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Pascual Serrano

Podemos e Izquierda Unida, de dónde venimos a dónde vamos

 

Me temo que yo tampoco voy a poder evitar sacar mis conclusiones de las elecciones del pasado 26 de mayo. Y como mi análisis se quiere centrar en la perspectiva de la izquierda, cómo le ha ido, hacia dónde va, cuáles han sido los problemas y cuáles las dificultades, la primera conclusión es que tras cinco años de Podemos y ocho del 15M estamos en el mismo sitio (o peor) en términos de poder institucional. Algunos ejemplos: En Castilla-La Mancha o en Cantabria, IU no tenía representación y ahora tampoco la tiene Unidas Podemos. En Castilla y León sigue igual con un diputado. En el resto uno más o uno menos. En el Parlamento Europeo teníamos 6 diputados de IU y 5 de Podemos, ahora tenemos 6 de Unidas Podemos. Las alcaldías de Madrid y Barcelona han vuelto a lo de siempre. Parece que se acabó el experimento.

El invento de Podemos ha quedado en nada. Como diría un labriego, para este viaje no hacían falta alforjas. En realidad, y en mi opinión, lo que ha quedado en nada -porque nunca fue algo- fue el 15M. Ya lo dijo Anguita, antes de llenar las calles de gente deberíamos haber llenado las cabezas de la gente. Lo he escrito en alguna ocasión, el 15M fue una convocatoria de Facebook de indignados sin rumbo y Podemos un estado de ánimo donde se recogieron. Fue una deflagración de fogueo, en la que parecía que se derrocaba todo para, al final, no cambiar nada. Se gritaba algo similar a aquella consigna de la Argentina rabiosa por el corralito de “que se vayan todos”, pero al final los únicos que se han ido han sido los de Izquierda Unida y los de Podemos. Porque la derecha sigue ahí, con la misma representación, tricéfala y más casposa. El PSOE mejorando, y menos mal.

Se satanizaron los partidos políticos clásicos, se encumbró la juventud y jubilamos a todos los líderes de más de cincuenta años para sustituirlos por treinteañeros jóvenes y guapos, cerramos los locales de los partidos para visitar (decíamos “tomar”) las plazas y sobre todo teclear en el ordenador y los móviles. Los discursos dejaron de ser complejos y elaborados y pasaron a ser divertidos y simpáticos con gatos, corazones y GIF´s. Las candidaturas ya no se elegían en unas asambleas largas y aburridas en una sede, eran un collage de colectivos sujetados con alfileres. Se hablaba mucho de primarias en las que votaba cualquiera que pasaba por la plaza -si era malabarista mejor que si era sindicalista-, pero al poco tiempo, sin darnos cuenta, nos enterábamos de los candidatos por la prensa. Hubo un tiempo que yo me indignaba cuando eso sucedía en Izquierda Unida e incluso ya creía que se tenía superado.

Pues bien, como iba diciendo, hemos vuelto a la línea de salida y estamos en el mismo punto que antes del 15M. El debate ahora es precisar y detectar qué falló, quién hizo las cosas mal, dónde nos equivocamos. Quiero empezar eximiendo responsabilidades:

Izquierda Unida estuvo en todos los movimientos de indignados. No los capitalizó, o no le dio tiempo, o no supo hacerlo, porque a ese movimiento le sobraba soberbia y le faltaba humildad para aprender de los que llevaban años luchando. El movimiento 15M tampoco era de izquierdas, señalaba como ladrón a un concejal antes que a un banquero. Lógicamente había mucha pluralidad, en realidad lo que no había era ninguna unidad, y para ellos el Estado no era el legítimo poder ciudadano que nos podía proporcionar servicios públicos y derechos sociales, sino un nido de ladrones y punto. Quizás IU no supo formar política e ideológicamente a esa gente y esa es una de las funciones de un partido político. Falló.

El proyecto de Podemos partía de un buen plan. Hay una indignación difusa y desorientada, hay que intentar canalizarla con un proyecto que lo perciban como netamente suyo, nacido del 15M. Los indignados creen que la rebeldía nació con ellos, era fundamental que sintieran que la propuesta política también nace con ellos. Sus fundadores eran de izquierdas, al margen de sus formas, discursos, técnicas y estrategias. Parecía buena idea.

