La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
Anticapitalismo y nueva izquierda
I
¿Existe una propuesta clara de transformación social en las propuestas de la nueva izquierda? Una respuesta obvia es que en cualquier programa existen propuestas de cambio. Y es cierto que en los últimos tiempos abundan las propuestas concretas en muchos aspectos de la vida social. La cuestión a mi entender es otra: ¿hacia qué modelo de sociedad se orientan?, ¿tienen un proyecto más o menos perfilado? El debate se ha vuelto a suscitar con la propuesta de programa de la nueva formación de la izquierda catalana, tal como ya comentamos en estas mismas páginas. De forma sucinta diría que no existe un proyecto claro de transformación social ni en este programa ni en la mayoría de otras propuestas alternativas, pero como un juicio tan drástico es inútil me parece necesario plantearse las razones de esta carencia.
II
Hasta la segunda mitad del siglo pasado la izquierda alternativa parecía contar con un programa alternativo al capitalismo basado en la propiedad colectiva de los medios de producción y la planificación centralizada. Un programa que, para poder realizarse, exigía un paso previo de expropiación de la propiedad. Durante los primeros años, los defensores del modelo soviético podían esgrimir las elevadas tasas de crecimiento de esas economías y el mucho más igualitario sistema social (de hecho algunos países de ese bloque aún mantienen un mayor grado de igualitarismo social). Frente a esta propuesta, la socialdemocracia ofrecía una gradualista de economía mixta, con un sector público potente y orientado tanto a la provisión de servicios colectivos como a promover una redistribución de la renta en favor de las clases trabajadoras. Todo ello parece ahora fuera de lugar, tras el fracaso de la experiencia soviética (el sistema se desmanteló con pasmosa facilidad sin resistencia social) y el triunfo del neoliberalismo en occidente.
Ante ese cambio se podían adoptar diversas respuestas. Preguntarse por las razones que condujeron al colapso de un modelo, o al éxito del otro. Analizar qué cosas funcionaron y que cosas no para formular un nuevo modelo alternativo. Sobre todo tras constatar que la deriva neoliberal genera un perpetuo desastre social en muchos terrenos (aumento de la desigualdad, pobreza, economía de rentista, degradación ambiental, inestabilidad, etc.). Creo que se ha hecho poco en este terreno. Hemos avanzado mucho en la crítica al neoliberalismo (el capitalismo real) y poco en analizar los modelos alternativos y en explorar otras visiones. En gran medida la nueva izquierda se mueve entre la elusión de un planteamiento frontal al marco actual (y esto es lo que uno encuentra en el programa dels comuns) y un anticapitalismo vacuo (como por ejemplo el formulado por la cup). Son respuestas lógicas en medio del marasmo cuando no tenemos una perspectiva clara de hacia dónde hay que ir, pues somos conscientes de lo injusto e inadecuado del sistema actual.
III
De las dos propuestas básicas de la izquierda transformadora tradicional etás bastante claro que la planificación central de toda la actividad económica resulta harto cuestionable en economías tan complejas como las actuales. No se trata sin embargo de tirar el niño con el agua de lavar. Hay un amplio espacio a la planificación acotada a aspectos concretos y centrales de la actividad económica. De hecho, la planificación no sólo está presente en el ámbito de la gestión pública sino también en el funcionamiento de las grandes empresas privadas (como se ha comentado más de una vez, tenía más influencia sobre la economía mundial algún directivo de una gran multinacional que el ministro de planificación de algún pequeño estado socialista). Planificar aspectos concretos de la actividad (por ejemplo el sistema de transporte o el modelo energético) no sólo es más manejable en términos de gestión sino que además ofrece más oportunidades a la participación democrática, puesto que es más sencillo debatir en un proceso participativo sobre un tema específico que hacerlo considerando el conjunto de procesos productivos de una sociedad. Lo que no se planifica puede dejarse al mercado, a actividades impulsadas por individuos, empresas, etc,. o a procesos de cooperación directa. En este sentido hay que destacar que en los debates actuales suele haber una confusión permanente entre mercado y capitalismo, y, como han señalado diversos autores del ámbito autogestionario (por ejemplo Schweickart o Albert), es posible modelar el mercado con modelos de empresa no capitalista. En este campo lo crucial es el modelo de regulación que se imponga, algo que una vez más es posible decidirlo por medios democráticos.
