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Francisco Sánchez y Miembros de la asociación Jaén Ciudad Habitable

La cuestión catalana "hacia dentro"

Carta a los agentes andaluces en el dispositivo en Cataluña

Esta semana que acaba desembocando en el día 1 de octubre, unas imágenes poderosas han recorrido el país, y algo más allá, a través de los televisores y redes sociales: son las imágenes de las “despedidas” a policías y guardias civiles que partíais hacia Cataluña dentro del operativo diseñado por Interior para hacer frente al denominado “desafío catalán”, un despliegue que incluso ha provocado la preocupación de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU. Algunos actos han evocado desconcertantes escenarios de guerra y muchas de las consignas resultaban inquietantes, condensando en un cántico originariamente futbolístico, una lógica de combate al enemigo cargada de rencor inducido. La pasividad o incluso el vertido de inflamables por parte de cargos públicos de PP y Ciudadanos no ha hecho más que aumentar el estupor ante una atmósfera que no alegra más que a quienes caldean una tensión empleada como caldo de cultivo de un proyecto contra las personas comunes, contra las de abajo, muchas de las cuales aplaudían vuestro viaje, rodeadas por los miserables vividores que espolean y azuzan. En medio, los agentes que marchábais con una preocupación central compartida con vuestras familias: que no pase nada el domingo.
No es fortuito ni poco significativo que sea precisamente Andalucía la que ponga el escenario donde se desarrollan tales secuencias (en las que os encontráis como figurantes aunque os quieran hacer pasar por protagonistas). Nuestra tierra ha albergado siempre una conciencia justificada de maltrato. El contraste entre la industrialización del norte y la economía extractiva en el sur ha sido un factor decisivo y alegremente utilizado por las elites de todas las latitudes para reconducir los malestares y los mismos que han organizado la economía española son los que pretenden vivir de rencores al tiempo que mantienen sus privilegios.

Aquello que se llamaba la burguesía catalana y las elites andaluzas fueron siempre cómplices y beneficiarias de una “redistribución” que, pasando por el centro del país, expropiaba los recursos naturales y las garantías de vida de la mayoría de una población andaluza que hace medio siglo tuvo que hacer maletas y tomar camino hacia las grandes fábricas, dejando atrás pueblos, familias, pasados personales y un futuro colectivo. No hubo en los años sesenta (como no hay ahora cuando huyen los jóvenes) grandes movilizaciones de despedida. Cada cual tuvo que vivir su propio drama en persona, como si no hubiera responsables de una desposesión insoportable, unos responsables que viven escondidos hasta que salen a agitar banderas de una tierra que han arrasado.

El contraste no es un mito sino el reflejo de una forma de organizar conscientemente un modelo cuyos diseñadores siempre quisieron asentar utilizando el malestar de los agraviados. Andalucía alimentó con sus brazos y sus cuerpos enteros, con su tierra y con su agua el desarrollo industrial situado en Cataluña, y sus hombres y mujeres fueron protagonistas, junto a quienes habían nacido allí, de algunas de las más sonadas batallas contra la merma de los derechos laborales, sociales y políticos en un momento de ofensiva terrible contra las mismos en toda España, como en toda Europa. Se extendió el mito de que “los catalanes trataban mal a los andaluces”, aprovechando el origen de los propietarios y de los explotados para esconder que, precisamente, era la condición de propietario y de explotado la que determinaba el maltrato. Los mitos se han alimentado siempre de forma consciente por los mismos miserables que invocan la sacralidad de la Constitución Española mientras arrancan de ella páginas de contenido social cuya escritura se debió al sacrificio, entre otros muchos, de hombres y mujeres como las que lucharon en el Baix Llobregat, del sur y del norte, con la solidaridad de gran parte de la población catalana (y catalanista). Una buena plasmación fue el compromiso de importantes sectores catalanes con la esperanza de emancipación que representaba para los andaluces la conquista de la autonomía. Entonces se intuía que los enemigos, que compartían proyecto, eran enemigos comunes y que las soluciones también lo eran.

Quebrar esa memoria fue prioritario como correlato de una historia de “modernización” que entroncaba con los anhelos sociales y encubría su hipoteca. España entró en Europa en los ochenta y desde entonces fueron perdiendo importancia las banderas oficiales de países que cedían soberanía a cada paso. En Andalucía se intensificó la explotación de recursos y la especialización extractiva mientras en Cataluña comenzaba la desindustrialización, todo ello bajo el impulso de un presidente andaluz que gobernó en su última legislatura con el sostén del pujolismo. Llegó la llamada globalización y con ella la complicidad entre una minoría (catalana, madrileña, andaluza,…) y el poder financiero e industrial del norte de Europa, una confluencia que instauró la corrupción como forma de gobernar y de impulsar el crecimiento económico.

