La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
La política contra la historia
Instituto de Altos Estudios Nacionales de Ecuador-Traficantes de sueños,
Madrid,
427 págs.
Antonio Giménez Merino
Mario Tronti, comunista romano, fue uno de sus impulsores del operaismo italiano de la década de 1960, un intento de renovación del marxismo basado en la relación directa con las luchas fabriles que tuvieron lugar a raíz de la irrupción del obrero-masa propio de la gran industria taylorista y cuyo punto álgido se sitúa en la Italia de 1969, con las movilizaciones obreras del conocido como autunno caldo. El declive del mismo («la caída del telón rojo de una época que terminaba, pero que a nosotros y a muchos otros nos pareció que se abría») y la posterior deriva del movimiento obrero fue lo que llevó a Tronti a una fecunda reflexión primero sobre la mediación política y, desde el final de los años ochenta, sobre el fin de la política moderna.
Cincuenta años después de su influyente Obreros y capital (trad. cast. en Akal, 2001) La política contra la historia, reúne tres libros del autor: el benjaminiano De espaldas al futuro (1992), un conjunto de textos de los ochenta que culminarían en el punto de inflexión trágico del bienio 1989-1991; La política en el crepúsculo (1998), que refleja el estado de desesperación teórica de la década de los noventa; y la reflexión final sobre el operaismo de Noi, operaisti (2009), que reúne el ensayo introductorio del libro colectivo L’operaismo degli anni Sessanta. Da Quaderni rossi a classe operaia (2008) y tres textos breves complementarios.
La política contra la historia contiene una lectura del siglo XX que contrapone el periodo 1914-1945 (con una onda expansiva en las dos décadas siguientes), de «política» de conflicto abierto entre clases, a la «historia» general de los vencedores que culminaría en la era de la restauración conservadora que se prolonga hasta nuestros días. Una crónica más, por tanto, de una derrota. Sin embargo, así leídas, en el contexto de la evolución del siglo XX, las reflexiones de Tronti sobre la experiencia práctica del operaismo surgido de la lucha obrera en la fábrica («un modo político de ver el mundo y una forma humana de comportarse en él») resultan útiles para transmitir a las nuevas generaciones de resistentes dos cosas fundamentales: la importancia del pasado del movimiento obrero («Tened en cuenta que lo que asusta a los capitalistas es la historia de los obreros, no la política de las izquierdas. A la primera la enviaron con los demonios del infierno, a la segunda la recibieron en los palacios del gobierno, Y a los capitalistas hay que darles miedo») y, a través suyo, la enseñanza de que no existe una lucha capaz de lograr conquistas relevantes sin organización en lo inmediato y a largo plazo. Una tarea que requiere ralentizar la aceleración del curso de las cosas impuesto por el pensamiento dominante o, como dice Tronti, «asumir como nuestro el “mientras tanto”».
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2017