La segunda pata, la del cambio del modelo de propiedad, me parece más complicada. Su desaparición del debate social es en gran parte producto de la derrota en la que estamos sumidos y de las dificultades de encontrar eco en sociedades donde la propiedad ha crecido con el consumismo y la financiarización (vivienda, segundas residencias, coches, participaciones en planes de pensiones y fondos de inversión, etc., son compartidos por sectores amplios de la sociedad en los países más ricos). Pero es un debate al que hay que volver en una sociedad donde resulta evidente que el aumento de la desigualdad está directamente relacionado con las rentas de la propiedad (algo evidente en los trabajos de Pickety, James Galbraith, Atkinson). Y que aparece en todas las propuestas de economías autogestionadas de autores como los citados anteriormente.
La apelación a “lo común” en las nuevas izquierdas es en parte una forma de eludir la cuestión. Vale para superar la vieja trampa de confundir lo público con el poder autocrático de las castas políticas (para mí el principal problema del fracaso soviético). Para configurar espacios de autogestión colectiva y situar la importancia de los procesos de gestión por encima de la propiedad. Pero elude una cuestión crucial: que en la práctica el espacio de lo común solo puede desarrollarse allí donde no opera la propiedad privada, allí donde el sector público de alguna forma avala o consiente la participación social. El capital privado no solo cuenta con demasiados espacios de autonomía sino que utiliza esta enorme concentración de poder económico para minar y boicotear los intentos de ampliar los espacios de lo común. Sin un cambio radical en la estructura de poder sobre la propiedad es difícil que lo común pueda prosperar más allá de un límite. Y superar ese límite no es solo necesario para reducir las desigualdades y mejorar el bienestar colectivo; es también crucial para poder avanzar hacia una gestión económica que internalice los problemas ambientales, gestión que es incompatible con las pulsiones al crecimiento de la empresa capitalista (por ello Schweickart introduce en su propuesta un modelo de propiedad pública que permite minimizar los costos del cambio de actividad).
Hay razones que explican por qué esta cuestión se ha esfumado de gran parte de los debates sociales. Tácticas, porque choca con las percepciones sociales de mucha gente. Pero también porque la expropiación (o en sentido más débil, un cambio radical en el derecho a la propiedad) sólo es posible con un elevado nivel de coerción social que hoy nadie se atreve a plantear. En parte por la buena razón de no querer repetir las atroces experiencias de violencia de tiempos pasados, y sus nefastos resultados para la democracia y la dignidad humana. Pero renunciar a la transición violenta no puede llevarnos a ignorar que aquí hay un problema fundamental y que toda alternativa debe pasar por erosionar, transformar, democratizar el derecho a la propiedad tal como se configura en el momento presente. Y tal como tratan de congelar (o incluso reforzar) los diferentes tratados e instituciones emanadas en el período de capitalismo neoliberal.
IV
Tener un buen diseño de hacia qué sociedad queremos ir no garantiza el éxito. Pero no tener ninguno y limitarse a la crítica de lo real garantiza estar cómodamente instalados en el mismo sitio durante tiempo. Los programas, los proyectos, no sólo sirven para orientar el trabajo político, sino que ayudan muchas veces a implantar transformaciones sociales que mejoran el bienestar general.
En este caso me he limitado a discutir una parte del tema (una de las que me parece menos claras del nuevo proyecto), pero existen otras muchas cuestiones que merecen reflexión: cómo generar modelos sociales verdaderamente igualitarios, cómo gestionar la transición a una economía ecológicamente sostenible, cómo mejorar la calidad democrática… Apuntar a regulaciones y espacios comunes va en la buena dirección. Pero eludir temas como el del modelo de propiedad o las formas de gestión económica puede hacer perder la orientación del proceso. Y a la izquierda, en todas sus expresiones, le hace falta tener algún mapa hacia el que orientar su propuesta, aunque sea tan precario como el que usaban los exploradores europeos para internarse en territorios ignotos.
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3 /
2017