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Josep Fontana

Los peces de este abril

Los franceses llaman «peces de abril» a las bromas que se le hace a la gente el primero de abril, que es su «día de los inocentes». Pues bien: preciso es reconocer que durante este abril, y no solo el primer día del mes sino durante todo él, ha sido abundante la cosecha de peces arrojados al mar desde Washington.

Empecemos, si os parece, el 4 de abril, con el supuesto ataque con gas sarin de las fuerzas de Assad a una población de la privincia de Idilib, con la habitual exhibición de imágenes de niños muertos y con una secuencia de acontecimientos que el New York Times describía como si fuera el guión de una película: «63 horas: Del ataque químico al golpe de Trump en Siria», donde explicaba la forma en que se había tomado la decisión de responder atacando una base del gobierno sirio con 59 missiles Tomahawk.

La lógica exigiría que después de eso siguieran planes de acción, preparativos de guerra, etc. Pero la consecuencia más sorprendente del ataque no tuvo nada que ver con Siria, sino que fue la repentina desaparición de las historias que alimentaban lo que se ha llamado el Rusiagate: la repetición durante cinco meses de las más extraordinarias historias sobre la influencia de Rusia en la política norteamericana, que llevaban a la sospecha de que Trump no era más que una marioneta de Putin (por ejemplo, el 23 de marzo, un artículo de Nicholas Kristof titulado «Hay en el aire un olor de traición»).

Ante este hecho está claro que las documentadas alegaciones de Theodoro A. Postol, profesor emérito del MIT, que pretende demostrar que las informaciones de la Casa Blanca sobre el ataque con gas eran falsas, resultan de muy poca importancia, ya que todo eso no parece tener mucho que ver con lo que pasa en Siria.

Paralelamente se estaba montando otra comedia, la de la amenaza a Corea del Norte, precedida pocas semanas antes por las duras declaraciones del secretario de estado, Rex Tillerson, que anunciaba la posibilidad de un ataque preventivo. Trump declaró: «Enviamos una flota allí», y los medios mostraron un grupo de cuatro embarcaciones encabezado por el portaaviones Carl Vinson, que se dirigían supestamente a las costas de Corea. Pero mientras la opinión mundial se angustiaba ante la posibilidad de que esta medida provocara una respuesta de Corea del Norte, el Carl Vinson y los bajeles que lo acompañaban en realidad navegaban en dirección contraria, hacia Australia, para participar en unas maniobras conjuntas con la flota de este país. Y no cambiaron de rumbo.

El tercer «pez» ha sido el lanzamiento sobre Afganistán de «la madre de todas las bombas», un artefacto no usado nunca y que no está claro que sirva para mucho. Ignoramos cuáles han sido los efectos reales de la bomba, porque los militares norteamericanos no dejan acercarse a la zona no solo a los periodistas, sino tampoco a las autoridades afganas. Lo seguro es que este bombardeo no significa cambio alguno en una guerra en la que, pocas semanas antes, los talibanes habían ocupado el estratégico distrito de Sangin, y donde, según un periodista local, «Salir de Kabul es peligroso. Si viajáis hacia el sur, a cada milla de la carretera podéis tener un encuentro con los talibales, o que una rueda pise una bomba mortal».

¿Qué sentido tiene toda esta secuencia de engaños? No le encuentro más explicación lógica que el afán de entretener a los medios de comunicación y a la opinión pública con noticias que crean angustia sobre las posibilidades de un conflicto armado, mientras Trump prepara «para el próximo miércoles o poco después» —a punto de cumplirse, el 29 de abril, sus cien primeros días de gestión— la más importante de las medidas políticas de su programa: una reforma fiscal que comportará, de acuerdo con sus propias palabras, un recorte de impuestos «mayor que ninguna de las que se hayan hecho jamás».

Este recorte sí que podría convertirse, al menos para el pueblo norteamericano, en «la madre de todos los desastres».

 

[Fuente: La lamentable; publicado en catalán, trad. de J.-R.C.]

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2017

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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