La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
El Lobo Feroz
Imprecación contra un imperio en decadencia
Dios bendiga a América está en el himno americano. ¿Qué piensan los americanos no creyentes? ¿Qué pensáis vosotros?
¿Qué decir del destino manifiesto, de la doctrina Monroe, o de la enmienda Roosevelt a la doctrina Monroe?
La doctrina del destino manifiesto significaba el divino designio de que los estados unidos de América del Norte habían de extenderse del Atlántico al Pacífico. Con esta doctrina exterminaron a las naciones amerindias y se apoderaron de la mitad del territorio mexicano, a mediados del siglo XIX. Tomaron así Texas, Nuevo México, California, Nevada y Utah, y parte de Arizona, Colorado, Wyoming, Oklahoma y Kansas, además de territorios menores.
La doctrina Monroe significaba que la América del Sur y el Caribe eran territorios para la exclusiva expansión comercial de los Estados Unidos. En principio iba dirigida contra Europa El corolario Roosevelt (de Theodore Roosevelt) a esta doctrina significaba el derecho a intervenir en los asuntos internos de cualquier país latinoamericano donde se sintieran amenazados los intereses de personas o empresas norteamericanas.
Pues bien: los americanos creen que no son colonialistas.
Y no lo son en el sentido europeo de la palabra: lo son en el sentido americano de las prácticas políticas. No ponen el pie en ningún país sin dejar allí una base militar. Son militaristas.
Los americanos apoyaron a los regímenes dictatoriales de Somoza, Stroessner, Batista, Trujillo y otros. Derrocaron al presidente Árbenz de Guatemala; al presidente Allende de Chile por la mano interpuesta de una parte de su ejército; al presidente Goulart de Brasil de la misma manera. Apoyaron a los genocidas dictadores militares argentinos y a buen número de dictadores bolivianos. Al genocida Suharto en Indonesia, a dictadores militares o civiles en Vietnam del Sur y Corea del Sur. Apoyaron, claro, a Franco (nos deben veintitantos años sin libertades). Crearon «La escuela de las Américas», primero en Panamá y luego en Fort Benning, Georgia, para enseñar a los militares de América Latina a enfrentarse a las protestas sociales: centenares de miles de personas —educadores, sindicalistas, estudiantes, campesinos pobres, etc.— han sido torturados, violados, asesinados, hechos desaparecer o masacrados por soldados y oficiales entrenados por esa escuela del ejército norteamericano.
Han intervenido militarmente contra los más pequeños poderes de América: Granada, Panamá.
Hicieron la guerra a España —con falsos pretextos— para apoderarse de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Cuba finalmente les salió rana.
Hoy son militarmente la mayor potencia de la Tierra.
Los contribuyentes americanos vienen pagando armas que se convierten en obsoletas desde hace décadas y décadas, pero carecen de una seguridad social universal.
Los gobernantes segregan a partes importantes de su población, antes amerindia y afroamericana; ahora sobre todo de habla hispana.
Son el país más endeudado del mundo.
Son el país que más presos tiene: casi dos millones y medio de personas. Por los centros de detención pasan al año 12 millones de personas. Un porcentaje elevado de presos está en cárceles privadas, un negocio que mueve 2.900 millones de dólares anuales.
No vayas a América si no tienes dinero para abogados. Por fumar en lugar prohibido te pueden encarcelar.
El país ha perdido la propiedad de industrias históricas suyas, como la Ford, ahora en manos chinas. Detroit ya no es lo que era.
En las escuelas de muchos estados está prohibido explicar la doctrina de la evolución natural y deben atenerse al creacionismo.
Eso coincide a veces con conservar la pena de muerte.
A pesar de tener la principal industria de entretenimiento del mundo, apenas producen una o dos películas al año de verdadero valor artístico, generalmente dirigidas por autores de origen extranjero.
El gobierno americano puede difundir legalmente mentiras, ocultar la verdad, y comprar a periodistas en el extranjero para defender sus intereses.
El sistema político americano está parasitado por el complejo militar-industrial. Mandos militares y dirigentes empresariales saltan del ejército a las empresas y de las empresas a la política para mantener el negocio bélico.
Que dispara contra todo lo que parezca interferir con su acceso al petróleo: Afganistán, Iraq, Libia, ahora Siria. Todo eso forma parte de lo que considera sus defensas. Las «defensas de América».
Una parte importante de la población americana es pobre y prácticamente analfabeta, o sea, perfectamente manipulable políticamente.
El sistema de partidos norteamericano falla gravemente: desde Europa estaba claro que Hillary Clinton era una pésima candidata a la presidencia, pero el partido demócrata la mantuvo. Y del partido republicano no hace falta hablar, porque eligió a un irresponsable como Trump, políticamente un cretino, y ganó las elecciones.
La política exterior americana, además, consiste obsesivamente en acosar a Rusia y a China (a la que falta poco para convertirse en primera potencia económica mundial). Contra Rusia utiliza a la OTAN —o sea, también a España—; contra China, desde Filipinas, intenta crearle problemas en el Mar de la China.
Bueno: este anciano Lobo trata de explicaros el porqué de sus pesadillas. Los imperios decaen lentamente. No suelen ser conscientes de las dimensiones de su declive. Pero nunca antes lo que declinaba era un imperio armado hasta los dientes. Nunca un imperio tan peligroso, obsesionado por las armas, había entrado antes en clara decadencia.
Y de paso anunciaros que este Lobo no soporta la fascinación por el inglés de sus conciudadanos: su adicción al whisky, al rock, a las discotecas, a la moda, a las pelis de persecuciones o militaristas o de catástrofes, a los marines, a los Oscar, a los discos de oro, a las universidades americanas en general y de Minnesota en particular, a sus rituales y sus «fraternidades», a sus becas Fullbright, a su baloncesto, al Halloween, el Día de Acción de Gracias y la Super-Bowl; a su machismo; a los modelos de vida que proponen los empresarios norteamericanos, a la imitación de su analfabetismo y su mal gusto. No soporta esta admiración de los hispanos de las revistas «del corazón» —cantantes, modelos, toreros, deportistas, periodistas o dentistas— por esos horteras ricos del primero y más agresivo y antiecológico imperio del planeta.
Casi podríamos formar un partido político con todo esto, hablando alto y claro. Si estamos de acuerdo en eso estaremos de acuerdo en bastante más.
17 /
3 /
2018