¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Albert Recio Andreu
Coyuntura y estructura. Rodeos en torno a la moción de censura
I
Vivimos en tiempos tan convulsos que, cada pocos meses, surge una situación que hace pensar en la posibilidad de un cambio trascendental. De un cambio que pusiera fin, o al menos provocara un giro sustancial, a una realidad dominada por una economía corrupta, una precariedad social rampante, desigualdades insoportables y una imparable crisis ecológica. Las elecciones municipales del 2015, el ascenso electoral de Podemos (y la pérdida de la mayoría absoluta del PP) o el “referéndum” catalán de 2017 fueron vistos en su momento como situaciones en las que nuestra triste historia reciente podía cambiar. Una percepción especialmente extendida entre sectores de la izquierda alternativa en la que persiste una idea difusa de que algún tipo de “revolución” es posible. (Este es a mi entender el factor principal que explica el atractivo que para una parte de la izquierda tuvo, y aún tiene, el independentismo catalán, la creencia que una ruptura del Estado abriría insospechadas posibilidades de cambio). Pero el pasado reciente ha desmentido buena parte de estas esperanzas. La apuesta de Podemos por forzar un Gobierno de izquierdas acabó en una nueva victoria electoral del PP en junio de 2016. La “movida catalana” ha resultado catastrófica, mostrando por una parte la inanidad real del independentismo (para entenderlo son imprescindibles las crónicas del periodista Guillem Martínez en la revista digital Ctxt) y generando un proceso reactivo que, lejos de abrir puertas de oportunidad al cambio, está permitiendo un reforzamiento de la derecha española.
Pero a veces la realidad da nuevas oportunidades. Y la sentencia de la Gürtel ha propiciado una nueva coyuntura favorable al cambio. Un cambio modesto, improbable (cuando escribo estas líneas los pronósticos siguen siendo favorables a que el PP salvará los muebles en la moción de censura), insuficiente. Pero una situación que tiene al menos unas virtudes potenciales. Sin duda, el mayor beneficiario de la situación puede ser el PSOE. Un partido casi desahuciado por méritos propios y que ahora se ha encontrado con una situación que le permite retomar una iniciativa necesaria. Una coyuntura que además obligará a nacionalistas vascos y catalanes a “mojarse”, y que genera bastante incomodidad a Ciudadanos. En la premura de la situación actual la única opción sensata para una fuerza de cambio es votar sin más la moción de Pedro Sánchez y esperar acontecimientos.
Si la opción ganara, aunque ello significara que el PSOE volvería a hacerse con el Gobierno, se abrirían, al menos, varias posibilidades interesantes. La primera y más obvia, la expulsión de un Gobierno corrupto y la posibilidad de que el PP entrara en un proceso de descomposición. En segundo lugar, Ciudadanos quedaría algo descolocado y, aunque previsiblemente va ser el espacio de recomposición de la derecha, habría perdido la oportunidad de hacer creíble su cara regeneracionista. En tercer lugar, el PSOE quedaría más libre para adoptar una postura más flexible en los temas de nacionalidad (aunque es una cuestión complicada, pues estaría emparedado entre la tenaza del bloque Ciudadanos-PP, su propia ala españolista y las presiones del independentismo catalán). Y, en cuarto lugar, una actitud responsable de Unidos Podemos, en una coyuntura específica, puede resultar beneficiosa para recuperar parte de la credibilidad perdida. La derrota de la moción de censura, la opción que tiene mayor probabilidad, también puede abrir perspectivas interesantes. Sobre todo de clarificar más fácilmente el papel de Ciudadanos por un lado y del nacionalismo periférico por otro. Aunque es evidente que Ciudadanos es ya el nuevo proyecto de la derecha, al haber ampliado su espacio bajo una sola cuestión ha podido atraer a una parte del electorado de clase obrera (especialmente en Catalunya) aterrorizado ante una perspectiva de ruptura territorial. Por ello, cuanto más se posicione Ciudadanos a la derecha es más posible que se desvanezca una parte de su atractivo.
