La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Antonio Turiel
Respuestas a la emergencia
Queridos lectores:
Estos días de atrás estuve en Milán, en la gran conferencia que organiza la Agencia Espacial Europea (ESA) cada tres años, el Living Planet Symposium (Simposio del planeta vivo). La sesión inaugural del congreso contó con la participación de altos cargos de la ESA, algunos representantes políticos y un chico joven cuya presencia allá en el estrado, al lado de gente tan trajeada e imponente, resultaba un tanto chocante. Cuando por fin tomó la palabra, se identificó como un integrante de Fridays for Future (FFF, Viernes por el futuro), el movimiento de protesta en defensa de la preservación del clima que está arrastrando a miles de jóvenes estudiantes por toda Europa y que pretende presionar a los representantes políticos para que tomen medidas decididas para combatir realmente el cambio climático. «La casa está en llamas», nos decía.
Observo con cierto recelo el creciente protagonismo de FFF, en detrimento de muchas otras organizaciones que llevan trabajando mucho tiempo y con más solidez en los mismos temas, o de otras también de nuevo cuño pero con planteamientos que son menos del gusto de nuestros dirigentes (por ejemplo, Extinction Rebellion). Me parece extraordinariamente positiva la capacidad de FFF de haber movilizado a mucha gente joven en tan poco tiempo, dándoles un proyecto ilusionante y motivador; pero el exceso de protagonismo que se les está dando —inmerecido por su falta de experiencia— me hace temer que el poder político y económico pretende manipular a FFF en su propio beneficio. Quizá no directamente, quizá no para hacerles decir lo que quieren oír; pero posiblemente sí desvirtuando el mensaje de FFF, de modo que con la excusa de que «están haciendo caso a los jóvenes» realmente implementen las medidas que quieren desplegar y que no son precisamente lo que FFF reclama. Para muestra, un botón.
Hace unos días, Cataluña se unía a otras regiones europeas y declaraba el «estado de emergencia climática». Con esta declaración, la Generalitat catalana reconoce que el cambio climático es una amenaza real y presente, contra la que hay que tomar medidas inmediatamente, y en ese sentido propone una serie de actuaciones que ahora analizaremos.
Se ha criticado que la declaración del Govern es más estética que efectiva, ya que, por ejemplo, no propone un calendario concreto para la puesta en marcha de esas medidas. Sin embargo, a mi ese problema me parece mucho más pequeño que el hecho de que las medidas propuestas no son verdaderamente adecuadas ni van a la verdadera raíz de los problemas.
Hay que comenzar por entender una cosa. No estamos viviendo una situación de emergencia climática; en realidad, lo que tenemos es una situación de emergencia energética. El problema ambiental (en general, no solo el cambio climático) es grave y reclama medidas urgentes, pero no es una emergencia. Lo que sí que es una emergencia es hacerle frente al descenso energético que ya tenemos no delante sino bajo nuestros pies. Lo que verdaderamente plantea una emergencia seria para los próximos años es el anunciado declive de la producción de petróleo, el peak oil, como reconoce la propia Agencia Internacional de la Energía.
Y como consecuencia de lo anterior, lo que ya está a punto de poner de rodillas al sistema de transporte mundial, base de toda la economía globalizada, es el descenso de la producción de diésel.
El declive rápido del petróleo y el aún más rápido de algunos combustibles que de él se derivan nos lleva una verdadera situación de emergencia (fíjense en este artículo de Financial Times de esta misma semana), que reclaman una actuación ya mismo. Una actuación que de momento está consistiendo en endosar el peso de estos problemas de manera desigual entre países y dentro de cada país, pero que en pocos años más reclamará que se tomen medidas más drásticas.
Es, por tanto, el descenso energético la verdadera emergencia, y se está utilizando el problema del cambio climático, que ciertamente es grave y reclama medidas urgentes, para justificar actuaciones que en realidad van más conducidas a afrontar el problema del peak oil que el del cambio climático. Eso en sí no sería problemático porque ambos problemas necesitan de medidas similares, pero justamente al ningunear que hay un problema energético el planteamiento que se está haciendo conduce a un modelo de transición que no es ni justo ni igualitario. Peor aún, amparándose en la emergencia climática se pretende hacer un verdadero trágala con cosas que no resistirían el más mínimo análisis si se examinasen desde la perspectiva de la verdadera emergencia, la energética.
