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Pablo Massachs

El instante decisivo

Cada generación tiene su tema.

José Ortega y Gasset

 

Nada como un buen enfrentamiento cara a cara para levantar pasiones. El ser humano precisa de simplificaciones útiles con las que identificarse, y este tipo de duelos en ocasiones nos ayudan a fijar ideas y tomar partido. Algunos de ellos contraponen cosmovisiones antagónicas: pensemos en los debates entre Einstein y Bohr sobre diversos temas de la filosofía de la ciencia, en particular sobre la mecánica cuántica. En otras ocasiones se trata más de una confrontación de estilos: véase la rebuscada estética del léxico de Góngora contra la riqueza en el significado que buscaba Quevedo. Finalmente, otras rivalidades tienen más de construcción artificial de antagonismos (es decir, de necesidad colectiva de que la confrontación exista) que de realidad, como la absurda disyuntiva entre Beatles y Rolling Stones, por citar un ejemplo de la cultura popular que tiene ya unas cuantas décadas.

Un ejemplo fascinante de estas polémicas tuvo lugar entre Henri Cartier-Bresson y Ansel Adams, dos gigantes de la fotografía del siglo pasado. El francés es conocido por su habilidad para captar el instante decisivo, esa fracción de segundo en que todos los elementos parecen alinearse para ofrecer una imagen armónica e irrepetible. También es considerado uno de los fundadores del fotorreportaje, ese género del periodismo que tanto puede enseñarnos sobre la naturaleza humana. Por el contrario Adams centraba su obra en imágenes de la naturaleza, y además fue un convencido defensor de ésta, acaso el primer fotógrafo ecologista.

La frase de la polémica, que da buena muestra de la diferencia de estilo entre ambos, parte de Cartier-Bresson: “El mundo se cae a pedazos, y todo lo que Adams y Weston fotografían son árboles y piedras”. Para alguien como el francés, que cubrió como fotógrafo algunos de los principales eventos del siglo (desde la Guerra Civil Española a la entrada triunfal de Mao en Pekin), borrar de su obra a los seres humanos para centrarse en los bellos paisajes de Yosemite suponía tener las prioridades desenfocadas.

Hoy en día los problemas en los que centrar el foco son otros. Naturalmente sigue habiendo personajes dispuestos a dedicar su tiempo a luchar por la posesión de armas o a indagar sobre los agravios históricos de sus vecinos. Pero por suerte el Cambio Climático (y sus problemas socieconómicos y geopolíticos asociados) han merecido la atención de gran parte de nuestra intelligentsia. Seguramente Adams en este siglo hubiera sido reconocido como un hombre atento a los problemas de su tiempo, capaz de alinear su arte con su conciencia. Entre los intelectuales que encaran los retos ecológicos encontramos variedad de enfoques.

Una sola idea que todo lo explica

Vivimos en tiempos tremendamente complejos, en los que paradójicamente algunas ideas simples pueden tener buena acogida: los druidas que nos venden la independencia política que todo lo soluciona (y nos regalará un país más rico, más solidario y menos corrupto de la noche a la mañana), el socialismo que vuelve a aparecer con distintas caras para dar respuesta a todas las preguntas, el neoliberalismo trilero que haciéndonos a todos más egoístas consigue una sociedad supuestamente más justa,…

También hay autores que cuentan con una idea-fuerza que intentan amoldar a todas sus interpretaciones: el peak oil que todo lo explica, los cisnes negros [1] que cambiarán nuestro destino,… Incluso un escritor de conocimientos tan variados como Jared Diamond cae en la tentación de intentar encajar su análisis del desarrollo de las civilizaciones a la empresa privada, con un resultado un tanto desconcertante [2].

Ignoro si estos autores viven deslumbrados por sus propias interpretaciones del mundo, que consideran geniales, o se trata simplemente de un ejercicio frío de vender el producto intelectual (diferenciado, de atractivo diseño) en el mercado de las ideas. Las ideas sencillas que explican un gran número de fenómenos nos maravillan por su utilidad y elegancia. Pero no podemos caer en el error de Jeremy Bentham [3] y buscar una explicación simple… pero errónea.

