Skip to content

Cómo se hizo Donald Trump

Capitán Swing,

Madrid,

248 págs.

Ramón Campderich Bravo

Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos
y personajes de la historia universal se producen, como
si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó agregar: una vez
como tragedia y otra vez como farsa.
[1]

Marx, K., El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.

(…) Catón también alabó la virtud de unos pocos que di-
rigen sus esfuerzos hacia la gloria y el poder por el ver-
dadero camino, es decir, por la propia virtud. De ahí pro-
cedía el tesón en la patria que Catón recordó, de modo que
el erario era opulento, pobre la hacienda privada. A partir
de ahí, corrompidas las costumbres, el vicio instauró in-
versamente la pobreza en lo público y la opulencia en lo
privado.

San Agustín, La Ciudad de Dios, Libro V, cap. 12.

Cada tiempo y cada lugar tienen sus propios tipos característicos. Por ejemplo, Hitler y Mussolini eran muestras paradigmáticas de un tipo de sujeto muy común en la Europa de entreguerras: el veterano de guerra y aventurero político en constante persecución del poder a través de la violencia y la propaganda políticas. Por su parte, el recién nombrado presidente norteamericano se ajusta a uno de los más repugnantes ꞌtipos idealesꞌ de nuestro mundo globalizado: el marrullero hombre de negocios sin escrúpulos siempre a la búsqueda de poder y reconocimiento por medio del dinero y el engaño. Al menos, esta es la conclusión que se desprende de la lectura de la más completa biografía de Donald Trump disponible a día de hoy: Cómo se hizo Donald Trump, escrita por el periodista californiano John Cay Johnston. Johnston publicó su libro en verano de 2016, con el objeto de informar a la ciudadanía estadounidense acerca de la naturaleza del flamante candidato republicano a la Casa Blanca y contribuir a evitar que sus conciudadanos eligieran presidente a alguien de la catadura moral del hoy presidente de la primera potencia político-militar mundial.

A través de las páginas del libro de Johnston, el lector español, obviamente menos familiarizado que el norteamericano con la figura de Trump, puede tomar consciencia de cuáles son las fuentes de la riqueza e influencia del personaje más famoso de nuestros días, así como sus principales relaciones personales y sus valores más queridos. Trump es, en lo fundamental, un constructor y un propietario de casinos y hoteles con estrechas conexiones, al parecer, con el crimen organizado, más específicamente, con las mafias italiana y rusa de Nueva York y Nueva Jersey. De hecho, su apellido mismo nos proporciona una pista a la hora de entender la naturaleza de los negocios y hasta del carácter del tipo en cuestión: como sustantivo, el término inglés trump es invocado por el jugador de bridge cuando muestra la carta ganadora; como verbo, con la preposición up añadida, trump up equivale aproximadamente a ꞌengañarꞌ, ꞌfalsificarꞌ, ꞌfalsearꞌ… [2] Pero para poder aprehender quién es en verdad Donald Trump, debemos rastrear sus orígenes familiares, tal y como Johnston hace en su biografía.

Trump es el descendiente de una familia germano-americana cuyo establecimiento en Estados Unidos cabe remontar a las últimas dos décadas del siglo XIX, cuando el abuelo de Donald Trump, Friedrich Trump −Drumpf antes de adquirir la nacionalidad estadounidense− arribó a Nueva York huyendo del servicio militar obligatorio alemán. Siempre de acuerdo con el relato de Johnston, Friedrich Trump era un aventurero económico, como otros muchos inmigrantes europeos, que hizo algún dinero gracias a toda clase de negocios de dudosa legalidad o reputación, la explotación de un burdel incluida. El padre de Trump, Frederick (Fred) Christ Trump fundó con la modesta suma de dinero heredada de Friedrich una constructora después de la Gran Guerra. Políticamente, la hazaña más destacable de Frederick antes de la Segunda Guerra Mundial fue su detención a causa de su participación en una manifestación del Ku-Klux-Klan. La Segunda Guerra Mundial fue precisamente el período en que la familia Trump empezó a acumular su fortuna y a ser conocida en los círculos empresariales, al conseguir Frederick Trump firmar varios contratos con el gobierno estadounidense para construir apartamentos (de protección oficial, en nuestra terminología) en Pensilvania y Virginia. Puesto que la mayor parte del negocio de la construcción de Frederick Trump siguió dependiendo de esos contratos con la administración pública en la segunda posguerra mundial, se puede decir que la riqueza de los Trump se nutrió en sus comienzos del gasto público, del cual reniega tanto el ahora presidente. Por otro lado, fue entonces cuando el padre de Trump entabló relaciones con las familias Genovese y Gambino, según Johnston, dos clanes muy importantes de la mafia italiana de Nueva York, los cuales suministraron a la familia Trump relaciones y oportunidades muy provechosas para enriquecerse. Estas son, en suma, las bases sobre las cuales Trump amplió el imperio económico de los Trump desde los setenta, cuando papaíto Trump transfirió a su hijo una parte de su fortuna y le permitió explotar sus contactos. O, al menos, esto es lo que se infiere de la narración de Johnston.