El tiempo fue pasando y los dos proyectos (IU y Podemos) fueron circulando a veces en paralelo, en otros momentos superpuestos, otros en conflicto. Pero hay un dato muy importante: la expectación, apoyo, entusiasmo y votos que despierta Podemos es cinco veces más que IU, que en ese momento deja de crecer e incluso baja en apoyo popular. Se trata de un dato objetivo que puede gustar o no, parecernos justo o injusto, una oportunidad o una estafa, pero ahí estaba. Y había que definir cuál iba a ser la relación entre ambos proyectos. Muchos apostamos por la confluencia, percibíamos que, de esa forma, IU lograba evitar que ese proyecto de aluvión, indefinido ideológicamente, derrapara hacia la derecha. A cambio, IU debía mostrar una tremenda generosidad puesto que confluía con algo que tenía un poder electoral cinco veces mayor. Muchos alertaban del peligro de morir fagocitados, otros creíamos que no había opción porque, por supuesto de un modo injusto e inmerecido, la alternativa era desaparecer arrasados por… el estado de ánimo. La repetición de las elecciones generales de 2015 nos puso en bandeja una segunda oportunidad. En la primera convocatoria Izquierda Unida solo logró dos diputados, gracias a la confluencia con Podemos logró ocho en la segunda convocatoria. Sin embargo, se perdieron un millón de votos. Sorpresa, toda la vida añorando la unidad de la izquierda y cuando se lograba resultaba que era castigada en las urnas.

Pasaba el tiempo. Sectores de IU acusaban a Alberto Garzón y a la dirección de hacer desaparecer a la organización dentro de Podemos. Sectores de Podemos, por su parte, acusaban a Pablo Iglesias de abandonar la transversalidad, repetir métodos orgánicos tradicionales de la izquierda y convertir a Podemos en una Izquierda Unida bis.

El estado de ánimo (Podemos) se desinfla. Suceden las cosas que son inevitables en las organizaciones humanas. Los que vivían en el estado de ánimo se desencantan cuando ven que en Podemos son humanos, con sus conflictos, sus contradicciones y sus errores. La izquierda tradicional tampoco perdona la falta de pureza en el proyecto/injerto.

El caso de Madrid tiene doble delito. Unos candidatos de Podemos que abandonan la organización cuando son precisamente los designados como cabezas de lista. Al otro lado, unos dirigentes que primero les consideraban los candidatos adecuados pero después terminan compitiendo contra ellos y una candidata a la alcaldía que pierde el apoyo de los tres sectores (Podemos, IU y movimientos sociales) que la auparon hace cuatro años. Estaba claro que no era el mejor panorama.

Y llegamos al 26 de mayo. Se cierra el círculo del 15M, la creación de Podemos, el entusiasmo, la confluencia con IU, el aterrizaje y vuelta al principio con el mismo apoyo a la izquierda que había hace ocho años.

Son muchos los que consideran que son los líderes de la izquierda y los partidos los que siempre se equivocan ante una ciudadanía siempre sabia y lúcida. Acusan a los políticos de echar siempre la culpa a los ciudadanos cuando no votan lo que ellos quieren y de no reconocer sus errores. Yo, en cambio, creo que si los votos de los madrileños ponen de presidenta de esta Comunidad a la candidata que decía que no había que criticar los contratos basura, que echaba de menos los atascos a las 3 de la mañana, que quería mujeres que se fueran a trabajar al día siguiente de dar a luz y que entre sus anteriores responsabilidades políticas estaba la de llevar las redes sociales del perro de Esperanza Aguirre, es que el pueblo muy brillante tampoco es. Algo similar sucedió en el Ayuntamiento de Valencia, donde el partido más votado, el PP, es el que terminó con todos sus concejales de la anterior candidatura procesados por corrupción. O en el Ayuntamiento de Madrid, donde la lista encabezada por el concejal de Economía que saneó las cuentas que el PP dejó hipotecadas no saca ningún representante. O en las críticas a la izquierda que igual les acusan de no estar unidos que de no existir ninguna opción adecuada para votar. ¿En qué quedamos? ¿Faltan opciones o sobran?

