La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Agustín Moreno
El retorno de los mitos franquistas
Han pasado más de ochenta años y la guerra civil española sigue siendo motivo de encendidas polémicas, ya se trate de analizar los hechos o del callejero. A diferencia de otros países, aquí el conflicto no se ha cerrado porque hay un sector que sigue negando las causas y las responsabilidades de lo sucedido.
Decía Gerald Brenan que las guerras civiles las ganan los que más matan. En España lo hicieron cuatro veces más unos que otros, incluso en la victoria. No contentos con ello, quieren seguir ganando la guerra manipulando los hechos para tener una razón histórica que nunca tuvieron. Lo han venido haciendo los vencedores desde el fin de la guerra y lo han intentado los historiógrafos del revisionismo franquista. El objetivo es justificar la sublevación militar, la guerra civil y una de las dictaduras más sangrientas de Europa. Insistiendo para ello en la falacia del binomio República-que-lleva-a-la-Guerra Civil, cuando la verdadera unidad histórica es Guerra Civil-que-conduce-a-la-Dictadura.
En los últimos años aparecieron libros de ventas en grandes superficies que responsabilizaban a la revolución de Octubre de 1934 de la guerra. Como esa tesis es fácilmente desmontable, se intenta con el supuesto fraude electoral en Febrero de 1936. Un nuevo intento para legitimar el golpe de Estado contra un gobierno democrático es el libro “1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular”, que retoma uno de esos viejos mitos. Las conclusiones no se sostienen y no es novedosa la tesis.
Dicen los autores que no fue un fraude masivo y que no afectó ni mucho menos a todas las provincias; que hay un volumen de actas y de escaños no muy grande pero, eso sí, decisivo. Al revisionismo histórico se le suele reprochar que no van a los archivos. Estos lo han hecho, pero retorciendo las cuentas para aterrizar en una tesis apriorística de difícil crédito, si tenemos en cuenta que los resultados fueron: 133 diputados de la derecha, 77 del centro y 263 de la izquierda. Es sabido que toda estadística torturada debidamente acaba por confesar lo que uno quiere. Es el caso, y ello convierte el trabajo en propaganda y en uso especulativo de la historia al servicio de las ventas o del presente.
El historiador Santos Juliá en su artículo “Las cuentas galanas” afirma que los autores “han optado por la más engañosa vía posible: agregar los resultados de todas las candidaturas en las que figuraba la CEDA como si se tratase de un frente o coalición, un bloque o una concentración de partidos, términos reiterados una y otra vez para identificar la inexistente candidatura de lo que llaman coalición antirrevolucionaria”. Y concluye desenmascarando la manipulación: “Al haber agregados datos electorales –al haber mezclado churras con merinas– dando por existente un bloque de derechas enfrentado a un frente de izquierdas, distanciados solo por unos miles de votos, los autores argumentan que, al producirse tachaduras y correcciones de actas en media docena de distritos, la mayoría absoluta debería haber ido al bloque de derechas…”.
En esta misma línea, Josep Fontana analiza las elecciones del 36 y dice que aunque la CEDA organizó un Frente Nacional Antirrevolucionario, no pudo crear una coalición con un programa común. Sólo en Cataluña hubo un pacto global de la derecha, el Front Catalá d’Ordre, organizado por la Lliga y que recogía desde monárquicos a radicales. Dice Fontana que las elecciones se desarrollaron con pocos incidentes; el propio ABC reconoció el día siguiente que la votación se había desarrollado con toda normalidad en la capital, a lo que añadía:“Señálese ese importante detalle en honor de los españoles, porque lo mismo que en Madrid, ocurrió en toda España”. Y cita a Javier Tusell que afirma que “los resultados electorales fueron una representación fiel de la opinión pública española del momento”.
Ya entonces, la rabia de la derecha por perder unas elecciones que creía tener ganadas (el lema de la CEDA era: “A por los 300 y a por él (Alcalá Zamora)”), hizo buscar otras causas que no fueran su propia incompetencia para unirse y la política derechista del bienio negro. Salvando mucho las distancias recuerda a lo sucedido en las elecciones de marzo de 2004: difícil aceptación de la derrota y recurso a la teoría de la conspiración.
La tesis no es nada original. Los historiadores Alberto Reig Tapia y Ángel Viñas reúnen hasta 13 mitos que la historietografía franquista se empeñan en seguir defendiendo en pleno siglo XXI. En el listado colocan en segundo lugar “La ilegitimidad del gobierno del Frente Popular alzado al poder por la falsificación del resultado electoral de las elecciones de febrero de 1936”.
Algunos medios de comunicación conservadores se han apresurado a saludar alborozados el libro. Para que no quede ninguna duda sobre la naturaleza del trabajo y la supuesta neutralidad que dicen tener los autores, conviene leer el comunicado de la Fundación Nacional Francisco Franco. Apoyándose en el libro piden, entre otras cosas, la derogación de la ley de Memoria Histórica y la reposición de todos los nombres franquistas en el callejero.
Aunque se ponga de modélica la transición a la democracia, no ha habido ni verdad ni justicia ni reparación. Se sigue intentando tapar la injusticia y la ilegitimidad de la sublevación con la mentira y la manipulación. La calidad democrática dejará mucho que desear mientras se siga diferenciando entre unas víctimas enterradas dignamente y con honores, y otras sepultadas en las cunetas y campos de un país que mantiene aún los nombres de los asesinos en calles y plazas. La verdadera paz empieza por asumir los hechos y las consecuencias que tuvieron.
[Fuente: Cuarto Poder]
23 /
4 /
2017