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Albert Recio Andreu

«¿A quién votarías en Madrid?»

I

Ayer un amigo mío me soltó a bocajarro, entre burlón y perplejo, la pregunta con la que abro el artículo. Sabe de mi posicionamiento vital y me planteó una cuestión a la que obviamente no supe responder. La respuesta fácil sólo la pueden ofrecer los miembros de los clubes de fans de los diferentes líderes que han maniobrado para que a la izquierda del PSOE haya tres candidaturas en lugar de una. La verdad es que si actuara con la misma visceralidad con que lo hacen muchos de estos seguidores, la respuesta sería la abstención o el voto en blanco, pues muestran su incapacidad manifiesta para ayudar a sus bases sociales a obtener la representación parlamentaria que se merecen.

Ganar las elecciones no es hacer la revolución; a veces ni siquiera sirve para cambiar muchas cosas. Pero no es una cuestión inútil. Hace falta tener muy poca memoria, o ser muy obcecado, para no reconocer que siempre que ha cambiado un gobierno han pasado cosas, y que cuando ha ganado la derecha han pasado cosas muy desagradables en términos de libertades, de derechos sociales o de gestión pública. A veces se puede percibir incluso con la mera lectura de los acuerdos de los consejos de ministros o de los plenos municipales. Hace poco tuve que realizar, en el curso de una investigación, esta labor en el caso de la Generalitat de Catalunya, y fui el primer sorprendido al constatar el cambio radical que se produjo en el contenido y las formas de los acuerdos del Consell de Govern en el tránsito del Tripartit (de PSC-ICV-ERC) a los gobiernos de Mas y Puigdemont; resultó un ejercicio aburrido pero aleccionador. Además, mantener una presencia institucional importante no sólo potencia la capacidad de iniciativa institucional sino que a menudo sirve de cobertura a numerosos movimientos sociales que corren el riesgo de ser ignorados o pisoteados cuando tal representación no existe.

Cualquier líder político transformador que ignore esto merece irse al paro. El realismo, el conocimiento del contexto social, del contexto institucional, es imprescindible para hacer política con un mínimo de seriedad. De la misma forma que es imprescindible tener una cierta perspectiva histórica y conocimientos matemáticos básicos; de matemáticas electorales, de cómo los votos se convierten en escaños, de cuál es más o menos el espacio electoral en el que se cuenta y de lo que ocurre cuando se acude a las urnas en diferentes formatos. Hasta ahora los votos a la izquierda del PSOE han tenido siempre un tope y bastante volatilidad, pues el electorado de izquierda moderado tiende a mover su voto en una u otra dirección en función de la coyuntura, del cabreo etc. Podemos se benefició en el ciclo electoral anterior del deterioro del PSOE y logró alcanzar cotas del 20%, muy superiores a los resultados normales. Ahora todo apunta a que el porcentaje va a disminuir y el espacio puede situarse en la horquilla 10-15%. O sea que un espacio más pequeño se lo van a repartir no dos (como en 2015) sino tres candidaturas. A menos que una arrase a las otras dos, se corre el riesgo de un desastre importante (minimizar ciertos riesgos también suele formar parte de un comportamiento racional), y esto tiene lugar, precisamente, la primera vez en que el voto derechista anda dividido en tres opciones y habría mayores oportunidades de arrancar la Comunidad de Madrid de las manos corruptas del PP.

Lo increíble no es sólo que haya líderes egoístas, iluminados o meramente desnortados. Lo verdaderamente preocupante es que sus bases les sigan acríticamente y sean capaces de ver rivales donde deberían ver aliados. La fijación que hacen las “marcas” no se limita al parecer al consumismo y a la derecha, sino que es un virus que también afecta a la parroquia de izquierda. Lo preocupante es que aún seamos incapaces de entender que, en las complejas sociedades capitalistas en las que nos ha tocado vivir, la única vía para erosionar la hegemonía neoliberal son las estrategias muy complejas, actuando sobre muchos resortes diferentes; que el espacio institucional tiene unos límites que exigen entender el juego para poder ganar alguna vez, aunque la ganancia sea parcial, y que la paciencia y la constancia deben formar parte esencial del trabajo de la militancia alternativa. Que todo esto lo desconozca la población que vive su vida al margen del activismo es normal. Pero que no lo haya aprendido la gente organizada es una muestra de que, lejos de promover una reflexión certera sobre dónde estamos, las organizaciones siguen más dedicadas a cultivar las identidades de sus propias clientelas.

Deseo a los madrileños lo mejor. De entrada que echen al PP y, si es posible, que tengan un gobierno que inicie reformas de calado y que estas puedan seguir desarrollándose en Madrid capital. Por ello creo que lo más práctico sería votar a quien tenga más posibilidades de éxito y después organizar un proceso que obligara al ganador a representar al conjunto de la población que demanda y se moviliza por cambios sustanciales.

