¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
A la caça del PSUC
Pòrtic,
Barcelona,
276 págs.
¿El PSUC como problema geopolítico?
Cristian Ferrer González
Recientemente ha salido publicado A la caça del PSUC, de Antoni Batista. Quizá muchos interesados en el antifranquismo conozcan al autor fundamentalmente por su crónica de la Assemblea de Catalunya, La gran conspiració (Empúries, 1991), aunque su obra sea bastante más extensa. En este caso, tenemos al Batista más empático, pues buna parte del libro es una historia, por así decirlo, sobre sí mismo. A la caça del PSUC es un punto intermedio entre las memorias políticas, la crónica periodística y el ensayo histórico. Debo decir que es una perspectiva narrativa que me ha parecido interesante y un recurso comunicativo oportuno. El libro, como apunta su nombre, persigue un único objetivo, aunque en realidad es doble. Por un lado, repasar la trayectoria del que llegaría a ser el principal partido opositor al franquismo con motivo de su octogésimo aniversario; y, por el otro, contar la historia de su final inesperado, trágico y, a su entender, poco claro.
La tesis fundamental es que el PSUC, un partido que no era a su juicio “comunista”, sino un crisol de demócratas socializantes (“transcomunistas”, los llama), fue una organización incómoda a los ojos de Estados Unidos y de la Unión Soviética durante la transición a la democracia parlamentaria. El eurocomunismo que enarbolaba entonces la dirección encabezada por el veterano Gregorio López Raimundo y, después, por el médico Antonio Gutiérrez Díaz, el “Guti”, en caso de haberse impuesto, habría conllevado un problema geopolítico para los norteamericanos e ideológico para los soviéticos. Es decir, una eventual victoria electoral del PSUC podía haber producido una alteración en la correlación mundial de fuerzas o, dicho de otro modo, el PSUC podría haber sido decisivo para forzar la salida española de la zona de influencia de la OTAN. Los soviéticos, por su parte, veían el eurocomunismo como una peligrosa desviación tanto en términos políticos como ideológicos, ya que el “socialismo en libertad” y la “revolución de la mayoría” que propugnaba el partido del antifranquismo catalán debilitaba la supremacía soviética en Europa del Este y podía eventualmente inspirar nuevas revueltas al estilo de las de 1956 y 1968.
Así pues, el PSUC habría sido objeto de una estrategia de tensión (una “pinza”, como él la llama) entre la CIA y el KGB, fundamentalmente entre 1977 y 1981. Tensión que culminó con la implosión del partido en el V Congreso y la salida de los prosoviéticos del Partit dels Comunistes de Catalunya. Como resultado, el PSUC habría desaparecido al tiempo que se diluía en la coalición Iniciativa per Catalunya y dejaba al PSC como el único representante catalán del socialismo democrático.
El sustento documental de dicha tesis tiene su propia historia en el libro y, como tal, merece también su propio espacio en esta reseña. Durante un viaje a EEUU en 1990, Batista fue retenido a su llegada en el aeropuerto de destino debido a su antigua militancia comunista. Allí le interrogó un agente del FBI, del cual averiguaría que en realidad pertenecía a la CIA, y aquél le mostró el material que sobre él habían reunido los servicios de inteligencia norteamericanos. El consulado estadounidense en Barcelona no perdía el tiempo e informaba puntualmente de los movimientos de los comunistas catalanes durante el cambio político, incluido, claro está, la actividad de sus militantes más destacados, como el propio Batista.
Una vez las cosas se aclararon y se puso de manifiesto que el motivo de su viaje estaba lejos de subvertir el poder del Imperio, el agente “C5” acompañó a Batista durante su estancia en Wichita y ambos acabaron congeniando, por lo que éste le mostró documentación Top Secret sobre el affaire PSUC. Ahí Batista cuenta que vio una encuesta de primeros de 1977 en la que aparecía el PSUC como fuerza política más votada. Seguramente es la misma que Sánchez Terán, gobernador civil de Barcelona, menciona en sus memorias y que mostró a Joan Reventós, la cual, según parece, fue decisiva para que se formara la coalición electoral “Socialistes de Catalunya” entre el PSC y el PSOE de cara al 15-J. No resulta difícil imaginar que, de haber concurrido por separados, el voto socialista se habría disgregado y el PSUC podría haber quedado como primera fuerza en Catalunya. Al Pentágono le preocupaba, según aduce Batista, que el comunismo se extendiese por su zona de influencia mediante estrategias heterodoxas como la Unidad Popular chilena o sencillamente mediante pactos postelectorales con otras fuerzas de izquierdas, como era fácil de prever en una Catalunya donde las izquierdas habían obtenido el 47% del apoyo popular.
