La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
Ni 155 ni DUI. ¿Y después?
I
Catalunya ha vivido estas últimas semanas en una montaña rusa de la que se podría haber salido muy mal. Si lo ocurrido lo hubieran escrito guionistas profesionales — giros cada vez más inesperados a medida que nos acercábamos a la fase del desenlace—, con toda seguridad serían candidatos a cualquier premio al que se presentaran. Todo el mundo con preocupaciones políticas ha estado al tanto de las idas y venidas, y por tanto no vale la pena hacer la crónica. Me limitaré a los aspectos estructurales.
En primer lugar, se ha demostrado que, como pulso al Estado, el independentismo ha jugado de farol y que la pretendida hoja de ruta no tenía otro fin que la declaración retórica de la DUI. A mí ha sido siempre lo que más me ha indignado del procés: que se haya organizado una enorme movilización social con una insistente propaganda sobre la posibilidad de conseguir la independencia y el carácter indoloro (más bien beneficioso) de esta, cuando era bastante evidente para cualquiera con conocimientos de política internacional que era prácticamente imposible conseguir apoyos externos que ablandaran la posición del Estado español. Y que era bastante probable que la ruptura tuviera, al menos durante años, unos costes elevados. Además, todo ello dicho por unas fuerzas que en ningún momento han conseguido el apoyo electoral de la mayoría de la población (aunque en esto los dos bandos han jugado al mismo juego, contando el voto de CSQP como apoyo u oposición al independentismo según le convenía a cada uno). Al final se ha constatado lo evidente, que no había fuerza ni apoyos para hacer frente al garrote del Gobierno. Lo sucedido tras la proclamación de la DUI (poco épica, por cierto) pasará a los libros de historia de lo que no debe hacer alguien que quiere imponer un cambio radical. Llamar a la resistencia sin propuestas concretas es una irresponsabilidad, cuando no una verdadera declaración de que uno no se cree lo que propone. Los independentistas habrían tenido posibilidades de salir mucho más airosos si, por ejemplo, hubieran convocado elecciones la noche del 1-O, cuando habían conseguido obtener una enorme movilización popular frente a la dura intervención policial. Podrían haber argumentado que iban a demostrar en unas nuevas elecciones que sí representan a la mayoría de la población (visto el clima de aquellos primeros días, hubieran tenido alguna posibilidad). Y volvieron a tener otra oportunidad el 26-O generando un amplio bloque ante el artículo 155 en Catalunya. Pero prefirieron ir hasta el final y acabar derrotados sin una resistencia digna de tal nombre. Este es el nivel.
En segundo lugar, la derecha ha impuesto finalmente el artículo 155, en gran medida gracias a la torpeza de su rival. Hay que reconocer que la forma en que se ha planteado, como unas elecciones en menos de dos meses y el restablecimiento de la autonomía, nos ha sorprendido a casi todos. Hay que reconocer que el bloque “constitucional” ha sido más hábil por dos razones: a) a los ojos de muchas personas de toda España (incluidos los votantes no independentistas de Catalunya) da una imagen de comedimiento frente al “radicalismo” de sus oponentes, y b) evita entrar en una guerra sin cuartel con una “toma” de instituciones (por ejemplo, TV3) que daría lugar a una verdadera sensación de ocupación y que podría propiciar situaciones parecidas al 1-O. Es difícil saber por qué se ha optado por esta alternativa, pero muestra que menospreciar la inteligencia del enemigo es lo más estúpido que se puede hacer. Hay dos factores que considero que probablemente hayan podido pesar (más allá de lo que pueda haber influido el PSOE, que podía tener problemas con sus alcaldes catalanes, o de la mediación de Urkullu, un socio esencial para que el PP pueda aprobar los presupuestos). Uno es que el Gobierno quizá sea consciente de lo difícil y peligroso que puede ser tratar de regir la sociedad catalana directamente desde Madrid, o mediante un virrey impuesto. El otro es que el desconcierto que la situación puede causar en las filas independentistas pueda traducirse en un bajón electoral (sobre todo vía abstención) que redunde en un reequilibrio de fuerzas.
En todo caso, el 155 muestra sus graves peligros. En primer lugar porque, como resulta patente, lo que de facto supone es dejar vía libre al Gobierno central para que intervenga como quiera en una autonomía. Aunque, de momento, la aplicación no es muy drástica, puede empeorar según se presenten las circunstancias o, en otra ocasión, no se hayan producido las mismas dinámicas atenuantes. Y, lo que es aún peor, la aplicación del 155 viene acompañada de una intervención en la esfera judicial (bajo la dirección del reprobado fiscal general del Estado) que parece más orientada a la venganza que a la búsqueda de una salida decente de la situación. Es cierto que los independentistas han exagerado el grado de represión que han sufrido y que ello ha indignado a toda la gente de izquierdas que padeció la represión franquista y los estados de excepción. Pero no reconocer la naturaleza de presos políticos de los Jordis, cuando es evidente que se ha manipulado el proceso judicial (y posiblemente la tipificación de los presuntos delitos) para que la causa recaiga en el tribunal adecuado, me parece que es negar una evidencia.
