del dólar, y luego, por supuesto, Fusaro critica incondicionalmente la política exterior de Salvini sobre el caso de Venezuela. Salvini apoyó a Guaidó, el golpe de estado organizado en Washington; Fusaro, en cambio, apoya totalmente primero a Chávez y luego a Maduro como experiencias de un patriotismo socialista antiglobalista y antiatlantista, por lo que, desde este punto de vista, estoy absolutamente en contra de la política exterior de la Liga. Si bien reconozco que, peor que el gobierno “amarillo-verde” (el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga) populista y soberanista, solo hay todo lo demás, principalmente las izquierdas fucsias que son las principales aliadas de la Unión Europea, del capital atlantista, y así sucesivamente. Además, quiero señalar al señor Steven Forti, que dice que soy fascista porque recupero la soberanía nacional, le quiero decir socráticamente lo siguiente: estimado señor Forti, ¿qué Estado, qué experiencia de comunismo en el siglo veinte se ha dado fuera del Estado soberano nacional? ¿Acaso no fue el Chile de Allende un Estado soberano nacional? ¿Acaso no fue también la Unión Soviética una forma de «socialismo en un solo país», como se le llamó? ¿Las democracias socialistas escandinavas no se realizaron en el marco de los Estados soberanos nacionales? Y el lema de Fidel Castro y Che Guevara «patria o muerte» en Cuba ¿acaso no fue el emblema no del fascismo, sino de un socialismo patriótico con una identidad y una base antiglobalista? El mismo Evo Morales en Bolivia, con el programa de las nacionalizaciones, ¿acaso no es una experiencia gloriosa de socialismo patriótico? Obviamente, el señor Forti no contestará porque prefiere gritar como hacen los niños miedosos en la oscuridad, prefiere tacharme de fascista en lugar de analizar mis tesis. Pero, al fin y al cabo, los elementos que he mencionado aquí son la prueba de lo que he venido defendiendo durante algún tiempo, es decir —para permanecer en el ámbito español— como dice Don Quijote: «Si nos ladran, Sancho, es porque cabalgamos». Y estas reacciones descompuestas de las izquierdas fucsias son la prueba de lo que, en resumidas cuentas, ya sabíamos desde hace tiempo: «el mensaje es inadmisible cuando el destinatario es irreformable». Y, aún más, no puede haber cabida para la reflexión crítica en cierta izquierda que no quiere discutir estas tesis, porque si las discutiera debería cuestionar o, como diría Husserl, hacer epoché sobre sí misma y criticar todo lo que ha sido en los últimos treinta años. Porque, seamos sinceros, en los últimos treinta años toda victoria de las izquierdas ha sido una derrota de las clases trabajadoras. Las rotundas derrotas de la clase obrera ocurrieron cuando en Italia estaba D’Alema, cuando en Francia estaba Mitterrand con sus políticas de austeridad, cuando en Inglaterra estaba Tony Blair. Por lo tanto, como pueden ver, hay algo equivocado en el paradigma de la izquierda. Mi tesis es que el paradigma de la izquierda es ahora, de hecho, un paradigma totalmente inclinado hacia el cosmopolitismo liberal, que ha abandonado la causa de los derechos sociales —los derechos de la comunidad y del trabajo— para adherirse a los derechos civiles, como se les llama, que son, en realidad, los caprichos individualistas de consumo de las clases dominantes, que quieren todos los derechos que pueden comprarse concretamente. En resumidas cuentas, estamos ante una especie de aplanamiento integral del citoyen sobre el bourgeois, como diría Marx, es decir, del ciudadano sobre la figura del consumidor, como diríamos hoy más correctamente. Por lo tanto, las izquierdas terminan siendo el brazo cultural y político de la derecha financiera liberal. Quiero agradecer a Manolo Monereo, uno de los comunistas históricos españoles, por el interés que ha demostrado defendiendo mis tesis, esta es la prueba de que el verdadero comunismo, el de Marx y Gramsci y de quienes los siguen fielmente, no puede dejar de aprobar una posición centrada en los derechos sociales y en la soberanía nacional como base del bienestar y de la defensa del trabajo contra los mecanismos diabólicos del capital cosmopolita. También agradezco a Pablo Iglesias de Podemos por haber abordado estos temas varias veces. Por último, le doy las gracias a Daniel Bernabé, quien ha escrito un hermoso libro sobre los derechos civiles como camuflaje de los izquierdistas que han renunciado a los derechos sociales, sobre cómo se fragmenta a la clase trabajadora. Un libro muy bonito publicado por la editorial Akal que he leído y me ha impresionado mucho por la lucidez de su análisis.

 

[Fuente: El Viejo Topo; traducción de Michela Ferrante Lavín]

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2019

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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