II

Hasta aquí el lector quizá piense que todo lo que comento es muy cómodo porque soy un mero observador exterior, que si estuviera en Madrid igual vería las cosas de otro modo y ya estaría alineado con alguno de los bandos. Nunca se sabe. Pero es que, si en Madrid las cosas parecen ir mal, en Barcelona tampoco estamos para tirar cohetes. Aunque la situación es distinta, hay también puntos en común. En Catalunya sólo tendremos una candidatura, la de En Comú Podem, pero tenemos también nuestra crisis y nuestros problemas.

Primero dimitió de sopetón Xavi Domènech de En Comú y de Podem. Que un líder que nadie discutía anuncie que se va por Facebook no es nunca algo bueno ni ayuda a la gente a recomponer la situación. Ahora tenemos un segundo envite: Comunistes de Catalunya ha decidido presentarse a las generales en las listas de ERC, aunque pretende seguir en las municipales de Barcelona dentro de Comuns y está pactando en algunos ayuntamientos coaliciones con la CUP, rivales de Comuns. O sea que aquí no tenemos una participación formal sino algo mucho más kafkiano. Una fuerza que por un lado dice formar parte de un proyecto pero que por otra pacta con el que puede ser el principal rival para la alcaldía de Barcelona (la pregunta del millón es saber qué van a hacer si en el futuro hay un enfrentamiento entre Comuns y ERC en el consistorio barcelonés, o entre Comuns en el ayuntamiento y ERC en la Generalitat), mientras que en otros muchos consistorios apuesta por candidaturas que debilitan la presencia de En Comú Podem.

Las justificaciones para tal movimiento son diversas, según cuál sea el interlocutor. A nivel más político se argumenta que la jugada dará a Comunistes la hegemonía en la izquierda catalana, pues podrá actuar como articulador de un espacio que va desde ERC hasta la CUP pasando por Comuns. En otro nivel se aduce que la marcha de Domènech se produjo por un giro antisoberanista en Comuns y, sobre todo, porque la gente de Comunistes fue “maltratada” por el resto. O sea que no se les dieron suficientes puestos de poder, como querían.

Como este asunto en particular lo conozco un poco más, voy a opinar con más osadía. La cuestión obedece a dos razones que tienen que ver con toda la cultura política y la experiencia organizativa de Comunistes. Por una parte, una permanente autoconcepción de que su conocimiento del marxismo les da una capacidad analítica para entender la sociedad y la política y de que, por tanto, ellos mejor que nadie están en situación de ejercer la hegemonía en un proceso tan convulso como el catalán. Su autismo les ha llevado a creerse parte de su propia historia, especialmente a Nuet, el urdidor de la trama, y a no reconocer que su fichaje por ERC es una mera maniobra para romper a Comuns. ERC en esto tiene experiencia: en las elecciones de 1977, cuando era una formación sin base, consiguió que todo el activismo del Partit del Treball (maoísta) se pusiera a trabajar y movilizara sus recursos —por cierto, algunos de sus militantes estuvieron bastantes años pagando créditos que habían avalado— para colocar a Heribert Barrera como diputado. El PT hace años que no existe, y con aquella maniobra ERC inició su vuelta a la esfera política catalana. Por otra, Comunistes ha sido siempre un partido con una particular avidez por colocar a su gente en cargos y una tendencia parecida a considerarse maltratado cuando no lo consigue. Forma parte de la cultura de grupo cerrado que ha mantenido a lo largo del tiempo, y esto lo ha llevado ahora a convertirse en aliado de una estrategia que parece clara: la del nacionalismo catalán, presuntamente de izquierdas, de eliminar cualquier vestigio de una izquierda que ponga por delante lo verde, lo violeta y lo rojo. Y encima pretende que los que han sido sus aliados y compañeros de viaje durante mucho tiempo los sigan acogiendo en su seno y los sigan considerando más de izquierdas que nadie. Lo verdaderamente pavoroso es la capacidad que ha tenido el independentismo para abducir a las dos tradiciones del marxismo-leninismo (la trotskista y la postestalinista).

Hace alrededor de dos años, cuando Catalunya en Comú era un proyecto, escribí en esta misma revista un comentario donde llamaba la atención sobre los dos puntos de fractura que podría tener el proyecto: el envite independentista y el reparto de poder. Por desgracia, los dos se han manifestado con bastante gravedad, y las tensiones internas —presumo, pues en esto soy un mero espectador— han bloqueado la construcción de un espacio organizativo útil. Todo continúa sin hacer. Siguen faltando el liderazgo, la buena fe, la voluntad y la determinación necesarios para crear un espacio que sea útil a la gente que quiere cambiar cosas esenciales. Y para ello es preciso que al menos haya un grupo que lo impulse y que la gente de base entienda que seguir apegado a la propia marca es continuar apostando por “jugar encerrados con un solo juguete”. Se avecinan fuertes tormentas y nosotros con estos pelos.

Que Rosa Luxemburg nos ilumine y los próximos 28 de abril y 26 de mayo los acabemos con alguna buena sensación.

30 /

3 /

2019

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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