El síndrome del tertuliano

Los tertulianos televisivos viven su momento cumbre. De todo opinan, de todo nos vemos obligados a escucharles. Subiendo un par de peldaños también encontramos intelectuales que no dejan escapar ocasión para explicar su parecer, aunque a veces caen en la falta de reflexión o conocimiento del terreno que pisan. En problemas ecológicos esto parece ser algo habitual, más que una excepción. Citaré tan solo algunos ejemplos notables:

El filósofo Fernando Savater liquida de forma simplista el problema de los derechos animales (si no tienen deberes, no tienen derechos). Desde una argumentación mucho más fina y meditada, otros autores como Jorge Riechmann o Jesús Mosterín le han rebatido sobradamente [4], aunque el enfoque simplista de Savater parece calar entre gran parte de la población.

Con sus casi 100 años de edad Mario Bunge ha afrontado con brillantez numerosos temas filosóficos, como el problema de las pseudociencias, la vacuidad de los posmodernismos o cómo puede la ciencia estar al servicio de los seres humanos. Sin embargo, a la hora de hablar de los movimientos ecologistas demuestra un desconocimiento sorprendente. Los clasifica de forma ridícula [5], como si fueran poco más de defensores de ballenas, quizá por desconocimiento o por soberbia, pero desde luego su visión poco tiene que aportar al debate.

Steven Pinker es un psicólogo evolucionista canadiense que pasa por ser una de las personas más influyentes del mundo, según la revista Time. Se nota que disfruta del debate público y no duda en atacar con toda su artillería las ideas con las que no está de acuerdo. Así lo hace con los que él llama los “científicos radicales” en La tabla rasa [6]. En este ensayo trata numerosos temas, y se basa en la prevalencia de la genética sobre el medio. El poco espacio que dedica a temas ecológicos está reservado para la crítica a “profecías malthusianas” como las del Club de Roma, que el autor canadiense desprecia abrazando uno de los mantras ya conocidos en este ámbito: la tecnología nos salvará. Reducir los límites del crecimiento al crecimiento demográfico es injusto y ridículo. Dichos límites y numerosos problemas ecológicos ya se están poniendo de manifiesto mientras seguimos esperando tecnologías milagrosas que no llegarán.

La respuesta desde el show business

¿Qué tienen en común Obama, Leonardo DiCaprio y Richard Branson? Los tres son personajes mundialmente conocidos, con tremendo poder y capacidad de influencia, y han manifestado hondas preocupaciones por el cambio climático [7]. Y además los tres son productos de la sociedad del espectáculo (la política-espectáculo, el actor-espectáculo, la empresa-espectáculo), puros fuegos artificiales que no quieren afrontar la cruda realidad de los problemas ecológicos. Y es que si el colaborador necesario del boom de la fractura hidráulica en EEUU, el dueño de una isla privada y el propietario de una aerolínea que no tiene mucho de sostenible están llamados a liderar la lucha climática, estamos abocados al desastre.

Rayos de luz

Por suerte, no todo han de ser aportaciones simplistas o vacuas al debate público. Desde la economía industrial, Jean Tirole hace un esfuerzo honesto por explicar cuál sería la mejor apuesta económica para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero [8]. Desde luego los compromisos voluntarios seguidos hasta ahora no parecen la vía para atajar el problema. Tirole plantea dos posibles mecanismos —una tasa de carbono a nivel mundial y derechos de emisión negociables— y explica por qué tienen más posibilidades de éxito que otras fórmulas. Si bien el economista francés ha recibido también críticas [9], siendo acusado de que sus propuestas supondrían una reducción del control de los mercados por parte del estado, se agradece su aportación al atascado debate sobre este problema global.

Volviendo a Jared Diamond, si bien el mundo de la empresa no parece ser su fuerte, sus conocimientos de otras materias (biología, fisiología, ecología) y su forma de relacionarlas resulta inspiradora. Hace ya más de 10 años que este autor publicó Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen [10]. Al leer sobre sociedades pasadas, deja un triple mensaje para nuestra sociedad global, que ahora también peligra: también ahora, los problemas ecológicos pueden acabar con una civilización; aquellos que no atiendan los mensajes de la naturaleza están destinados a desaparecer; por el contrario, si se implementan los cambios necesarios, se puede sortear el riesgo fatal. ¡Qué lejos queda este análisis del tecno-optimismo simplón!

