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Agustín Moreno

Un paseo para Marcelino Camacho

Por fin Marcelino Camacho tendrá una calle. El 11 de mayo a las 17.30 horas se colocarán las placas del “Paseo Marcelino Camacho” en el madrileño barrio de Carabanchel. Su barrio, donde vivió desde que vino de Orán en 1957. Para ello ha sido necesario el acuerdo del Ayuntamiento de Madrid y superar el recurso que se había interpuesto contra los cambios en el callejero. El nuevo paseo sustituye al de Muñoz Grandes, un general fascista y preferido de Hitler.

Decía Bertold Brecht desgraciado el país que necesita héroes”. Desgraciadamente se necesitaron en el franquismo y los seguimos precisando en estos tiempos. Pero no entendidos como superpersonas, sino como referentes morales por su honestidad y por mantener encendida la llama de la esperanza. Este país es mejor gracias a personas como él.

Marcelino nació en Soria (Osma la Rasa) hace ahora 100 años en una familia ferroviaria. Tenía 18 cuando empezó la Guerra Civil y eso le marcó. Atravesando montes, pasó a zona republicana y se incorporó al ejército popular. Fue hecho prisionero por la Junta de Casado y liberado por los carceleros socialistas. Regresó a Madrid con documentación falsa hasta que fue delatado y detenido. Estuvo en campos de concentración en Tánger y huyó a Orán, donde encontró a Josefina Sámper, una mujer fuerte y valiente, tejedora de jerséis y de sueños y que será su compañera el resto de su vida.

Pudo regresar a España en 1957 y trabajó como metalúrgico en la fábrica Perkins. Comenzó a organizar las CCOO y sufrió sus primeras detenciones en 1967. A partir de ahí, fue un continuo entrar salir de la cárcel. Su proceso más sonado fue el 1001, donde le condenaron a 20 años.

Fue secretario general de CC.OO y diputado del PCE. Dejó la secretaría general del sindicato en 1987 y ocupó la presidencia hasta 1996. Supo dejar los cargos, pero no dejó nunca de tener opinión propia. Por ello, en el VI Congreso, marcado por la crisis interna sobre el modelo sindical a seguir, se suprimió la presidencia como castigo a su posición crítica. Fue un error y una injusticia a toda su trayectoria, algo que debería reconocer el sindicato.

 

Tenía los mejores valores de la clase obrera: ese orgullo por el trabajo bien hecho, cumplir primero para poder reclamar. Su conciencia de pertenencia a una clase era muy clara, y en consecuencia, su lema era estar con la gente. Ello le hizo estar en lucha constante contra el destino programado por los vencedores, para reconstruir un movimiento obrero derrotado, perseguido y diezmado en la Guerra Civil.

Era también un indomable. Dijo no quiero y el régimen tembló. Puso en marcha, junto con otros compañeros, un movimiento sindical de defensa de los trabajadores, de la libertad sindical y la democracia que colocó contra las cuerdas al régimen. Al salir de la cárcel declaró todo un programa de intenciones: “ni nos domaron, ni doblaron, ni nos van a domesticar”.

A la vez era una persona sencilla, que se definía a sí mismo como alguien “ni alto, ni bajo, ni gordo, ni flaco, normal”. Era austero, sencillo y cariñoso, cargado de bonhomía. Todo este relato de vida, no es banal: la capacidad de acción depende de las ideas que se tienen y ellas le habían ido conformando su carácter y compromiso.

Marcelino siempre iba a Norte. No perdía la dirección principal, la esencia de las cosas. Por ejemplo, cuando decía que “toda persona por el hecho de nacer tiene derecho a una vida digna…”. En torno a ello, estructuraba la defensa de la dignidad de las personas, de sus libertades y derechos, de su empleo, protección social y participación democrática.

Era consciente de las debilidades que se produjeron en la transición y que dieron lugar a compromisos de trastienda, con demasiadas gangas del pasado que aún subsisten en el presente, y que impiden una democracia más profunda y transparente. Por ello decía que “la democracia no había entrado en las fábricas” y que “los sindicatos eran los parientes pobres de la democracia”.

En el pensamiento de Marcelino hay una idea importante: el movimiento obrero existe por una condición obrera marcada por la lucha de clases. Sabía que la emancipación de los trabajadores tiene que ser fruto de su lucha, que no iban a regalarles nada, que la unidad era fundamental. Para construir un sindicalismo de nuevo tipo, la cuestión era cómo hacer compatible el movimiento y la organización, la reivindicación, la lucha y la negociación, no perder la frescura ni la legitimidad.

