La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Karl Marx
Debate,
Barcelona,
428 págs.
Roger López Ayala
Karl Marx es el título de la biografía que la editorial Debate publicó en 2015 para los lectores en lengua española. Su autor, el escritor y periodista Francis Wheen, escribió el texto en 1999, pero fueron necesarios más de quince años para que el interés editorial propiciara su publicación en nuestro país.
2018 es el año de la celebración del doscientos aniversario del nacimiento de Karl Marx y, por extensión, el año de los libros sobre el filósofo. Entre los más celebrados se encuentra el escrito por el historiador de las ideas Gareth Stednan Jones: Karl Marx, ilusión y grandeza (Taurus, 2018). En cierto sentido, éste viene a unirse a otros tantos que, con mayor o menor reconocimiento hacia la figura de Marx, se fijaron como objetivo principal “desarmar la doctrina” que, a grandes rasgos, la historia de la economía y la filosofía conoce como marxismo. Karl Popper o Isaiah Berlin escribieron en su día obras importantísimas que consolidaron un género que desde entonces nos explica el por qué no de Marx. En estos libros, sus autores recorren los textos del filósofo como artificieros del pensamiento, monitorizando sus palabras en busca de contradicciones o desajustes teóricos que permitan desactivar su contenido.
Francis Wheen persigue objetivos muy diferentes. Su Karl Marx es una auténtica biografía en la que sacrificar carga teórica sirve para acercar al lector al hombre que fue Marx. Contundente en sus combates dialécticos, un militante filósofo siempre dispuesto a herir con su pluma: “la daga que ha de llegar certera al corazón”. Se documentan todas sus disputas, teóricas y personales. Entre las primeras, sus discusiones con los jóvenes hegelianos de la Gaceta Renana, auténtico germen de una filosofía que abandonaría conceptos abstractos y le llevaría a “opinar acerca de los llamados intereses materiales”; o la célebre réplica a Proudhon en La miseria de la filosofía, donde Marx noquea sin complejos a un ya exitoso referente del pensamiento revolucionario. Todas sus peleas, porque eso eran, se acreditan con la literalidad de unas palabras que le reconocen como uno de los mejores literatos del reproche. Vogt, Bakunin, Lasalle, todos perecieron ante su pluma, y en las cartas que intercambiaron, se vislumbra la esencia de los grandes debates que acompañan hasta nuestros días la lucha por la transformación social.
Wheen presenta a un hombre de paradojas y contradicciones (“en nuestros días todo parece estar preñado de su contrario”) e incapaz de una estabilidad económica, lo que durante largos periodos de su vida le llevó a vivir en la pobreza, el miedo al desahucio y la humillación pública por el impago de las deudas. Su supervivencia sólo se explica gracias a la ayuda de Jenny Marx y Friedrich Engels, pilares básicos al calor de los cuales edificó su legado.
Decía el citadísimo Wilde que el sentimentalismo consiste en desear el lujo de una emoción sin pagar por ello. El género biográfico se mueve bajo esa sospecha, la de contar solamente, por exceso o por defecto, lo que se quiere dejar dicho. En Karl Marx se encuentran pocas concesiones. Se margina su amplísima producción teórica para usar como gasolina la vasta correspondencia que el filósofo intercambió con todo aquel con quien entró en contacto. En esas cartas se observa la ira del irredento, el sufrimiento del enfermo y la desolación del padre que sobrevive a tres de sus hijos. Sus páginas, llenas de literatura, retratan a un hombre en guerra constante que apuesta por la verdad y la justicia.
Dejó dicho Althusser que ser materialista es no andarse con cuentos. Así vivió Marx y así lo cuenta en su libro Francis Wheen. Como aquella vez en que el amor por su hija Laura, pretendida por el carácter fogoso de origen criollo de Paul Lafarge, le obligó a dejar las cosas claras: “Si en su presencia usted es incapaz de amarla de una manera compatible con la latitud londinense, tendrá que resignarse a amarla en la distancia”.
27 /
5 /
2018