II
La izquierda no sale indemne de esta historia, aunque no ha sido la actriz principal y a menudo ha buscado reconducir el conflicto. Sí que ha habido un amplio sector radical que se ha dejado atraer por la magnitud de las movilizaciones independentistas, aunque a mi juicio nunca han entendido las fuerzas sociales que volvían más denso el proceso ni han tenido ninguna posibilidad de ponerse al frente. (La CUP es algo distinto de la izquierda tradicional, más bien debe entenderse como el ala radical del independentismo que como un proyecto de izquierdas inclusivo.) Pero el resto, la mayoría de los Comuns, más bien ha tratado de “surfear” por encima del oleaje; una operación difícil de llevar a cabo porque frente al independentismo estaba toda la fuerza de la derecha tradicional y en un momento en que muchos de los activistas comparten un sentimiento catalanista y un apego a los mecanismos referendarios. Al menos se ha mantenido hasta el final la negativa tanto al 155 como a la DUI; una posición que en el segundo caso se ha reafirmado a medida que se constataban la falta de solidez y el oportunismo del bloque independentista (que, por ejemplo, votó junto con el PP y Ciudadanos en el Ayuntamiento de Barcelona para impedir que en un pleno los concejales socialistas declarasen su oposición a la aplicación del 155). No está claro que, al menos a corto plazo, se salga indemne.
Para Catalunya en Comú hay dos tipos de problemas. Una parte sustancial de su éxito electoral se ha sustentado en los barrios obreros de la ciudad, barrios donde la fuerza del independentismo es minoritaria y donde durante largos meses la vida social ha sido ajena a este tipo de movilizaciones, pero donde la tensión ha empezado a crecer tras el 1-O (en algunos de ellos se han detectado pequeños enfrentamientos dialécticos en forma de caceroladas contestadas con música “nacional”). Aunque siempre ha habido un posicionamiento explícito contra la DUI y contra el carácter referendario del 1-O, siempre ha sido manifestado con menos claridad que la crítica al Gobierno español. Los socialistas han hecho una oposición nítida, y aunque su apoyo indiscriminado al PP es poco ético (sobre todo impide que se abran otras visiones del modelo territorial), puede resultar efectivo para su objetivo primario de recuperar apoyo electoral.
En el otro campo, la propuesta de un referéndum pactado, de construir la soberanía de otro modo, de buscar una nueva formulación de la cuestión nacional en el contexto español, pese a ser justa difícilmente atraerá a los, posiblemente, desencantados del final del procés. Los que ahora han constatado que la vía que les propusieron es imposible, en muchos casos están tan convencidos de la maldad intrínseca del Estado español que dan por inútiles los esfuerzos por alcanzar una vía alternativa. Otros están simplemente desorientados y con pocas ganas de movilización. Y unos terceros simplemente se han blindado y consideran “traidor” o “de poco fiar” a quien ha intentado tener una actitud equidistante. Un abanico de respuestas que incluye al sector de “comunes” que se dejaron arrastrar por la euforia de las movilizaciones y por el espejismo de que había una ventana para la ruptura.
No va a ser fácil recomponer a corto plazo un espacio propio en medio de tanto ruido, tanta carga emocional, tanta sensación de derrota, encarcelamientos más que posibles, triunfalismo españolista, etc. Y hacerlo en medio de una campaña electoral inmediata. Porque el tsunami que ha generado el procés ha tenido impactos importantes que no se resuelven de golpe. Y, casi siempre, quien más recibe es el que ha intentado que las cosas fueran diferentes de como querían los actores principales de la obra. Aunque bueno será empezar a trabajar para recomponer las cosas.
III
La partida ha quedado detenida hasta Navidad. La aplicación del 155 es un manotazo que en cierto modo impone una tregua. Pero la situación no se detiene y tras el 21-D podemos volver a estar en el punto de partida. Las últimas encuestas disponibles daban resultados electorales parecidos a los de hace dos años, con la posibilidad de otra mayoría absoluta del independentismo (PDeCAT, ERC, CUP), aunque es posible que lo ocurrido en los últimos días pueda alterar las cosas. El éxito electoral no depende solo de las preferencias de la gente, sino también de su movilización. Pero aun en el caso de que el independentismo se desmovilizara parcialmente y el resultado fuera menos favorable, seguramente persistiría grosso modo la división actual. Hay por tanto alguna posibilidad de seguir en un día de la marmota sin fin.
Todo dependerá de las “lecciones” que uno y otro bando hayan sacado del proceso actual. De si los líderes independentistas se han convencido de que la República catalana no es un objetivo inmediatamente asequible (o siguen encerrados en su burbuja) o de si los unionistas han entendido que este es un país complejo y que hay que buscar soluciones de tipo federal (o, por el contrario, se sienten reforzados y vuelven a ir a por todas). El resultado es algo impredecible, y ahí es donde la izquierda de los Comuns debería ejercer una función esencial en tres campos: en ofrecer propuestas de salida que pasan por una compleja construcción de una amplia alianza en clave catalana y española; en llevar a cabo iniciativas orientadas a construir convivencia y diálogo a todas las escalas posibles, y en resituar en el espacio político los grandes temas sociales, de clase, de género y ecológicos que la música nacional, toda ella, tiende a acallar.
30 /
10 /
2017