A la guerra se le han dedicado casi tantos pensamientos y reflexiones como al amor. Este fenómeno pone a prueba nuestra capacidad de fe en el ser humano, y nos hace preguntarnos si la paz no es una rareza histórica tejida a base de infinitos ejercicios de autocontrol y empatía. Volviendo a un plano más concreto, no podemos obviar que la escasez material o la tiranía pueden ser el caldo de cultivo que provoquen los conflictos. También lo será el Cambio Climático en el futuro. Así lo explica el psicólogo y psicólogo social alemán Harald Welzer en su ensayo de título inequívoco, Guerras climáticas [11]. Toda una advertencia que arroja luz sobre una de las caras más oscuras del problema climático: su relación con la guerra.

Es una grata sorpresa constatar que la cúpula eclesiástica católica también se puede preocupar por el mundo en que vivimos, y no solo por el que vendrá (según su fe). Por ser un ejercicio realista y exigente, y por la influencia que puede tener sobre los millones de creyentes católicos, la encíclica Laudato si’ [12] de Jorge Bergoglio tiene un mérito destacable. No esquiva este texto los puntos delicados del los problemas ecológicos, y como gesto simbólico, bueno es que el catolicismo siga el ejemplo de otros credos y le dé a la naturaleza un carácter sagrado.

Coda

Volviendo a los duelos cara a cara, seguramente Donald Trump lo tiene todo para ocupar uno de los lados del ring. Cumple con soltura el papel de villano total por su enfoque en los grandes problemas de nuestro tiempo: la destrucción masiva de nuestra sociedad global, ya sea por la vía rápida (recordemos la reciente escalada de tensión bélica) o lenta (negando el Cambio Climático y no haciendo nada para evitarlo). En este duelo Trump todavía no tiene contrincante icónico. No estaría mal que se asentara en el imaginario colectivo un referente moral en la lucha climática, que inspirase a todos aquellos que repudian la inacción ecológica. No en vano, nuestro instante decisivo como sociedad es ahora mismo, en el límite del punto de no retorno para escapar de las catástrofes climáticas.

 

Notas

[1] Nassim Nicholas Taleb, El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable, Paidós Ibérica, 2011, ISBN: 9788449326622.

[2] Jared Diamond, Armas, gérmenes y acero, Debolsillo, 2010, ISBN: 978-84-8346-326-0.

[3] Jeremy Bentham (1748 – 1832) argumentaba que nuestra conducta total se puede explicar mediante la maximización de la utilidad. Dicha idea fue un intento de alcanzar la sencillez y elegancia de la mecánica newtoniana. La realidad es que los seres humanos estamos en general pendientes de otras motivaciones, más allá de maximizar la utilidad, si bien esta idea sigue anclada en el argumentario de muchos economistas.

[4] Compárese la crítica a un libro de Mosterín por parte de Savater (¿Filantropía o zoofilia?, disponible en http://www.revistadelibros.com/articulos/los-derechos-de-los-animales-segun-savater) con algunas de las publicaciones sobre derechos animales de los autores, por ejemplo Animales y ciudadanos (Jorge Riechmann y Jesús Mosterín, Animales y ciudadanos, Talasa, 1995, ISBN: 9788488119384.) o Todos los animales somos hermanos (Jorge Riechmann, Todos los animales somos hermanos, Catarata, 2005, ISBN: 84-8319-218-7.).

[5] Mario Bunge, A la caza de la realidad, Gedisa, 2009, ISBN: 9788497841238.

[6] Steven Pinker, La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana. Paidós Ibérica, 2012, ISBN: 9788449322990.

[7] Obama aparece ante la opinión pública como un presidente sinceramente preocupado por el Cambio Climático. DiCaprio ha publicado recientemente un documental, Before the flood,  que él mismo produce y presenta, en el que aborda el reto climático. Finalmente, Branson quedó deslumbrado con el documental de Al Gore, Una verdad incómoda, y prometió invertir 3.000 millones de dólares en buscar soluciones energéticas sostenibles para sus negocios.

[8] Jean Tirole, La economía del bien común. Taurus, 2017, ISBN: 9788430618613.

[9] Véase por ejemplo la entrada del blog de Jean Gadrey «La légitime récompense de Jean Tirole» (Jean Gadrey, Alternatives Economiques, 14/10/2014, disponible en https://blogs.alternatives-economiques.fr/gadrey/2014/10/14/la-legitime-recompense-de-jean-tirole ).

[10] Jared Diamond, Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Debate, 2005. ISBN: 9788483462270.

[11] Harald Welzer, Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI, Katz, 2010, ISBN 9788492946273.

[12] Jorge Bergoglio. Carta encíclica laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común. Mensajero, 2015, ISBN: 9788427137714.

24 /

10 /

2017

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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