La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
José Ángel Lozoya Gómez
Desmasculinizar
Si admitimos que el machismo es violencia y expresión relacional de la masculinidad, si aceptamos que la masculinidad se está convirtiendo en referente universal de la igualdad entre los sexos, si convenimos en que hombres y mujeres coinciden en el rechazo a la Feminidad… tendremos que reconocer que los llamamientos a “feminizar” no incluyen la necesidad de “desmasculinizar” la cultura, la política, las conductas de hombres y mujeres, la socialización de los niños y las niñas…
A principios de siglo hablaba en una entrevista de la necesidad de “feminizar” el referente universal con el que educar a las generaciones futuras, porque la igualdad entre los sexos se estaba dando en torno a los modelos masculinos tradicionales. Las mujeres se estaban masculinizando para sobrevivir en un mundo hecho a la medida de los hombres; se incorporaban al espacio público sin que nosotros llenáramos los huecos que ellas dejaban en el espacio privado, huecos que seguimos sin llenar. Se trató de cubrir estos huecos con políticas de igualdad, con apoyo a la dependencia y con la contratación de mujeres inmigrantes y ahora, con los recortes, se habla mucho más de feminizar la política que de feminizar a los hombres o hacer políticas feministas, como si fuera creíble que los políticos puedan feminizar nada sin antes desmasculinizarse.
“Género” es una de esas palabras que se están desgastado de tanto adulterarlas. Aunque el concepto partía de una diferenciación binaria cada vez más cuestionada, el “género” nos permitió hablar de las expectativas y los mandatos sociales a los que se sometía a niños y niñas en función de sus genitales para naturalizar y reproducir relaciones de poder asimétricas entre hombres y mujeres. Durante un tiempo se usó “género” como sinónimo de mujer, hasta que se admitió que la masculinidad es otra forma de género que ayuda a comprender lo que la sociedad espera de los hombres. Pero esa confusión entre lo biológico y lo cultural (social) perduró y oíamos hablar indistintamente de hombres/mujeres o de género masculino/femenino. Esta confusión propició que se reivindicara la “igualdad de género”, olvidándonos de que la razón de ser de los géneros son unas relaciones de poder que dictan una forma particular de tener que ser en función de los genitales, de que no hay igualdad posible sin la desaparición de los géneros, y de que la alternativa pasa por erradicarlos y consensuar unos valores universales que permitan a cada persona la libertad de intentar inventarse a sí misma en la singularidad.
La confusión está tan naturalizada que hay quien dice estar a favor de la igualdad entre los sexos sin que los hombres dejen de ser masculinos y las mujeres femeninas, como si fuera posible separar los géneros de sus consecuencias. Hay incluso quien sostiene que esas diferencias son necesarias para que surja el deseo sexual, aunque sospecho que sobre todo hablan del deseo heterosexual. Pero justificar los géneros, una socialización masculina y femenina diferenciada, requiere aclarar qué sentimientos o conductas se consideran positivas en los hombres y negativas en las mujeres y viceversa, sin privilegios, desigualdades o violencias que atenten contra la diversidad sexual y de género.
Creía que había acuerdo en el movimiento de hombres por la igualdad en torno a la necesidad de deconstruir la masculinidad y de erradicarla. Desde ese compromiso he combatido los discursos sobre “nuevas masculinidades” o “masculinidades alternativas”. El post-machismo y el neo-machismo demuestran que lo nuevo no siempre es mejor: son dos ejemplos de la capacidad de adaptación del Patriarcado para que parezca que todo cambia aunque no lo haga; pero aunque solo sean los mismos perros con distinto collar, son las únicas “masculinidades alternativas” que pugnan por la hegemonía. Por eso, cuando oigo a algunos miembros del movimiento de hombres por la igualdad, a los que respeto, hablar de “deconstruirnos para reconstruir nuestras masculinidades”, o de promover “masculinidades contrahegemónicas”, la necesidad de desmasculinizar me parece más necesaria que nunca. No sé de donde les sale esa necesidad de buscar una masculinidad alternativa, qué partes de la tradicional quieren conservar, qué les ata a la palabra masculinidad, ni si cuando hablan de deconstruirla lo que quieren es demolerla o reformarla.
Quienes hemos hecho una parte del camino de la deconstrucción de la masculinidad tenemos la responsabilidad de explicar cómo nos oprime la socialización de los hombres en el Patriarcado, el precio que pagamos por ir de machos por la vida o lo que nos cuestan los privilegios. Tenemos que convencer a otros hombres de la necesidad del cambio y mostrar a las mujeres que no les conviene confundir “empoderamiento” con la interiorización del modelo masculino, sin darse cuenta de que su relación con la masculinidad va más allá de sufrir los privilegios de los hombres: Indira Gandhi, Golda Meir, Margaret Thatcher, Condoleezza Rice o Angela Merkel nos muestran que ser mujeres no las vacunó contra el Patriarcado o el machismo.
“Feminizar” y “desmasculinizar” son dos caras de la misma moneda. La primera nos habla de lo que debemos incorporar: cuidados, empatía…; la segunda de lo que tenemos que abandonar: privilegios, agresividad, competitividad…
Sevilla, abril de 2017
[José Ángel Lozoya Gómez es miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad]
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2017