Más allá de las fuentes iniciales de la riqueza de la familia Trump en los llamados por Hobsbawm ꞌaños doradosꞌ, la carrera, por decirlo de algún modo, profesional de Donald Trump está llena de oscuridad y confusión. Nada está claro, según Johnston: incluso todo los relativo a su título universitario de la prestigiosa escuela de negocios Wharton, dependiente de la Universidad de Pensilvania, permanece sorprendentemente en un estado de incertidumbre. En cualquier caso, el gran patriota que es Donald Trump logró evitar el servicio militar durante los años de la guerra de Vietnam con base en sus estudios universitarios, primero, y, de manera muy oportuna, sus presuntos problemas médicos, después. Tras su poco clara estancia en Wharton, comenzó su carrera empresarial con la inestimable ayuda de su padre, como ya se ha indicado antes. En los setenta, Trump hijo siguió sus pasos: ganar montones de dinero a expensas de los contribuyentes suscribiendo contratos de construcción con las autoridades de Nueva York y Nueva Jersey. Johnston da a entender que esas ganancias debieron no poco a sobornos, uso de información privilegiada y otras prácticas ilegales. Se ha de decir que las empresas de Trump no sólo se encargaban de la construcción de vivienda teóricamente pública, sino también de su venta y en esta venta existen fundadas sospechas de un comportamiento discriminatorio. Ya en 1973, fue acusado ante los tribunales de discriminación en la venta y arrendamiento de vivienda pública por haber dado instrucciones a sus empleados de mentir acerca de la disponibilidad de apartamentos libres con el objeto de impedir su adquisición o alquiler por familias afroamericanas.

La demanda de 1973 fue la primera de una larga serie de casos legales planteados contra Donald Trump o promovidos por él que han jalonado toda su carrera. Prácticamente, no ha pasado año desde entonces sin que Trump haya sido protagonista de algún proceso judicial: un verdadero liante forense que, sin embargo, desprecia a jueces y abogados por igual (con alguna excepción, como enseguida se verá). Los asuntos más comunes objeto de las demandas que giran en torno a Trump han sido estafa, fraude fiscal, soborno, explotación de trabajadores inmigrantes en condición irregular −sin duda alguna, estamos ante un sujeto respecto al cual resulta muy apropiada la expresión ꞌ¡vaya geta!ꞌ−  y difamación −en los supuestos en que el demandante resulta ser Trump, con la finalidad de amedrentar a los periodistas−. De acuerdo con Johnston, la inmensa mayoría de los casos legales de Trump han acabado en acuerdos −¡impresentable justicia criminal anglosajona!− cuyo secreto se mantiene por orden de los jueces. En consecuencia, las razones por las cuales Donald Trump no ha dado con sus huesos en la cárcel antes de su elección, lo que, a la vista del libro de Johnston, pareciera ser el destino natural de una carrera como la de Trump, siguen siendo un misterio. En todo caso, el diseño de la exitosa estrategia legal de Trump a lo largo de su vida fue el producto de la mente de uno de los individuos más turbios de la reciente historia de los Estados Unidos: el abogado Roy Cohn, un estrecho colaborador del senador Mc Carthy, de triste memoria, y un conocido defensor de los intereses de mafiosos varios.

A partir de los años ochenta Trump extendió su radio de acción al negocio de los casinos, sobre todo en Nueva Jersey, sin dejar por ello de atender a sus intereses inmobiliarios, centrados en hoteles y apartamentos de lujo y campos de golf, negocios a los cuales hay que añadir servicios de limusinas terrestres y aéreas y, cómo no, el concurso Miss Universo [3]. Como en los setenta, sus actividades se hayan entrelazadas con las mismas prácticas ilegales y deshonestas y con las características apariciones de demostrados representantes del crimen organizado antes mencionadas. Según señala repetidamente Johnston, estas últimas deberían haber significado la pérdida de la licencia para poseer casinos de Trump, pero nada ocurrió. El autor suministra datos que inducen a pensar que la agencia del estado de Nueva Jersey encargada de supervisar los casinos y demás garitos dedicados al juego prevaricó en favor de Trump.