Unidos Podemos y las confluencias no tienen en esta coyuntura otra opción que apoyar la moción, aunque aprovechen para marcar perfil propio en cuestiones sociales, para así ganar credibilidad y porque la moción sitúa un escenario más abierto que el que hemos tenido en los últimos meses. Y también por una cuestión estratégica. Nos guste o no, la única posibilidad de cambios progresistas exige sumar fuerzas entre las izquierdas y los nacionalismos periféricos. Es una constante de la historia (al menos desde tiempos de la Segunda República) que puede no ser gustar, pero que parece inapelable. Y, por tanto, hay que explorar las situaciones en las que hay alguna posibilidad de generar procesos. Y esta es una coyuntura donde esto es posible. No es una ventana de oportunidad para un cambio profundo, es un simple resquicio para tratar de enderezar una dinámica que conduce al desastre.
II
Saber aprovechar las coyunturas, leer adecuadamente las líneas de fuerza en presencia, y ofrecer respuestas adecuadas constituyen cuestiones cruciales para cualquier político. Pero las coyunturas nunca son páginas en blanco sobre las que escribir cualquier proyecto. Las coyunturas están siempre condicionadas por estructuras que las condicionan, que marcan el espacio de las opciones viables, que influyen en las correlaciones de fuerzas. Cualquier acción transformadora tiene como objetivo alterar las estructuras vigentes. Pero su éxito depende crucialmente de saber cuáles son los puntos débiles de las estructuras, cuáles son las vías de ruptura. Las grandes revoluciones han ocurrido casi siempre en sociedades cuyas estructuras estaban en situación cercana al colapso. Pero esta es una situación que se da en muy pocas ocasiones. Y son mucho menos frecuentes en las sociedades más desarrolladas, que cuentan con complejas y potentes estructuras. Por eso, en los últimos cincuenta años lo que hemos tenido son revueltas más o menos recurrentes, situaciones de movilización masiva que en el medio plazo se han mostrado incapaces de transformar profundamente las estructuras básicas de poder. El “Mayo” francés es quizás el paradigma de lo que trato de explicar. Constituyó una de las movilizaciones más espectaculares del capitalismo tardío, pero ni ella ni muchas de las movilizaciones que se extendieron en este mismo período consiguieron cambiar el núcleo de las estructuras capitalistas. Cuando acabó el ciclo de movilizaciones lo que vino fue neoliberalismo. Es difícil saber si las cosas hubieran sido de otro modo si los movimientos sociales y las fuerzas de izquierda de la época hubieran actuado de otra forma, hubieran desarrollado una estrategia diferente. Lo que quiero subrayar es otra cosa, la capacidad de las estructuras actuales de poder para superar tensiones graves en forma de fogonazos (lo vivimos también recientemente con el 15-M). Y va a ser difícil transformarlas si antes no se ha producido una erosión de las mismas y si las movilizaciones no aciertan a dar con los puntos de más fragilidad. Sobre esto no hay un manual para el cambio, sino que se requiere de una práctica colectiva que experimente vías diversas, que sea consciente de cuál es el tipo de problemas a los que se enfrenta.
III
Cuando me refiero a “estructuras”, pienso en una combinación de elementos distintos. Los más básicos son obviamente las estructuras de poder económico y las instituciones que las sustentan. Un poder económico que se ha consolidado en la fase neoliberal porque se combinan espacios de poder estatal y supraestatal. Estructuras de poder que cuentan con una enorme variedad de mecanismos para tratar de imponer sus reglas de juego. Y que ponen un sinfín de dificultades a la aplicación de políticas alternativas.
Pero las sociedades no son sólo estructuras económicas y poder político. Son también sistemas de relaciones sociales basadas en la costumbre, en valores compartidos que orientan los comportamientos individuales (y cuya producción, difusión y mantenimiento está a su vez favorecida por instituciones específicas: organizaciones religiosas, sistema educativo, medios de comunicación etc.), en el funcionamiento de las organizaciones en las que se agrupa la gente. No existe transformación posible si no se producen cambios en las percepciones sociales, y no se trata de procesos sencillos.
Para propiciar cambios en nuestro país hay que partir del conocimiento de estas estructuras. Ignorarlas solo conduce a un voluntarismo que acaba siendo desalentador (y que en parte esta en la base del desgaste que está soportando Podemos y los municipios del cambio).
