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El Lobo Feroz

Efectos boomerang

No soy experto en el análisis político: como Lobo que soy, he de protegerme del pensamiento desiderativo. Claro que, si leo a analistas políticos de esta tierra, el pensamiento desiderativo me resulta muy familiar. 

Empezaré hablando del efecto boomerang. Las grandes movilizaciones y las pequeñas guerrillas, así como las retóricas y los símbolos del movimiento independentista catalán, persiguen de modo explícito la constitución política de Cataluña en un estado independiente. Ése es el objetivo. Pero ¿qué han conseguido de hecho sus partidarios, y qué pueden conseguir?

Han conseguido bastantes cosas, tanto en el interior de la sociedad catalana como en el conjunto de España.

En la sociedad catalana han conseguido una enorme división política que echa raíces en una división social. Han conseguido crear una gran confusión: primero con el derecho a decidir, el pseudónimo del derecho de autodeterminación: todo el mundo desea ser decisivo, pero eso no significa que todo el mundo apoye el derecho de autodeterminación; y, en segundo lugar, con la defensa de la república. La palabra ‘república’ opera el milagro de atraer a muchos, por su mágica (histórica) vis atractiva, a donde no quieren ir.

Todo ello siendo la única voz institucional, pues en Cataluña se vive una situación en que la mayoría en la calle es minoría en el Parlamento y la mayoría en el Parlamento es (ruidosa) minoría en la calle. ¿En qué puede resultar todo esto? En un cambio de la normativa electoral catalana. Hoy las 4.124.321 personas con derecho a voto de la provincia de Barcelona determinan 85 escaños del Parlament, mientras que las 1.389.427 personas con derecho a voto que totalizan Tarragona, Lérida y Gerona determinan 50 escaños. Eso significa, que los votantes de Barcelona pesan casi la mitad que los de las demás provincias. Un escándalo.

El cambio de esa normativa electoral, inevitable a la larga, convertirá el independentismo en minoría también parlamentaria. Un primer efecto boomerang que no se ha producido aún.

El engaño de los dirigentes independentistas a sus propios partidarios, con un presidente zascandil que prometía tocar el cielo con la mano —cuando lo que tocaba con la mano era el dinero público, al igual que todos los predecesores de su partido— fue manifiesto para muchos pese a la presión del pensamiento desiderativo del independentismo. Calificar a los políticos presos de presos políticos, y montar en torno a eso una gran parafernalia también tendrá un efecto boomerang cuando los juicios revelen la verdad de su relación con el dinero público y algunas cosas más. Los juicios tendrán entretenidos a los que viajan con cargo al presupuesto y a los estudiantes con más micropatriotismo y menos ganas de estudiar. Ocasiones de follón y de indignarse no les faltarán a quienes quieren indignarse y gustan del follón.

(Claro que en esto me puedo equivocar: el imaginario madrid nos roba parece haber borrado de los cerebros los robos verdaderos: los de la familia Pujol; de los Prenafeta y Macià Alavedra, la financiación ilegal de Convergència… y me paro aquí. Tal vez muchos de los robados perdonen el robo cuando los ladrones sean de los suyos.)

Los insultos a la inteligencia de los catalanes no independentistas de Eduard Pujol, portavoz de JxCat —responder a una pregunta sobre las listas de espera de la sanidad catalana con un “eso nos distrae de lo esencial”, la independencia, p. ej.— van a resultar también seguros boomeranes de esos que dan en la cabeza.

Pero todo eso no es nada en comparación con los efectos boomerang externos. El más destacado es el músculo prestado al partido VOX. Mas, Puigdemont, Torra y los suyos han alimentado a la extrema derecha. Y también a la derecha de siempre, el PP, que compensa su corrupción a base de nacionalismo español, y a la cada vez menos nueva derecha, Ciudadanos, liberalismo puro y duro además. La guerrita de las banderas, que hace embestir a casi todos los españoles, catalanes o no.

Si se deja caer a Pedro Sánchez al no aprobar sus presupuestos la cita electoral se vuelve más cercana. Y su consecuencia será la posibilidad de un gobierno PP más derechista que el de Rajoy —el nuevo líder del PP es un demagogo irresponsable para el que vale todo, que miente a sabiendas de que miente— coaligado a Ciudadanos, el partido del IBEX, y de algún modo con el apoyo de VOX, la ultraderecha, como tratan de conseguir en Andalucía.

Un gobierno así recurrirá sin duda al art. 155 de la Constitución, pero esta vez sin remilgos: el resultado será la suspensión parcial o total de la autonomía de Cataluña —que jamás en la historia ha tenido tanto poder de autogobierno como en los últimos 40 años— durante bastante tiempo. Y los autonomistas podrían darse con un canto en los dientes si conservaran, después del 155, las competencias que tienen hoy.

Aclaro que lo anterior no es una apología implícita de Pedro Sánchez. Este presidente no lo hace tan mal como Rajoy, pero es obediente. Obediente a Trump —de ahí que se gaste en fragatas lo que tendría que dedicar a algo menos inútil— y a la dichosa UE ultraliberal. Tampoco tiene el Lobo que suscribe gran confianza en Pablo Iglesias —demasiado politicista, con un error tras otro, perdiendo una y otra vez la oportunidad de no hablar— ni en Ada Colau y sus Pepitos Grillo particulares: creo que esta señora perderá la alcaldía barcelonesa pese a sus buenas intenciones sociales, pues aún no se ha enterado de que no debía manifestarse (¡tan bien aconsejada ella!) en materia de independentismo. La izquierda anda muy escasa de figuras de talla, de una pieza. Manuela Carmena lo es, y lo mejor que tiene la izquierda; repetirá como alcaldesa de Madrid salvo que lo impidan los nuevos progres, que por lo visto son muy capaces de eso y de mucho más.

Por terminar este desahogo: ¡pobres los de abajo que intentan trepar arriba! La cucaña en vez de la solidaridad.

Este Lobo Feroz se ha vuelto tan reaccionario, tanto, que empieza a creer que en vez de un sorpasso habría que pensar más bien en una unión libre o incluso en un matrimonio que además de ahuyentar a indeseables parientes acomodados en esta cosa permitiera el nacimiento de una criatura nueva.

30 /

12 /

2018

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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