El resultado, tras la explosión de la burbuja especulativa en el 2008, lo conocemos tan bien que no hace falta extenderse mucho en él. Pero un inmenso malestar ha atravesado todos los rincones como consecuencia del desmantelamiento de lo público, de los recortes en sanidad y educación, del paro masivo, del incremento de la precariedad y la pobreza, de recortes salariales y merma de las condiciones en el trabajo. ¿Qué se os puede contar que no sepáis? Desde entonces habéis perdido en torno a un 20% de poder adquisitivo mientras se alargaban las jornadas laborales para compensar pérdidas de plantilla y empeoraban condiciones de seguridad en el trabajo. Fijaos, qué ironía: la Constitución, cuyo nombre evocan con cinismo quienes os utilizan como icono, establece en su artículo 40 (Título I) que “los poderes públicos (…) velarán por la seguridad e higiene en el trabajo y garantizarán el descanso necesario, mediante la limitación de la jornada laboral, las vacaciones periódicas retribuidas y la promoción de centros adecuados.”

Escuchad la armonía de esas letras mientras recordáis a qué luchas se debe su escritura. Comparad su significado con vuestra propia realidad cotidiana, que es la de millones de personas en un país en el que uno de cada cuatro trabajadores son pobres. No por falta de emprendimiento, ni por casualidades ni catástrofes naturales sino como fruto de decisiones políticas. Bien lo sabe uno de los mayores bancos de inversión del mundo y culpable de la crisis mundial, JP Morgan, que en un informe reciente señaló la prioridad de la reforma política para acabar con el contenido social recogido en las constituciones de los países del sur de Europa y, “de paso”, el derecho a protestar. Otra vez aparecen en escena esos contenidos sociales a eliminar por quienes gritan “Constitución” después de haberla liquidado en 2011 sin invocar soberanía alguna, obedeciendo servilmente órdenes externas. Y es que el plan para convertir el sur de Europa en una zona de bajos salarios es deliberado y consciente, y en nuestro país lo podría encabezar como nadie (ese era el plan) quien ya lo venía “innovando” a través del gobierno de la Junta de Andalucía mientras fomenta una especie de extraño andalucismo reactivo contra las reivindicaciones de otros territorios.

Días después de las imágenes de las “despedidas”, aun se lucha por descifrarlas. Os despidieron con vítores, por ejemplo, en Huelva, la provincia que más crece en exportación frutícola (al norte de Europa), a costa de las reservas de agua y del abaratamiento de la mano de obra autóctona e inmigrante. Os despidieron en Cádiz, donde se sitúan bases militares que estarían en el punto de mira de cualquier guerra probable, como la que mentaba pocos días antes Donald Trump ante la ONU. Recordaréis que Mariano Rajoy decidió, hace pocos días, afrontar “el tema catalán” buscando el apoyo del presidente de EEUU a la llamada unidad de España; y que como moneda de cambio para la foto tuvo que presentar el “mérito” (expulsión del embajador norcoreano) de colaborar con una escalada en la que se habla con pasmosa naturalidad de misiles nucleares. Miserable forma de buscar evitar una supuesta desintegración política de España mientras se juega a exponerla a una hipotética desintegración física, empezando por Andalucía.

Claro que en todos los mitos hay elementos de verdad que se utilizan para elaborar los relatos en una mezcla con la propaganda. No podía ser de otra manera: hay una verdad concreta en el sentimiento de agravio territorial en las carnes de los habitantes de uno de los territorios más empobrecidos de Europa; hay una errónea identificación de los beneficiarios del maltrato propio. Hay un interés miserable por “externalizar” la causa de los problemas por parte de uno de los grandes hacedores de la corrupción y la desposesión de los trabajadores del sur y del norte como es CiU (hacia Madrid, hacia Andalucía,..). Pero hay también una incomprensión de la plurinacionalidad española y de una diversidad necesitada de la plasmación política que el Partido Popular ha venido asfixiando con regocijo en la tensión inflamada hasta lo aparentemente irreversible. Querer a España debe desligarse de la obligación de querer la idea de España que otros han pensado por nosotros. Igualmente podría decirse con respecto al rechazo de España como han pensado conveniente otros que se rechace.

De la propaganda dañina con la que los que mandaban pretendían reconducir las emociones de las gentes del norte, en este caso en Italia, sabía mucho Antonio Gramsci, que en 1926 escribió un artículo titulado Algunos temas sobre la cuestión meridional. Seguro que va a sorprenderos la actualidad de un texto de fecha y lugar tan lejanos. Refiriéndose a la propaganda que se difundía entre los obreros de Turín, menciona la presencia de la idea según la cual “si el Mezzogiorno (el sur y las islas italianas) está atrasado, la culpa no es del sistema capitalista o de cualquier otra causa histórica, sino de la naturaleza que ha hecho a los meridionales holgazanes.” Nos suena la música, como también puede resultar llamativa la historia que cuenta a continuación: en 1920, el gobierno italiano envió a la llamada “Brigada Sassari” (compuesta por soldados campesinos de la isla de Cerdeña) para detener las ocupaciones de fábricas de obreros en Turín. Ya los había enviado antes para reprimir las protestas por el pan y contra la guerra en 1917. Merece la pena reproducir literalmente lo que relata Gramsci sobre la campaña emprendida entre los soldados por los comunistas turineses: “Se tenía la seguridad de que (la brigada) nunca fraternizaría con los obreros, en razón de los recuerdos de odio que toda represión deja en la masa y que se dirigen también contra los instrumentos materiales de la represión, y también en los regimientos, que recuerdan a los soldados caídos bajo los golpes de los insurgentes.