La sociedad española está sujeta al peso de una economía dominada por un capitalismo rentista que ha tejido una enorme red de intereses y normas que le garantizan su predominio (el urbanismo y la vivienda son uno de los espacios donde esta estructura es más visible). Un capitalismo que genera un sistemático desequilibrio exterior, un endeudamiento persistente (privado y público) y un insuficiente desarrollo del sector público. Un capitalismo que se sustenta en la depredación de personas y recursos naturales. Y que en el corto plazo coarta con bastante eficacia los intentos de cambio. No sólo mediante el recurso al arsenal legal que protege este sistema sino también mediante su capacidad de influir en los comportamientos de la gente (por ejemplo, generando una cultura de tolerancia con el fraude fiscal, los abusos laborales, y una baja conciencia ambiental). Unas estructuras que promueven una importante diferenciación social a través del sistema educativo (y sanitario) y favorecen la tolerancia con la desigualdad. Y a todo ello se suma la fractura nacional, donde las dinámicas recientes han acabado por generar bloques sociales enfrentados y en gran parte impermeables.
Avanzar en el cambio exige dinamitar estas estructuras. Pero esto no puede hacerse si las propuestas políticas ignoran su existencia, reconocen sus debilidades y sus fortalezas. Saben escoger líneas de acción y reconocer que requieren una labor persistente en muchos terrenos. Saber combinar osadía en la coyuntura con trabajo de zapa y de acumulación de fuerzas es esencial para cambiar.
IV
Y todo esto ¿a qué viene? A pensar qué deben hacer las fuerzas del cambio en el momento actual. En primer lugar, a considerar que hay una coyuntura favorable a descabalgar al PP. Una coyuntura que no propicia grandes cambios, pero que abre alguna ventana y aire fresco. Y no hay que dejarla pasar. En segundo lugar, que las dificultades del cambio se encuentran en líneas de fuerza muy potentes que no van a cambiar a corto plazo, y para lo que no sirve la mera acción de propuesta parlamentaria- electoral. En tercer lugar, a reconocer que seguiremos sujetos a las dinámicas perversas que generan tanto la dinámica del poder económico cómo el enfrentamiento territorial (con una preocupante tendencia a evolucionar como un conflicto donde impera la testosterona y el desprecio al otro bando). Y en cuarto lugar, que alcanzar coyunturas favorables a cambios más radicales exige una variada gama de intervenciones.
Lo ilustro con un ejemplo local. Los ayuntamientos del cambio han basado su estrategia en confiar en que la movilización popular forzaría a parte de las demás fuerzas políticas a sumarse a las políticas de reformas. Lo que hoy sabemos, al menos en mi observatorio barcelonés, es: a) que los intereses dominantes tienen un enorme arsenal de instrumentos de intervención sobre las instituciones y sobre la opinión pública, incluida una densa red de relaciones con la mayoría de fuerzas políticas; b) que el conflicto “nacional” se impone a menudo a otras consideraciones y bloquea muchas alianzas; c) que la movilización social es insuficiente, por las propias debilidades de los movimientos sociales y su incapacidad de romper la hegemonía social y cultural del “establishment” entre amplios sectores de la población. No era un conflicto entre “pueblo” y “políticos”, sino otra cosa. Y, por tanto, avanzar en el cambio exige un trabajo que no puede hacerse sólo desde un reducido espacio electoral.
La moción de censura puede abrir alguna puerta. Pero es solo una entrada lateral a un laberinto lleno de trampas. Evitarlas requiere reconocer adecuadamente cuáles son los siguientes pasos a dar.
* * *
Post scriptum
Cuando ya tenemos el número cerrado llega el desenlace. Al final se ha dado la vuelta a la previsión inicial y lo que parecía improbable ha ocurrido (de hecho, el PP se apresuró a adelantar la sesión pensando que era sólo una forma de pasar página). Lo que posiblemente haya decantado el desenlace es el voto favorable de los dos grupos nacionalistas catalanes, quizás una prueba de que han tomado nota de que el camino unilateral a la independencia sólo llevaba al barranco y de que son conscientes de que habrá que negociar y es mejor hacerlo con un gobierno del PSOE. En conjunto, hoy es uno de esos días en que podemos estar medianamente contentos. Aunque la apertura es pequeña, es una apertura. No es que el PSOE dé muchas garantías, pero tampoco era ni siquiera pensable que esto pudiera ocurrir cuando hace un año y medio la derecha del partido dio el golpe de estado. Además, habrá que contar con una oposición brutal de toda la derecha; sólo hay que ver las portadas de la prensa madrileña (ABC, El Mundo, La Razón, Expansión), dispuesta a crear un clima parecido, salvando las distancias, al del 36, pues se ha impuesto la coalición rojo-separatista. Todo lo descafeinada que se quiera, pero esto es lo que hay. Son tiempos difíciles en que habrá que saber moverse con inteligencia y coraje.
30 /
5 /
2018