¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Antonio Turiel
La aniquilación de Yemen
Queridos lectores,
Durante los ocho años de singladura de este blog, en numerosas ocasiones nos hemos referido al riesgo evidente de colapso que corría Yemen por culpa de su prácticamente total dependencia en las exportaciones de petróleo y lo abrupto que había sido el peak oil en ese país, que hacía prever que hacia 2014 ya no exportaría petróleo (como mostraba esta gráfica de Gail Tverberg en 2013):
Javier Pérez escribió una de las últimas notas aparecidas en este blog sobre Yemen, a la cual el puso el significativo título de «Yemen, la próxima guerra«. No se equivocó Javier en absoluto al prever que Yemen sería escenario de una guerra próxima, que de hecho estalló el año siguiente al de su artículo, en 2014. Una guerra cuyas causas últimas eran el enorme crecimiento de la población en un país con escasa capacidad de producir alimentos y que por tanto los importaba masivamente, usando para ello los beneficios del petróleo, que estaban menguando rápidamente.
Sin embargo, como suele pasar en estos casos, poca gente reconoce la importancia de estas causas últimas en el problema yemení. La radicalización de la población cuando las cosas van muy mal, que bien anticipaba Javier, ha llevado a la explosión de múltiples conflictos, y las ramas de esos conflictos no dejan ver el árbol del declive energético. La presencia de multitud de grupos tribales y de viejos intereses contrapuestos en una nación que surgió en realidad de la unión de dos (Yemen del Norte y Yemen del Sur) han hecho de Yemen un caldo de cultivo idóneo para la proliferación de facciones, hasta seis diferentes, que se disputan el control del país. Por si eso fuera poco, la injerencia de Arabia Saudita (al mando de una putativa coalición de países de la región, y que está fuertemente respaldada por Estados Unidos, Turquía, el Reino Unido y Francia) ha servido para incrementar enormemente el caos, atacando al bando que parecía más fuerte, el hutí, y que hubiera podido hacerse rápidamente con el control de la mayor parte del país si Arabia Saudita no hubiera comenzado sus bombardeos en 2015.
Podría parecer que Arabia Saudita y sus aliados occidentales tenían un gran interés en favorecer al gobierno legítimo del presidente Hadi y evitar el crecimiento de la influencia iraní en la zona (pues nominalmente Irán apoya a los hutíes). Sin embargo, a la luz de los últimos eventos parecería que el mayor interés de esa improbable coalición es mantener, a modo de excusa, una situación de conflicto enquistado mientras se destruye de manera sistemática el Yemen y su población. Algo muy similar a lo que se ha hecho con Siria, donde se ha mantenido el espantajo del Estado Islámico durante tanto tiempo como se ha podido (hasta que Rusia dio un puñetazo al tablero) como medio para justificar el castigo a la población local.
En el caso de Yemen la situación tiene unas dimensiones tan dantescas que se podría casi calificar de genocidio planificado. De los 29 millones de yemeníes, calcula Naciones Unidas que un 75% —unos 22 millones— necesita ayuda humanitaria, incluyendo unos 11 millones que necesitan ayuda urgente para sobrevivir. Hay casi 18 millones de personas que no saben cuándo será su próxima comida, incluyendo más de 8 millones en riesgo de desnutrición. Encima, en un país donde hay poca agua potable se están produciendo brotes de cólera y disentería, que agravan las condiciones de vida de la población.
Y en ese terrible contexto de necesidad exterior, perfectamente previsible teniendo en cuenta que Yemen importaba la mayoría de sus alimentos, la coalición internacional que lidera Arabia Saudita ha impuesto un estricto bloqueo de los puertos de Yemen con el pretexto de evitar el desembarco de armas y otros suministros de origen presuntamente iraní que estarían yendo a parar a manos hutíes y de algunas otras facciones consideradas extremistas. Lo curioso es que las condiciones del bloqueo se imponen sobre la cantidad de toneladas métricas que se dejan descargar en los puertos yemenitas. Por ese motivo no son pocos los que dicen que lo que se está ejecutando es una deliberada campaña de exterminio de la población yemenita vía una hambruna deliberada. Entre tanto, los países líderes de la coalición se han embarcado en una masiva campaña de propaganda para contrarrestar las noticias negativas que llegan de Yemen. Pero en realidad lo más eficaz es el ninguneo prácticamente absoluto de la crítica situación del país en los medios de comunicación occidentales, que casi no hablan de esta crisis y lo poco que lo hacen tratan el problema de manera demasiado somera como para que la población occidental comprenda el alcance y la gravedad de lo que está pasando.
La enorme tragedia yemení debería servirnos para aprender varias lecciones valiosas.
La primera es que los gobernantes de los países más poderosos del planeta son capaces de cualquier cosa con tal de mantener un determinado statu quo, incluso si eso implica la destrucción deliberada de las infraestructuras de un país y la aniquilación de su población. No se puede decir que sea una lección realmente novedosa, pero en pocos casos como en el de Yemen se puede observar con toda su crudeza y plenitud la absoluta falta de escrúpulos con los que esos gobernantes, movidos por espurios motivos, pueden llegar a actuar, y hasta dónde están dispuestos a llegar.
La segunda lección es que, en el proceso global de declive energético, sin duda se va a intensificar la propaganda y la desinformación. Eso es lo que hace que poca gente reconozca los signos de nuestro declive. Incluso en los países occidentales hay un general y progresivo deterioro de las condiciones de vida de la mayoría, pero se justifica esta pérdida material con una plétora de excusas y medias verdades que son comúnmente aceptadas. Y con respecto a los países que están mucho más abajo que nosotros en la curva de declive, se encuentran y difunden en los noticieros confortables explicaciones ad hoc para justificar su degradación y consolarnos pensando que «a nosotros no nos puede pasar eso».
Por último, la tercera lección es que, una vez que empiezan los problemas, las rencillas y conflictos tribales impiden reconocer cuál es la causa última de tanta miseria y dolor. Los problemas se presentan de manera polarizada, típicamente como una dicotomía con dos opciones que en realidad no explican ni resuelven nada, y que llevan a que muchos se comporten como la hormiga que se pasea debajo de la manzana sin nunca encontrarla. Una tendencia, la de las falsas dicotomías y las rencillas tribales, en la que muchos países occidentales parecen estar ya embarcados, y España en ese sentido no es una excepción. Un grave error que nos hace vulnerables y manipulables. Lo cual es preocupante, porque si en algún momento los psicopáticos amos del mundo deciden que nosotros seguimos en la lista de los prescindibles estaremos perdidos.
Pero, tranquilos, eso que ha pasado en Yemen no puede pasar aquí. ¿Verdad?
[Fuente: The Oil Crash]
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3 /
2018