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Pablo Massachs

Ciudades, sostenibilidad, futuro

Tuvimos que destruir la ciudad para poder salvarla.

Oficial del ejército estadounidense, Vietnam del Sur (1968)

 

En nuestro imaginario solemos situar al ecologista en un entorno bucólico, alejado de los núcleos urbanos y las aglomeraciones, cuidando su huertecito en su casa de campo. Naturalmente, no hay nada malo en disfrutar de la naturaleza, respirar aire puro y vivir de una forma más pausada. Otra cosa es que lo óptimo desde un punto energético y ecológico sean las viviendas unifamiliares y los núcleos habitados dispersos. No es así, y hay que tenerlo claro si queremos que las ciudades sean la punta de lanza de la acción climática.

En el lado opuesto de la utopía bucólica podríamos situar a las grandes ciudades norteamericanas, con zonas residenciales alejadas del downtown al que miles de conductores se empeñan en llegar a la misma hora, con las consiguientes colas y tubos de escape humeantes. En este caso la creencia popular no engaña: no es éste tampoco el ideal al que deberíamos aspirar.

La ciudad, si quiere tomarse en serio la sostenibilidad a largo plazo, ha de ser ciudad compacta, pues es la única forma de brindar servicios al ciudadano optimizando recursos y minimizando el coste energético necesario. Esto no es condición suficiente, claro está, y además en muchas ciudades la estructura no es algo que se pueda alterar con facilidad. Como en tantos otros aspectos del cambio climático, las dificultades del reto están a la altura de los peligros que se deben evitar. No en vano, la tendencia mundial a desplazarse del campo a la ciudad, que se inició con la Revolución Industrial, seguirá manteniéndose en las próximas décadas. En caso de catástrofe climática (inundaciones, huracanes, etc.) la concentración de habitantes puede ser una trampa que multiplique la magnitud de la catástrofe.

Arquitectos como Richard Rogers han reflexionado sobre los retos de la ciudad del futuro, que debe ser sostenible para asegurar su existencia. Rogers habla de metabolismo urbano circular [1], confrontándolo al metabolismo lineal imperante: extracción de materias primas, fabricación, consumo y deshecho final. El metabolismo circular enlaza con la biomímesis que propone Jorge Riechmann [2], aplicado a las ciudades.

Con la vista puesta en los retos climáticos específicos de las ciudades, vamos conociendo algunas experiencias piloto que pretenden marcar el camino a seguir en el diseño de la ciudad sostenible. Hace poco podíamos leer en prensa [3] de forma acrítica sobre Fujisawa, barriada a las afueras de Tokio con mil viviendas unifamiliares que lucen sus propias placas solares, a buen seguro cortesía de Panasonic, empresa de quien parte el proyecto (¿o deberíamos decir campaña de marketing?). Las viviendas de este tipo se alejan de lo compacto, de lo eficiente y sostenible, y en ningún caso pueden ser ejemplo a seguir. Además, como no se cansa de insistir el arquitecto especialista en arquitectura bioclimática Luis de Garrido [4], las medidas con mayor eficiencia medioambiental son curiosamente las más baratas, aunque no lucen tanto como unas placas fotovoltaicas.

Insistamos en que la ciudad del futuro habrá de ser por fuerza sostenible (o no será). Sin embargo, actualmente cualquier reflexión sobre lo que está por venir en nuestras urbes queda englobada de forma difusa y mágica por el anglicismo smart city. Desde su blog Energy Puzzle, David Ruyet se preguntó hace ya años [5] por las ventajas para el ciudadano de este concepto, también en lo referente a la sostenibilidad. La reflexión es interesante porque se plantea las preguntas correctas: ¿cómo encajan los ciudadanos en las smart cities? ¿supondrá esto más horizontalidad en las decisiones? Sin embargo, su visión en positivo del ciudadano como cliente y su encumbramiento de las redes sociales me hacen dudar sobre lo acertado de las conclusiones.

Ya sea en lo que se refiere a la tecnología asociada a las smart cities o al urbanismo y metabolismo de nuestras ciudades, es necesario reflexionar y compartir información sobre las posibilidades que tenemos abiertas, pensando en la sostenibilidad y calidad de vida en nuestras ciudades. Y a partir de aquí, apostemos por mecanismos de participación ciudadana que hagan más cercana la evolución de las ciudades a sus habitantes. No en vano, se trata de nuestro hábitat para este siglo crucial.

 

Notas

[1] Richard Rogers, Cities for a small planet, World Heritage Review, 1996.

[2] Jorge Riechmann, Biomímesis: ensayos sobre imitación de la naturaleza, ecosocialismo y autocontencón, La Catarata, 2006.

[3] Noticia aparecida el 19 de febrero de 2017 en el diario La Vanguardia: “Japón, el país de las ciudades autosuficientes, disponible en: http://www.lavanguardia.com/vida/20170219/42144029648/japon-ciudades-autosuficientes.html.

[4] Luis de Garrido habla del modelo de las pirámides invertidas, según el cual las medidas más baratas con las que suponen un mayor beneficio medioambiental, mientras que las más costosas no implican tanto beneficio. En la presente entrevista, aparecida en Architecture List, se explica el modelo y se indican ejemplos: http://www.architecturelist.com/2011/04/11/interview-with-luis-de-garrido-for-vitrubius-portal-brazil/.

[5] Blog Energy Puzzle, ¿Para qué sirven las “smart city”?, 12 de enero de 2012: https://davidruyet.wordpress.com/2012/01/12/para-que-sirven-las-smart-city/.

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2017

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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