¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
El Lobo Feroz
Los motivos de un lobo psuquero
Se me vino encima un lobo enorme, evidentemente ya muy anciano, y se puso a despotricar a la puerta de mi covacha. «¡Es inadmisible!» —gritaba, temblando y salivando de ira todo él. Me costó bastante calmarle y averiguar qué es lo que consideraba inadmisible. «Pues que ya está bien: después de aguantar a Franco y a los franquistas y dejarnos la piel contra ellos, tuvimos que soportar una constitución descafeinada, con rey y todo lo demás; que se ignorara a nuestros asesinados, enterrados en las cunetas; tuvimos que soportar el escarnio de Felipe González contra nuestros hijos objetores de conciencia, y que nos metiera en la Otan; y aguantar estoicamente las arremetidas de Eta, con asesinatos injustificables. Y después a Aznar, con sus privatizaciones para los amigos de todas las empresas públicas que quiso, de Iberia a Telefónica, y que nos metiera en una guerra o dos; y la crisis… ¡para que acabáramos en esto!»
«Esto» resultó ser la división en dos de la población catalana gracias a un gobierno y unas asociaciones independentistas que decidieron —ciegos ellos— proceder a buscar la independencia de Cataluña por las vías de hecho. «¿Es así?» —le pregunto al anciano, que no sé siquiera cómo se llama—. «No. No sólo es así. Estos tipos se han ciscado en las leyes de un modo tal que si lo hubiéramos hecho nosotros ya nos habrían asesinado. A los rojos, se entiende. Y el independentismo se ha comido todas las cuestiones sociales en Cataluña y también en España. No se habla de ellas. Hasta los de Podemos o los Comunes hacen seguidismo del independentismo, que por lo demás pretende seguir dando la vara después de las elecciones. ¡Tener que pasar por esto un viejo psuquero como yo!»
Aunque no lo decía, inferí que lo que le pasaba al anciano colega era no saber a qué carta quedarse a la hora de votar en diciembre. Se negaba a votar, claro, a los independentistas y a los partidos de derecha (si es que no son lo mismo, un suponer), pero había perdido la confianza en En Comú Podem. «Políticamente me hacen sentir vergüenza ajena —decía—, aunque hay buena gente ahí». Lo que le pasaba, adiviné, es que tenía la tentación de votar a Iceta, «El único coherente en toda esta historia», dijo, pero temía que acabara dejando el paso libre a Ciutadans.
Al final le aconsejé que hiciera lo de otras veces: votar en conciencia, por ejemplo a un partido ecologista o a alguno de los grupos comunistas que aún se presentan a las elecciones, o meter en el sobre papeletas de los dos. Esto último le pareció divertido, y ya se iba cuando caí en la cuenta y me acordé:
— Pero ¡si los lobos no tenemos derecho al voto!
— Los extranjeros avecindados tampoco. Pero ¿quién te impide plantearte la cosa como un ejercicio teórico?
11 /
2017