La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.
El orden del día
Tusquets Editores,
Barcelona,
144 págs.
A.R.A
Una obra precedida de mucha crítica elogiosa es siempre sospechosa. Pero esta vez los elogios eran merecidos. Vuillard crea un artificio literario para contar algunos momentos cruciales del ascenso del nacismo. Sobre todo, explica con una notoria sencillez el entramado de intereses económicos, de complicidades de clase, de culturas antidemocráticas que allanaron el ascenso de los nazis al poder y abrieron las compuertas al holocausto. Cuando acabé la lectura, mi deseo era que el autor hubiera seguido iluminando otros pasajes de la historia. Se aprende más sobre las clases dominantes del período de entreguerras en este corto texto que en algún pesado tratado sociológico.
9 /
2018