Me pregunto: ¿cómo vería Camacho la situación actual? Haría un análisis muy exhaustivo empezando por los temas estructurales: crisis económica mundial, su intranquilidad por la deuda externa de España.Vería con inquietud la degradación del trabajo y de los salarios, la insoportable tasa de paro, la precariedad que no cesa de crecer, el desmantelamiento de la negociación colectiva y el crecimiento de la legión de trabajadores pobres que no pueden construir un futuro autónomo. Estaría preocupado por el adelgazamiento del Estado de Bienestar y los recortes sociales que hacen que crezca la desigualdad y la pobreza. También por el saqueo de las pensiones y los recortes en el sistema nacional de ciencia. Lucharía por la igualdad entre hombres y mujeres: siempre hablaba de “compañeras y compañeros”. 

Denunciaría el tsunami de la corrupción como un cáncer para la democracia; el artículo 135 de la Constitución y el rescate a la banca; la aprobación del CETA, y el asalto a las instituciones del Estado que practica el PP. En relación al conflicto de Cataluña, Marcelino no sería independentista, pero no por ser de Soria, sino por internacionalista. Como demócrata y persona con un gran sentido común, defendería la búsqueda de soluciones políticas y rechazaría el 155 y la represión sobre quienes defienden políticamente sus planteamientos.

¿Qué estaría haciendo hoy Marcelino? No hay más que recurrir a sus memorias y a su significativo título, que es una declaración de culpabilidad: “Confieso que he luchado”: Pues eso, estaría luchando para cambiar y mejorar las cosas. Acompañaría a Coca Cola en Lucha, a los de Amazón y a toda huelga obrera. Habría participado como un militante más en las asambleas del 15-M; defendería la unidad de la izquierda; saldría a la calle en defensa del sistema público de pensiones; estaría del brazo de Josefina en las manifestaciones feministas; introduciría en sus análisis estratégicos el problema medioambiental y del cambio climático, sin ninguna duda. Mantendría sus compromisos políticos (PCE e IU), defendería Unidos Podemos, fiel pero con criterio propio y hasta heterodoxo, porque nunca comulgó con ruedas de consignas.

Lo más importante es su legado, sus muchas aportaciones y su ejemplo. Lo clasificaría en seis puntos de tipo ideológico y derivados de su carácter.

– Su apuesta por la participación democrática, de prácticas sociales que no solo son útiles, sino absolutamente necesarias como la asamblea, la participación horizontal, el protagonismo de los que luchan, el empoderamiento de los de abajo.

– La defensa de la unidad. En la actualidad, el neoliberalismo campa por sus respetos, hasta el punto de que se jacta de estar ganando la lucha de clases. Por ello, es absolutamente necesaria la unidad, porque hay una regla de oro en las dinámicas sociales: unidos se gana o se pierde menos, divididos se pierde siempre. Ello obliga al sindicalismo a mucha humildad y a la autocrítica necesaria para superar desconfianzas en su relación con los movimientos sociales. Él tenía talento para sumar.

– Su concepción de la acción sociopolítica. Sabía que no hay cambio profundo si éste no es sistémico. Que el sindicato de clase no puede ser solo reformista, en el sentido de mejorar las condiciones laborales, algo que está muy bien pero no es suficiente. Que también es necesaria la lucha política y elevar el nivel de conciencia de los trabajadores y la mayoría social. Que hay que moverse entre “lo posible y lo necesario” (título de la película documental que se estrenará a finales de mayo), con los pies en el suelo y la vista en el horizonte.

– La coherencia. Marcelino era una persona de una pieza, que hacía lo que decía y vivía como pensaba. Una de las cosas que más le enorgullecían era un premio que le dieron en un pueblo de la montaña palentina: el premio a la Coherencia de Guardo, porque era un premio a toda una vida y que él llevaba con mucha facilidad, porque había hecho de la coherencia una religión.

– El afán de saber. Siempre estudió todo lo que pudo, hablaba mucho de la revolución científico técnica, era un optimista del progreso humano, creía en la Humanidad y en su capacidad de dar solución a los problemas más difíciles, eso sí, con justicia social y redistribuyendo la riqueza. Para ello no solo había que vencer las resistencias de las fuerzas contrarias al cambio, sino que había que formarse y saber tanto como los poderosos para poder construir otro modelo de sociedad desde abajo y a la medida del ser humano.

– La honestidad a prueba de halagos del poder, esos cantos de sirena que, unidos a las ambiciones, han estropeado a tantos dirigentes obreros y de la izquierda. Una de las aportaciones más importantes es ser un referente moral y, por ello, su figura se engrandece más aún ahora.

Marcelino Camacho combinaba bondad, inteligencia y revolución. ¿O hay algo que armonice mejor las tres cosas que su planteamiento de “Luchar, trabajar, estudiar cantando y vivir soñando”? Por eso, en estos tiempos difíciles le echamos tanto de menos.

 

Marcelino Camacho y Agustín Moreno en el en el V. Congreso Confederal de CC.OO

 

 [Fuente: Cuarto Poder]

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2018

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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