La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Rafael Poch de Feliu
La pelea de Washington
¿HASTA QUÉ NIVEL DE DESORDEN Y CONFRONTACIÓN INTERNA SE LLEGARÁ?
¿Cómo descifrar la pelea interna del establishment Americano? El escenario de un desorden interno en Estados Unidos, de la primera potencia convertida en un factor mayor de incertidumbre en el mundo, es verdaderamente sorprendente. ¿Hasta qué nivel de desorden y confrontación interna en el país se llegará? ¿Cómo se proyectará todo eso en el mundo?
El inquietante Señor Trump, cuyo sesgo populista-ultraderechista en el orden interno es bien claro y amenazante, quiere cambiar aspectos fundamentales en el partido de la guerra, la política exterior de Estados Unidos. Trump ha dicho que los desastres de Yugoslavia, Irak y Libia fueron aventuras criminales.
Cambio de prioridades
Enfrentándose a Rusia en Occidente y a China en Oriente, Estados Unidos ha suscitado en los últimos años el acercamiento entre esos dos países. “No hay nada más peligroso para Estados Unidos que una alianza firme de esas dos potencias”, dice el conocido estratega del partido de la guerra Zbigniew Brzezinski. Trump quiere invertir la jugada de Kissinger de los años setenta: en lugar de una alianza de Estados Unidos con China contra la URSS, ahora se trataría de una alianza con Rusia contra China.
La desconfianza entre Rusia y China es mutua y profunda, pero el mundo de hoy es diferente del de hace cuarenta años. Tanto Moscú como Pekín han dejado claro que están dispuestos a oponerse militarmente al cerco en sus fronteras más inmediatas (Ucrania/Mar de China meridional), pero ninguno de los dos desea un regreso a la lógica de bloques.
Habría que dejar de amenazar a ambos países, o salir de la lógica de aflojar con uno para mejor amenazar al otro, pero eso parece contrario a la propia naturaleza del partido de la guerra y esperar algo así de Trump está fuera de toda posibilidad. ¿Entonces qué hay detrás de esta pelea?
Resentimiento
El mero cambio de prioridades propuesto por Trump, supone el reconocimiento de un fracaso y la responsabilidad de los cuadros que han dirigido la política exterior-militar de Estados Unidos en los últimos 25 años. Retomar cierta normalidad de relaciones con Moscú contradice una inercia de 70 años en esa belicosa máquina. No habría problema con una Rusia sometida, pero la Rusia de Putin que levanta cabeza (asumiendo riesgos extremos) es culpable de un delito mayor: la derrota sufrida por Estados Unidos en las dos ultimas fallidas operaciones de cambio de régimen: Ucrania y Siria. Por primera vez esas operaciones han sido contestadas militarmente por una potencia, y de momento con éxito, lo que lanza un mensaje muy desestabilizador para la disciplina imperial. Otros podrían seguir el ejemplo en el futuro.
Moscú ha albergado, además, a Edward Snowden, factor del mayor desprestigio de Estados Unidos en décadas, y ha puesto en marcha medios de comunicación efectivos que han roto el monopolio de la propaganda global, contribuyendo al pluralismo. Rusia debía pagar por todo eso, y ahí están las sanciones, la política de precios del petróleo y la tremenda caída del rublo que todos los rusos han notado y que tiene un gran potencial desestabilizador para Putin. Que en ese contexto el nuevo Presidente de Estados Unidos se disponga a entenderse con Rusia es visto como una especie de premio intolerable por la facción del establishment que ha tenido en sus manos las riendas del partido de la guerra. “Son malos perdedores”, ha dicho Vladimir Putin.
Sergei Karaganov, un conocido politólogo ruso que en los noventa era un marcado occidentalista que se tuteaba con todo el establishment de la política exterior de Estados Unidos, dice ahora que la gente de las administraciones de Clinton, Bush y Obama se siente amenazada y embargada por un enorme resentimiento. “Las sanciones no les bastan”, dice. “Temo que intenten organizar provocaciones impeachment y demás”. “Al presidente electo no le iría mal reforzar su escolta”, dice Karaganov. La consideración es interesante por el nivel de pelea que sugiere para el futuro. Hay que prepararse para el escenario de Estados Unidos como mayor factor de incertidumbre. La URSS pasó por ello en su día.
La suma de la lógica de ese resentimiento y de los cambios de prioridad sugeridos por Trump, determinaron que Rusia fuera el chivo expiatorio. La injerencia rusa en las elecciones de Estados Unidos, los kompromats erótico-políticos contra Trump, todo ello sin pruebas en defecto de un Snowden ruso, es una de las mayores tomaduras de pelo desde las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein. Llama la atención la pobre factura de todo ello, pero sea cual sea su contenido, no deja de ser una inocentada al lado de la injerencia de Estados Unidos en la política rusa. Después de las revelaciones de Snowden, tampoco es fácil hacer pasar a Rusia y a China como los ogros de los ciberataques, algo que todas las potencias practican pero una, la inventora del género, mucho más que las otras.
EU: La salida de la crisis
El eco de todo esto ha llegado a Europa en una situación sin precedentes. La Unión Europea se encuentra en una “crisis existencial” (son palabras de Juncker). De momento la salida se busca en la “defensa”. La Unión Europea necesita enemigos. Para países como Alemania y Polonia, el enemigo histórico es Rusia. Ambos se rearman contra ella. Se mueven tanques y recursos hacia la frontera rusa. En Francia el asunto chirría. Nadie ha dado demasiado crédito a la leyenda de la injerencia rusa en las elecciones americanas y el presidenciable mejor colocado para ganar las elecciones de mayo, François Fillon, quiere mejorar las relaciones con Moscú, lo que está en la tradición francesa desde el siglo XIX.
Alemania es el país clave, y al que Moscú dedica mayor atención. La canciller Merkel que pasa por ser la gran líder europea se está cargando los tres pilares que rehabilitaron en el concierto internacional a la Alemania de posguerra: la integración europea, el Estado social y la política de distensión hacia Rusia (Ostpolitik), lo que confirma la tesis de la Quinta Alemania. Todo ello está desintegrando la Unión Europea. Que la proyección de esta crisis desintegradora tenga consecuencias militares, no es ningún pronóstico catastrofista: está en la más genuina tradición histórica continental.
[Fuente: La Vanguardia]
14 /
1 /
2017