La brigada fue acogida por una multitud de señores y señoras que ofrecían a los soldados flores, cigarros, frutas. El estado de ánimo de los soldados está caracterizado por este relato de un obrero curtidor de Sassari, que se ocupó de los primeros sondeos de propaganda: “Me acerqué a un campamento de la plaza X (durante los primeros días los soldados sardos acamparon en las plazas, como en una ciudad conquistada) y hablé con un joven campesino que me recibió cordialmente porque era de Sassari, como yo. ‘¿Qué vinieron a hacer a Turín?’ ‘Vinimos a tirar contra los señores que hacen huelga’. ‘Pero los que hacen huelga no son los señores, sino los obreros y los pobres’. ‘Aquí todos son señores: tienen cuello y corbata; ganan 30 liras por día. Yo conozco a los pobres y sé cómo están vestidos, en Sassari sí que hay muchos pobres; todos nosotros, que trabajamos con la azada, somos pobres y ganamos 1.50 por día’. ‘Pero yo también soy obrero y soy pobre’. ‘Tú eres pobre porque eres sardo’. ‘Pero si hago huelga con los demás, ¿tirarás contra mí?’ El soldado reflexionó un momento y luego, poniéndome una mano en la espalda, me dijo: ‘Escucha, cuando hagas huelga con los demás. ¡quédate en tu casa!’.

Ese era el espíritu de la gran mayoría de la brigada, en la que sólo había unos pocos obreros mineros de la cuenca de Iglesias. No obstante, pocos meses después, en vísperas de la huelga general del 20-21 de julio, la brigada fue alejada de Turín, los soldados antiguos fueron licenciados y la formación dividida en tres: se envió un tercio a Aosta, un tercio a Trieste y un tercio a Roma. Se hizo partir a la brigada de noche, repentinamente; no había ninguna multitud elegante para despedirlos en la estación; y si bien entonaban cantos de guerra, éstos ya no tenían el mismo contenido de los que cantaban a su llegada.”

La idea inicial de que “nunca confraternizarían” fue desmantelada y quienes pretendieron usar a la gente como masa de maniobra para la defensa de sus propios intereses tuvieron que desistir de organizar despedidas del mismo nivel de festividad que las iniciales. Alguien comprendió en Italia la necesidad de atender a la complejidad de las relaciones entre el norte y el sur del país y de dialogar constructivamente con aquellos que no eran los enemigos sino que estaban siendo usados por ellos.

Es evidente que la historia no es exactamente la misma y que las reivindicaciones y los sujetos que intervienen no son idénticos. No obstante, puede que haya un enorme paralelismo en cuanto al empleo del sur y sus gentes como masa de maniobra para instaurar un estado de excepción en el conjunto del país. Por supuesto, en Cataluña donde se ha liquidado la democracia apelando paradójicamente a ella. Pero también en la Andalucía donde se producen los sueños de vuestras familias y los de la mayoría de la población, incompatibles con la pesadilla diseñada por la JP Morgan y otros mezquinos saqueadores del futuro de nuestra tierra.

Quizá se pueda echar en falta, por otras latitudes, una fuerza social que contrarreste los mitos y las promesas de prosperidad cuando se suelte un presunto lastre en la parte sur para aferrarse al monstruo de la gobernanza europea que, desde el norte, se impone ya al conjunto de la península que compartimos y que no es compatible con el Estado social (ni el que se dice así en la Constitución española -vaciada de contenido por los “constitucionalistas” de boquilla- ni el que la ley de transitoriedad del Parlament de Catalunya supone para una hipotética República catalana).

Reconocer que, en lo que respecta a una propuesta de proyecto compartido, tampoco estamos muy avanzados por aquí abajo, puede ser un buen punto de partida para emprender la búsqueda de intereses comunes y de una salida democrática a la situación actual, una salida que se proponga discutir de soberanía en serio, justo en un momento en el que el napoleónico presidente francés, Emmanuel Macron, acaba de declarar ante multitud de embajadores del mundo que “ya no existe la soberanía popular” en la Unión Europea.

Sólo es posible un nuevo país desde el diálogo entre los trabajadores y capas populares del norte y del sur, un diálogo que no protagonicen las oligarquías española y andaluza sino que se proponga derrotarlas. Quizá en este límite al que nos han llevado quienes han acabado realmente con el contenido constitucional y la soberanía nacional, los mismos que ahora pretenden alimentar las lógicas de enfrentamiento, sea posible vislumbrar un espacio en el que encontrarse y reconocerse, siguiendo aquel otro verso trillado de un poeta alemán que dijera que “donde reside el peligro crece la oportunidad también”. La alternativa es la de mirar, impasibles, cómo avanza la historia por su peor lado.

En un lugar del mundo llamado Jaén, también aquí, en Andalucía, a 29 de septiembre de 2017.

[Fuente: Jaén, ciudad habitable]

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2017

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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