Skip to content

Pier Paolo Pasolini

Necrología de una heroína

Está envejecida y muerta. Pero estoy seguro de que se siente una niña en el interior de su tumba. Ella está ciertamente orgullosa de su muerte, que considera una muerte especial. Por otro lado, aunque en principio admite estar muerta, ya que su muerte, aun siendo especial, es admisible, no acaba de admitirla del todo: «mi muerte es provisional, es un fenómeno pasajero», parece decir, a la manera de un personaje de Gogol, de Dostoyevski o de Kafka, «en algún lugar de las alturas se está intrigando para que esta fastidiosa coyuntura quede superada y todo vuelva a ser como antes. Por lo demás, yo no tengo solución de continuidad: soy lo que era. Mi capacidad de sorpresa no tiene límites porque no paro de caer de las nubes y reirme, con asombro infantil». (Contemporáneamente, ahí en la tumba, dice: «Nunca estoy montada en las nubes, permanezco siempre con los pies en el suelo, nada me sorprende porque, desde siempre, lo he sabido todo.»)

¿Ambigüedad? No: doble juego. Ella, la muerta, Laura Betti, no era ambigua, sino de una sola pieza: inarticulada como un fósil. Ella se sumó a su cualidad real de fósil, colocándose en la cara una máscara perenne de niña rubia (pero: «ojo, detrás de la niña que dice ser con su máscara, hay una trágica Marlene, una auténtica Garbo»). Al mismo tiempo, sin embargo, en que concretaba su fosilización infantil adoptando la máscara, contradecía todo esto recitando una multiplicidad de personajes diversos cuya característica ha sido siempre la de ser opuestos entre sí.

Su gran suerte ha sido la de no haber vivido en uno de tantos países dictatoriales que hay en el mundo; y, sobre todo, la de no haber acabado en uno de tantos posibles campos de concentración. ¡Qué horrible víctima hubiera sido! Pero en una necrología no se dicen estas cosas.

Haciendo un examen superficial de ella, muchos le atribuyeron en vida una voluntad provinciana de degradar a los ídolos. No, no era sólo el sadismo de una provinciana que, llegada al Centro donde habitan los ídolos, se deja caer en la tentación de profanarlos y desacralizarlos: detrás de esa dolorosa operación estaba su necesidad de ser al mismo tiempo «una» y «otra»: «una» que adora, y «otra» que escupe sobre el objeto adorado; «una» que mitifica y «otra» que descalabra.

Pero, repito, no era ambigua. Su juego era claro como el sol. Naturalmente, habiéndose propuesto ante todo, como una de las leyes-clave de su código, no provocar nunca, en ningún caso, piedad, también quiso y aceptó siempre provocarla por un juego de oposición. Pero dicha piedad nunca fue la consecuencia de tal o cual acción o circunstancia suya: siempre fue consecuencia de la excesiva claridad de su juego. Por tanto, se vio forzada a provocar a través de la piedad, que es como se ha manifestado su generosidad: algo heroico, en suma.

Ésta es, pues, la necrología de una heroína. Que, hay que añadir, era muy graciosa y una excelente cocinera.

[Laura Betti (1934-2004) fue un personaje central de la vida cultural de Italia. Hizo canción, teatro y trabajó para los grandes de la cinematografía italiana, sobre todo para Pasolini. Desde la muerte de éste, dirigió el Fondo Pier Paolo Pasolini de Roma. A ella se debe el documental Pier Paolo Pasolini, las razones de un sueño (2001). La necrología que se reproduce aquí fue escrita por Pasolini en 1971 para Vogue, imaginando que se trataba del año 2001. Traducción de A. Giménez.]

9 /

2004

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

+