No obstante los notables recursos y contactos en manos de Trump, éste no puede ser considerado un genio de los negocios, a juicio de Johnston. Durante los noventa, y aún en los primeros años del siglo XXI, Trump gestionó tan mal su patrimonio que estuvo al borde de la bancarrota seis o siete veces. Pero siempre fue calificado de deudor ꞌdemasiado grande para caerꞌ y, por esa razón, los bancos acreedores prefirieron no acabar con él y continuar aprovechándose de sus negocios. Por otra parte, el valor real del patrimonio de Trump es un dato desconocido. Trump ha subestimado sistemáticamente su riqueza en sus declaraciones fiscales a efectos de reducir sus impuestos o, incluso, no tener que pagar nada, y hasta no ha presentado declaración de la renta en varios ejercicios, sin consecuencias para él, mientras que, al mismo tiempo, se ha jactado en público de amasar miles de millones de dólares.

A cuento de la trayectoria vital de Trump, Johnston nos advierte de los tres rasgos definitorios de la personalidad del magnate norteamericano: su narcisismo inconmensurable, su amor fetichista al dinero y su espíritu vengativo. En definitiva, para Trump sólo importan tres cosas: él mismo, el dinero y la venganza dirigida contra aquellos que, a su juicio, se le han mostrado desleales o, sencillamente, no han hecho lo que quería que hiciesen. Las demás notas que lo adornan −su misoginia, su desprecio socialdarwinista del humilde (del ꞌperdedorꞌ), su odio hacia los juristas y los periodistas críticos con él, su petulancia, su ignorancia, su rabia, su gusto por la ostentación…− son productos derivados de esos tres rasgos básicos. Al entender de Johnston, más allá de las indicadas señas de identidad, Trump no posee ninguna concepción moral o ideología definidas merecedoras de tal nombre. Básicamente, es un sujeto amoral y ꞌantipolíticoꞌ.

Lo cierto es que, llegados a este punto, el libro de Johnston resulta un poco decepcionante. El autor dice pocas cosas relevantes sobre las aventuras de Trump durante el siglo XXI y ninguna sobre su corta y fulgurante carrera política, es decir, sobre cómo pudo un tipo de su talla acabar siendo nominado único candidato republicano a la presidencia [4]. Tampoco contiene el libro hipótesis alguna en torno a qué sectores del mundo corporativo de los EEUU están detrás de él o hasta dónde llega su relación con la extrema derecha de ese país, en especial, con los fundamentalistas cristianos, que tan presentes parecen estar en el equipo de Trump. Del mismo modo, no formula Johnston las reflexiones sobre el lamentable estado general de la sociedad y el sistema políticos norteamericanos que la investigación emprendida acerca de Trump deberían haberle suscitado. Tal vez la premura por publicar el libro antes de las elecciones de noviembre explican la impresión de conclusión precipitada. Aún así, el acceso de un individuo como Donald J. Trump a la máxima magistratura federal de los Estados Unidos es una evidencia muy difícil de rebatir del extremo grado de degradación en que se deben de encontrar las instituciones sociales y políticas estadounidenses.

Notas:

[1] Cfr. Johnston, D.C., Cómo se hizo Donald Trump; Capitán Swing, Madrid, 2017, pág. 17.

[2] Lo que no quiere decir que, en el caso particular de la presidencia de Trump, la farsa en cuestión no pueda tener efectos trágicos, en el sentido de catastróficos, para la humanidad.

[3] Nuestro hombre, por lo demás, ha escrito unos cuantos libros de pésima calidad y tono bronco sobre cómo triunfar en los negocios, una especie de Mi lucha empresarial.

[4] Trump es una prueba más del estrechísimo vínculo existente entre economía lícita y economía criminal en el capitalismo. Como instrumento de análisis social, el modelo de una economía de mercado capitalista ꞌlimpiaꞌ, en el sentido de libre de corrupción y discriminación, que propugna la escuela neoclásica y sus derivaciones doctrinales y que encontramos en la literatura neoliberal tipo The Economist, es tan fantasioso e inverosímil como creer factible una dictadura respetuosa de los derechos fundamentales de la persona.

 

2 /

2017

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

+