Sabíamos que las bibliotecas están llenas de tratados de ciencia política que, pese a sus diferentes tendencias, coinciden en considerar oro de ley el dictum aristotélico según el cual «para ser humano hay que tener polis». Lo que faltan son estantes que recojan lo que han dicho y pensado quienes se sitúan al margen y son marginados, ya por convicción, ya por imposición.
Che Guevara muerto
El martes 10 de octubre de 1967, una fotografía fue transmitida al mundo para probar que Ernesto Guevara había muerto el domingo tras un enfrentamiento entre dos compañías del Ejército boliviano y una fuerza guerrillera sobre la ribera norte del río Grande, cerca de una aldea en la selva llamada Higueras. La foto de su cadáver fue tomada en un establo en la pequeña población de Vallegrande. El cuerpo fue puesto en una litera y ésta, sobre una pileta de cemento.
Durante los dos años precedentes, “Che” Guevara se había vuelto una leyenda. Nadie sabía a ciencia cierta dónde estaba. No había testimonios convincentes de nadie que lo hubiese visto. Su presencia, sin embargo, era constantemente asumida e invocada. Al comienzo de su último comunicado —enviado desde una base guerrillera “en algún lugar del mundo”, a la Organización Tricontinental de Solidaridad en La Habana— se citaba un pasaje de José Martí, el poeta revolucionario cubano del siglo XIX: “Es la hora de los hornos y no ha de verse más que la luz”. Fue como si, en su propia y manifiesta luz, Guevara se hubiera vuelto invisible y a la vez omnipresente».
[Fuente: Jaén, Ciudad Habitable]
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2017