¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Rafael Poch de Feliu
Cuando la Moreneta mira hacia Jerusalén
Se confirma que un pueblo victimizado en el pasado puede ser, perfectamente, el peor verdugo cuando pierde toda mesura y sentido de la realidad.
Hace 58 años, el 21 de marzo de 1960, el gobierno de África del Sur asesinó a 69 manifestantes desarmados en Sharpesville. Entonces hubo gran indignación internacional y con el tiempo aquello concluyó en un efectivo boicot al régimen racista. El pasado lunes ocurrió algo parecido en los límites del ghetto de Gaza donde el ejército israelí mató a más de 60 personas, hombres mujeres y niños, tiroteando durante horas e hiriendo a más de 3.000. Mientras tanto en Jerusalén se escenificaba la infame ceremonia de apertura de embajada de Estados Unidos, una nueva burla al derecho internacional, coincidiendo con el aniversario de la fundación del estado de Israel sobre la expulsión de 700.000 autóctonos. Los muertos de la jornada eran descendientes de aquellos expulsados hace setenta años y reclamaban su derecho al retorno, de acuerdo con las resoluciones de la ONU.
La víctima más joven de la jornada, la más mortífera desde la masacre del verano de 2014 en Gaza, fue un niño de ocho meses de edad. En mes y medio el ejército israelí ha herido de bala a unas 6.000 personas y matado a 109 palestinos, más que en el supuesto ataque químico en los arrabales de Damasco del mes pasado que fue atribuido al régimen sirio sin la más mínima prueba.
Entonces la reacción de los países europeos fue de lo más enérgica. Francia incluso lanzó misiles contra Siria. Ahora la encargada de la política exterior europea, Federica Mogherini, ha apelado, “a todas las partes”, víctimas y verdugos, a “actuar con la mayor contención para evitar más pérdidas de vidas humanas”. El ministerio de exteriores alemán advirtió a los palestinos de que, “el derecho a la protesta pacífica no debe ser invocado” por sus dirigentes como pretexto para “promover violencia”. “Nos preocupa que elementos extremistas” en Gaza “puedan secuestrar las protestas pacíficas en aras de sus propios objetivos”, declaró la primera ministra británica, Theresa May. Emmanuel Macron fue algo más allá en la crítica a la acción de Israel sin dejar de afirmar su “compromiso con la seguridad” de ese país.
La última masacre coincidió en Barcelona con la investidura de un nuevo presidente de la Generalitat, Quim Torra. Los puntos de vista que Torra manifestó por escrito sobre los españoles sonaron tan extremos que llevaron a un comentarista simpatizante moderado del independentismo catalán, Antoni Puigverd, a decir: “no creo que Torra sea nazi”, aunque el nuevo President, “se inspira en el mecanismo que permitía a los nazis actuar como lo hicieron: bestializando a los judíos”. Eso mismo hacen hoy los propios israelíes con los palestinos, confirmando que un pueblo victimizado en el pasado puede ser, perfectamente, el peor verdugo cuando pierde toda mesura y todo sentido de la realidad.
El problema de Israel, “no es Benjamin Netanyahu, es la nación o por lo menos la mayor parte de ella”, escribía hace poco en Haaretz el veterano periodista israelí Gideon Levy, aludiendo a la popularidad que el racismo y el supremacismo contra los palestinos tiene en la sociedad de su país. “Si el problema estuviera solo en Netanyahu y su gobierno sería de fácil solución”, continuaba. “La verdadera calamidad es el hecho de que toda manifestación de humanidad en Israel es un suicidio político”, constataba Levy, influido por los coros de júbilo que la macabra puntería de los tiradores de elite de su ejército suscitan entre los asistentes al espectáculo.
A la ceremonia del lunes en Jerusalén asistió Sheldon Adelson, el magnate de Las Vegas. Artur Mas cortejó a ese financiador de Trump y de los asentamientos en territorios ocupados al que quería convencer para que instalara su Eurovegas en el Prat, magnífica receta pujolista para salir de la crisis del ladrillo y el latrocinio en las pocas tierras de cultivo que le quedan a Barcelona. Entonces el President hablaba del “eje Barcelona-Massachusetts-Tel Aviv”. Ahora ya podría cambiar Tel Aviv por Jerusalén con la bendición de Trump.
El sucesor de Mas saludó desde Berlín el aniversario de Israel, sin mencionar el pecado original de ese país y con la moreneta a su lado y luego condenó la masacre para acallar murmullos. Y el sucesor del sucesor es un tipo del que hay que decir, “no creo que sea un nazi” porque en sus declaraciones ha empleado con los españoles fórmulas como las que los israelíes manejan para deshumanizar a los palestinos y como las que los alemanes emplearon en su día con los propios judíos, mientras los partidarios del personaje son incapaces de ir más allá del: “¿Y qué?, también en España se oyen cosas así de los catalanes”.
Parafraseando a Gideón Levy podría decirse que la verdadera calamidad es que cualquier manifestación de sentido común o de escepticismo hacia el quimérico procés y su república imaginaria, es hoy un suicidio político en Catalunya. Por ahí pasa un eje Catalunya-Jerusalén.
[Fuente: Blog personal del autor]
19 /
5 /
2018