La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Aporofobia, el rechazo al pobre
Paidós,
Barcelona,
196 págs.
Toda una apuesta por el bien radical
Sebastià Sala López
En el año 1526, cuando en Gran Bretaña y Europa el pauperismo se había convertido en una grave amenaza para el orden social, se publicó en Brujas De subventione pauperum, el primer tratado sobre la pobreza, obra del célebre humanista valenciano Juan Luis Vives. Inicialmente, el Tratado del socorro de los pobres tenía fines estadísticos y fue encargado por el prefecto de Brujas con la finalidad de poder abordar con más racionalidad el acuciante problema del pauperismo. Sin embargo, el tratado va más allá de su cometido inicial y acaba proponiendo medidas para hacer frente a la situación. Lo que hace, en realidad, es interpelar por primera vez en la historia a los poderes públicos a que intervengan, tomando medidas concretas encaminadas a la solución del problema. Sin saberlo, el célebre humanista dio un giro radical a la lucha contra la pobreza y puso la primera piedra de lo que hoy conocemos como Estado del Bienestar, y más en concreto de uno de sus pilares más importantes: la protección y promoción social de los pobres. Este es uno de los valiosos datos que recoge Adela Cortina en su libro Aporofobia, el rechazo al pobre, recientemente publicado por Paidós.
Pero ¿de dónde viene? ¿Qué significa? ¿Para qué sirve la palabra aporofobia? El término es un neologismo, formado por las palabras griegas áporos (“pobre”) y fóbeo (“espantarse”), y fue acuñado por la propia autora en una columna que llevaba por título Aporofobia, publicada en el año 1995. Más adelante, explica que dicho término surgió de la necesidad de designar un aspecto de la realidad social sin el cual no puede entenderse la misma en toda su complejidad. Con este argumento, propuso a la Real Academia de la Lengua su inclusión en el diccionario de la lengua española (y desde el pasado mes de diciembre, la palabra ha sido aceptada como cultismo). Pero hay mucho más, pues la aporofobia, como la xenofobia, la homofobia o el racismo, son consideradas por Adela Cortina como patologías sociales a las que tiene que hacerse frente desde el Gobierno y la educación. Su origen está en el cerebro y, más concretamente, en las emociones que aparecieron ligadas a él a lo largo de nuestro desarrollo evolutivo como especie. Como explica la autora, los primeros códigos de funcionamiento que se incorporaron a nuestro cerebro eran emocionales y muy necesarios, puesto que reforzaban conductas que resultaron clave para la supervivencia, como la ayuda mutua, la cohesión social y el recelo frente a los extraños. Pero, mientras que los dos primeros posibilitaron un desarrollo cultural y tecnológico que no se ha detenido hasta nuestros días, el tercero impidió que el progreso moral se desarrollara de forma pareja, al quedar circunscrito al ámbito de las emociones individuales. La fobia y los miedos son por ello el germen de la aporofobia —y de cualesquiera otra patología social— que se manifiesta a través de conductas humanas que afectan a personas concretas. Si bien, como también apunta la autora y cabe subrayar, nuestro cerebro es moldeable, y, por medio de la conciencia ética y el compromiso moral de cada individuo, es posible modificar nuestras conductas, impulsando con ello la construcción de una sociedad más inclusiva donde no se rechace lo que resulta extraño ni tampoco a aquellos que, por su situación, no tienen nada que ofrecer en el contexto de una “sociedad del intercambio” cada vez más individualista. Como se señala al final del libro, después de cuarenta mil años de evolución, el reto más importante que tenemos por delante como especie es poder dar un paso en el progreso moral, haciendo coincidir lo que queremos, lo que deseamos y lo que soñamos, con lo que hacemos.
Aporofobia, el rechazo al pobre se divide en ocho capítulos que, aunque están de algún modo interrelacionados, no merecen todos la misma atención; y en algunos momentos da la sensación de que lo que explica la autora no guarda mucha relación con el asunto principal del libro (no se entiende, por ejemplo, que en el capítulo tercero cite a Venezuela, China y Corea del Norte como ejemplos de países donde no hay libertad de expresión). Especialmente interesantes y estimulantes, por otro lado, resultan los capítulos cuatro y cinco dedicados a los aspectos científico-filosóficos que explican el origen de la aporofobia, así como también los dos últimos, dedicados a la conceptualización histórica de la pobreza y la hospitalidad cosmopolita. En suma, es un libro útil y muy recomendable, por cuanto que dota de las herramientas necesarias para la reflexión crítica sobre aspectos clave de nuestra naturaleza, y también porque invita a repensar el modelo de sociedad que queremos, ayudándonos a tomar una posición ética y moralmente responsable.
No hay duda de que nuestra época está marcada por la akrasía, que en griego significa debilidad moral; lo que, traducido a la práctica humana, se define como la asimetría entre lo dicho y lo hecho. A mediados del siglo XVIII, Immanuel Kant llamó a esto el “mal radical” y lo definió como la tendencia natural de las personas a optar por el egoísmo frente al deber moral. Creo que hoy, y siempre, es un buen momento para hacer el bien radical, empezando por uno mismo. Sin duda, este libro puede ayudarnos a cumplir el objetivo.
27 /
3 /
2018