Examinemos con algo de detalle qué medidas propone el Govern de la Generalitat para hacerle frente a esta emergencia que han declarado.
- Simplificación administrativa: Para la Generalitat, una de las barreras en la transición energética es el fárrago administrativo al que tienen que hacer frente las diversas medidas (no explicitadas) que deberían reducir las emisiones de CO2 y conducir a la transición energética. Si bien es cierto que en España los trámites administrativo resultan a veces redundantes y generalmente pesados, eso es así igual para cualquier actividad. La insistencia en las diversas leyes, tanto de ámbito estatal como autonómico, en esta «simplificación administrativa» específicamente para estos fines (cuando debería desearse para todas las actividades) hace pensar, más bien, en un deseo de eliminar controles y favorecer ciertos negocios, probablemente oligopólicos, en los que ya se está pensando.
- Incrementar incentivos y priorizar políticas: De nuevo muy inconcreto, con el único aspecto de contenido que es que se habla explícitamente de «desnuclearización» —esto puede resultar inapropiado para algunos sectores, pero es una consecuencia lógica del cada vez más indisimulable «pico del uranio«—. De nuevo, esto parece más bien preparar el desvío de recursos públicos a esta «lucha», lo cual puede favorecer, según el modelo renovable al que se dice tender, el acaparamiento por unos pocos.
- Priorizar en las políticas aquellas opciones de menor impacto climático: El sobreénfasis en la parte «climática» del problema más amplio, el ambiental, es bastante preocupante, porque es bien conocido que algunas de las opciones tecnológicas ahora denominadas «verdes» tienen un alto impacto ambiental, generalmente porque implican el uso de materiales (por ejemplo, tierras raras) que se explotan en condiciones de verdadera devastación ambiental. Aunque, claro, no aquí sino a miles de kilómetros de distancia. De momento.
- Adoptar medidas para detener la pérdida de biodiversidad y para recuperar ecosistemas: Nada que objetar al fin perseguido, pero esto es algo que se quiere desde hace décadas y nunca se ha hecho nada efectivo. ¿Qué se va a hacer esta vez que vaya a dar un resultado diferente? ¿O es que este punto —muy breve, encima— se pone aquí para figurar?
- Identificar y acompañar aquellos sectores de la economía que tienen que hacer la transición para que se adapten, promoviendo la economía circular y los puestos de trabajo verdes: Casi se podría decir «todo mal» en este punto. En primer lugar, no hay un solo sector de la economía que no tenga que hacer la transición. Que se plantee que se tienen que identificar ya nos da una idea de que lo que se pretende es solo centrarse en algunos aspectos, que por supuesto son aquellos que se van a ver más comprometidos: la industria del automóvil, el transporte por carretera, la minería del carbón y las centrales térmicas asociadas,… y seguramente poco más. Existe la impresión de que realmente no hay que transformarlo todo, solo algunas cosas clave, al menos durante los primeros años: aquellas cosas a las cuales el peak oil va a golpear primero. El problema es que el declive de la producción energética, si se mantienen las previsiones, puede ser demasiado rápido y entonces esta idea de «evolución lenta» puede fracasar estrepitosamente. Y lo de promover la economía circular es un brindis al Sol: una economía verdaderamente circular, por definición, es incompatible con el crecimiento exponencial que necesita el sistema económico actual, y nadie se está planteando seriamente abandonar el paradigma capitalista tal y como se concibe hoy en día; y ejemplo de eso mismo es la referencia a los puestos de trabajos verdes: se está pensando en el capitalismo verde, una falacia en sí misma pues nada que crezca indefinidamente puede estar en verdadero equilibro ecológico. No se quieren abordar los cambios realmente necesarios, solo poner parches para aguantar unos años más.
