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Lecturas para el verano

Juan-Ramón Capella

Es el momento de hacer acopio de lectura para las vacaciones, no sea que éstas te pillen desprovisto y hayas de bucear en la basura con que los gigantes de la edición inundan los puestos de venta de libros de los lugares de ocio. Lo mejor es planear. Lectura de evasión inteligente, si se quiere; o buena literatura; o aprovechar para un poco de estudio verdaderamente fecundo, ahora que se dispone de un poco más de tiempo.

Para ocio inteligente, propongo por ejemplo el libro de Vicente Romano, Estampas (El Viejo Topo, Barcelona, 2004), un libro brechtiano y divertido, con bastante sentido del humor. O el último Le Carré, Amigos absolutos (Random House Mondadori, Barcelona, 2004); a John Le Carré le ha gustado la invasión de Iraq tanto como a ti. Y si prefieres la novela negra, dos autores contemporáneos, Henning Mankell y Andrea Camilleri, te recordarán —sobre todo el primero— a los grandes maestros del género (Hammet, Chandler, Cain, McCoy, Sciascia) y te evitarán recurrir a churros consagrados por la propaganda como Agatha Christie o G. Simenon.

Buena literatura y bastante retranca política es la que ofrece J. Saramago en Ensayo sobre la lucidez (Alfaguara, Madrid, 2004), que espejea en cierto modo su Ensayo sobre la ceguera. Recuerda también que existe John Berger, cuya novela Hacia la boda (Alfaguara, Madrid, 1995), aunque ya de hace años, es magnífica. Berger ha publicado recientemente El tamaño de una bolsa (Taurus, Madrid, 2004), conjunto de pequeños ensayos sobre su exposición a obras de arte, a veces un poco herméticos pero casi siempre enormemente sugestivos.

Una posibilidad de estudio, cortando con el habitual si se estudia habitualmente: Ernest García ha publicado Medio ambiente y sociedad (Alianza, Madrid, 2004), que es un libro magnífico, de esos que merecen ser tomados absolutamente en serio, y cuya lectura permitirá discutir los problemas ecológicos sin que te pueda toser ningún ingeniero de compañía eléctrica o industria contaminante. No es uno de esos pseudolibros con recuadritos de resumen para retrasaditos con que a veces nos joroban los amigos de la lombriz de tierra, sino el mejor tratado que se ha publicado sobre la cuestión.

Son sólo sugerencias de lectura. Tampoco es necesario estar a lo último publicado, como es natural. No hemos de competir con nadie, sino disfrutar nosotros mismos.

7 /

2004

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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