A Izquierda Unida le castigan electoralmente cuando va con Podemos por perder las esencias y se estrella en las urnas cuando va separada de Podemos.

A Podemos le acusan de separar la izquierda cuando no va con Izquierda Unida y de abandonar la transversalidad cuando va con los de Alberto Garzón.

El otro fiasco son los imaginativos modelos organizativos que gustaban de presentar como ejemplo de éxito Madrid y Barcelona frente a un sistema de partidos viejuno y caduco. La realidad es que, a excepción de Cataluña y Euskadi, se han visto arrasados por el partido heredero del franquismo que acumula decenas de casos de corrupción, un partido socialista que se fundó en 1879, otro partido que se organiza del modo tradicional con candidatos de diseño ejecutivo y otro que irrumpe que ni hace primarias, recicla políticos tránsfugas y tiene como fundamentos programáticos decir muchas veces España, toros y caza. En Euskadi y Cataluña los partidos ganadores (PNV y ERC) tienen décadas de existencia y estructura absolutamente tradicional. No, la idea de la mixtura sin estructura orgánica propia no aguanta una legislatura.

Sin duda ha habido muchos elementos en contra que han dirigido el voto contra la izquierda, el ejemplo más elocuente son las cloacas policiales y periodísticas, pero quizás la sociedad española, sencillamente, no es de izquierdas. Enfrenta sus problema laborales desde una óptica individualista y no desde la lucha colectiva y sindical, vive abducida por el consumo y ajena a la vida organizativa, ha asumido el patrón reaccionario de que todos los partidos y políticos son iguales como factor básico de desmovilización, opta por el desentendimiento ante la frustración política en lugar de por el combate. Y en el resto de Europa el panorama no está mucho mejor. En Italia la izquierda desapareció de las instituciones hace más de una década, en Francia el partido más votado ha sido el de Le Pen, y Jean-Luc Mélenchon, al igual que el partido socialista, ha sacado un 6% de voto; y en Grecia Syriza se ha estrellado.

Esto no quita que Podemos e Izquierda Unida deberán pensar seriamente la estrategia a seguir, lo mismo que el sector errejonista salido de Podemos. Pero de momento parece que existen más personas echando gasolina al fuego que buscando un modo de mejorar la situación. A partir de ahora, pueden intentar dotarse de una organización común y apostar por más confluencia, o despedirse encantados de haberse conocido a la espera de encuentros en mejores momentos. Lo que está claro es que ninguna de las dos opciones garantiza el éxito y ambas tendrán un ejército de disidentes lanzándoles piedras. Mi opinión es que fuera de la unidad de acción hay poca atmósfera respirable, la mayoría de las candidaturas municipales y autonómicas en las que no hubo unidad tuvieron todavía peor resultado. Igual sucedió en las provincias en las que tampoco hubo unidad en las generales. Pienso que se deben crear estructuras organizativas tan sólidas como democráticas. Abandonar la idea de que existen estrellas con capacidad propia para parir ellos solos proyectos políticos que duren para algo más de una legislatura. Y hay que dejar de abusar de palabras huecas como ilusión, entusiasmo o ensancharse y concretar propuestas valientes.

Lo que si quiero recordar a los ciudadanos, al menos los de izquierda, es que detrás de ambos proyectos hay muchas personas, como líderes o como meros activistas, dedicando tiempo y esfuerzo, con sus grandezas y sus miserias, con sus aciertos y sus errores, intentando hacer lo mejor que pueden. No es que les tengamos que perdonar todo, pero son humanos que se equivocan porque intentan mejorar las cosas. Hay demasiadas críticas crueles desde sofás, barras de bar y teclados de ordenador que no las merecen. Y desde ninguno de esos sitios se hace algo más meritorio que desde la lucha en la calle.

 

[Fuente: Cuarto Poder]

28 /

5 /

2019

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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