- Adoptar medidas para reducir los impactos sobre los colectivos más vulnerables tanto al cambio climático como a la transición energética: Aunque lo que se dice no deja de ser un brindis al Sol (¿Qué medidas? Si se conocieran, ¿no se estarían aplicando ya?) lo verdaderamente interesante de este punto es el reconocimiento de que la transición energética va a perjudicar a determinados colectivos, que típicamente serán todos aquellos que dependan en mayor o menor medida de los coches, pero que en general acaban siendo toda la clase media por el sobreesfuerzo económico que se tendrá que hacer para pilotar una transición que puede estar más pensada para los intereses de las clases pudientes que para los de las trabajadoras.
- Asumir un nuevo modelo de movilidad urbana: Se menciona explícitamente el clásico transporte público (ya saturado en las grandes urbanas y sin posibilidad real de progresión); pero se introduce también el vehículo compartido (una necesidad creciente de las clases medias, dada la tendencia al encarecimiento del coche), la micromovilidad (bicicletas y patinetes, a veces eléctricos, que es por donde claramente va a ir la apuesta de movilidad de las grandes ciudades para las clases medias) y los vehículos de emisiones cero (verbigracia coches eléctricos, que serán los vehículos de las clases pudientes).
- Declarar estratégicas las instalaciones fotovoltaicas más avanzadas: Ésta es una de las propuestas más curiosas, porque, ¿qué quiere decir que sean «estratégicas»? Sin duda, que gozarán de ciertas subvenciones y privilegios, que solo estarán al alcance de personas de alto status socioeconómico (lo que denunciaba Beamspot en su artículo sobre la bomba fotovoltaica de riqueza).
- Desarrollar una estrategia para la implantación de sistemas fotovoltaicos y eólicos: Aquí se ve que el modelo en el que se piensa es en el capitalismo verde: vamos a cambiar fósiles por renovables. ¿Alguien les ha dicho que las renovables tienen límites y que aunque se consiguiera hacer la transición requerirá mucho esfuerzo y se tendrán que modificar los objetivos de la sociedad, y en particular abandonar la idea del crecimiento económico? ¿Que planificar esa transición es algo muy complejo, que requiere mucho estudio previo (como lo que hacemos con el proyecto Medeas)? ¿Que acumular sin más nuevos sistemas de generación no es necesariamente ir en la buena dirección?
- Hacer cada año un pleno monográfico sobre el cambio climático en el Parlament: Eso en sí no es malo; hará falta ver la calidad de las discusiones.
- Revisar la legislación para detectar qué normas favorecen las emisiones de CO2: Ya se lo digo yo: todas. Al menos, todas las de carácter económico. Desde el momento en que el objetivo de la política económica sea el crecimiento, se necesitará siempre consumir cantidades crecientes de energía (pues el ahorro y la eficiencia no sirven si el objetivo es crecer por culpa de la Paradoja de Jevons).
En resumen: muchas expresiones de buena voluntad y muchas medidas que intentan parchear un sistema económico que hace aguas pensando en una sustitución energética que nunca podría ser completa de la manera que se plantea pero que sí que favorecerá las desigualdades, tal y como se plantea. Lo peor que es con estos planteamientos todos tendremos que aceptar esa manera injusta de repartir el esfuerzo de la transición, en aras de ese objetivo mayor, como sacrificio para poder superar la «emergencia climática».
¿Qué se tendría que hacer?
Habría que empezar por reconocer la verdad. Habría que empezar por decir que tenemos una crisis energética que amenaza nuestra estabilidad como sociedad y que se va a desarrollar con mucha intensidad durante los próximos años. Habría que empezar a decir que hay que hacer cambios profundos, no simplemente cosméticos. Habría que explicar que una verdadera propuesta de futuro ha de contener una reforma radical de toda la sociedad, empezando por el sistema financiero y productivo.
No se trata de adoptar ningún plan propuesto por alguna parte, pero al menos se tendría que empezar a discutir seriamente sobre los problemas y las posibilidades. La alternativa es no hacer nada, es decir, dejar que el plan actualmente trazado siga su curso y que por tanto nos lleve a algo bien concreto. Algo no nos va a gustar.
[Fuente: The Oil Crash]
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5 /
2019