Según le reveló el agente “C5”, la fuerza de la izquierda en Catalunya puso en alerta DEFCON-4 a los servicios de inteligencia norteamericanos. DEFCON-4 implica un nivel de alerta modesto, concretado en un incremento de actividad de las agencias de inteligencia y un endurecimiento de las medidas de seguridad nacional que, por otro lado, fue relativamente frecuente durante la Guerra Fría. En cualquier caso, Batista argumenta que una eventual influencia decisiva de la izquierda anti-OTAN, junto con la connivencia de sectores de la UCD, como el propio Suárez, podría haber llevado a España a entrar en los Países No Alineados. El PSUC debía ser abatido. Para ello, algunos dirigentes del PSUC —se habla de un tal Pere Prados Pérez y una administrativa del partido, aunque en algún punto se da a entender que Rafel Ribó estaría también entre ellos— habrían estado al servicio de los norteamericanos a través de diversos organismos culturales tapaderas de la CIA. Sin embargo, un agente de la Central en Barcelona le informó a Batista de lo contrario: era el KGB quien estaba actuando en el seno del PSUC para desactivarlo. El hombre clave en Catalunya habría sido el secretario de organización desde 1947, Josep “Román” Serradell. ¿Más pruebas? Miguel Núñez le contó a Batista que en un viaje oficial a la URSS de fecha indeterminada, a Serradell le esperaba un coche oficial en el aeropuerto para trasladarlo al centro de Moscú, mientras que a él y a López Raimundo les tocó viajar en metro. Como prueba es, como poco, escasamente convincente.
Como se ve, a la historia no le falta de nada: agentes secretos, espías dobles o que actúan con la connivencia de las dos superpotencias, infiltrados de la KGB y de la CIA dentro del partido, así como la implicación activa de las nuevas instituciones democráticas españolas. La implicación de estas últimas habría sido a través de la manipulación de las elecciones a la Generalitat de Catalunya en 1980.
Por medio de la compra de voluntades de Esquerra Republicana de Catalunya (se supone que la mano larga de la CIA habría hecho que el anticomunista Heribert Barrera y Joan Hortelà, que después acabaría de presidente en la Bolsa de Barcelona, liderasen las listas de ERC al Parlament) y un pucherazo electoral mediante la participación del Ministerio de Interior español, abortaron la posibilidad de un gobierno socialcomunista en Catalunya. Ciertamente, son conocidas las maniobras de Foment del Treball en la financiación de la campaña de ERC, CiU, UCD, AP… y que Jordi Pujol fue encumbrado por la burguesía (incluso la no nacionalista) como el único hombre capaz de parar a la izquierda, pero de ahí a probar la injerencia externa en algo tan, entiéndaseme, menor como las elecciones a la Generalitat… cuesta de creer. De la lectura —y este no es el único punto donde esto sucede— no se concluye si el pucherazo electoral fue determinante para que el PSUC y el PSC no sumaran mayoría absoluta, pero se infiere que la intervención de Interior fue esa.
Que a los soviéticos no les hacía gracia el eurocomunismo no pude dudarse, sólo hace falta leer qué publicaban al respecto. Tampoco hay que dedicar mucho tiempo a explicar que a los norteamericanos una victoria comunista en España les hubiese puesto en un problema, como mínimo, “democrático”. El caso italiano y cómo acabó la propuesta de gobierno que Enrico Berlinguer propuso a la Democracia Cristiana, es el mejor ejemplo de los “límites” de la participación comunista en las democracias occidentales para EEUU —aunque ahí estaba la cuestión de la OTAN, que es bien distinta a la española de entonces—, por no traer a colación la infinidad de ejemplos latinoamericanos. Una cosa es eso y otra bien distinta es afirmar, con las “pruebas” que en el libro se presentan, que Serradell era un agente del KGB, que la CIA tenía agentes infiltrados dentro del partido y que, al fin y al cabo, el “Guti” fue asesinado cuando descubrió la conspiración para destruir al PSUC. En efecto, a finales de septiembre de 2006 Gutiérrez Díaz se encontró con Antoni Batista en la plaça Sant Jaume y ambos acordaron verse en breve para discutir sobre la teoría que el propio Batista le había contado hacía más de diez años. Pocos días después el ex secretario general del PSUC padeció un infarto en Santiago de Compostela y murió poco después en Terrassa. Si bien Batista no lo presenta como un asesinato, induce al lector a ello.
Llama la atención que WikiLeaks no haya filtrado ningún documento referente al affaire PSUC. Es una lástima. La solidez de la teoría conspirativa no es, pese a todo, el único problema del libro. A lo largo del mismo se repiten graves errores de precisión cronológica y conceptual. La misma idea de “comunismo” que presenta es una deformación más propia de la Guerra Fría que la que se le supondría a un antiguo militante. Parece cierto aquello que las contiendas militares terminan algún día, mientras que las guerras culturales les sobreviven durante décadas. Quizá tuviese razón Ignazio Silone cuando le dijo irónicamente a Togliatti que la lucha final sería entre comunistas y excomunistas. Aunque lo peor es que no parece que Batista tenga intención de denigrar la historia del PSUC, sino más bien lo contrario. Para él, sin embargo, la mayor virtud que tuvo el partido fue la de saber caminar hacia la socialdemocracia, algo que, sin duda, deleitará a los críticos con el pragmatismo del comunismo en la transición, pero que poco tiene que ver con la realidad del momento. De un modo paralelo, el partido es presentado —especialmente gran parte de su aparato— como un instrumento totalitario en manos de Moscú para establecer una dictadura al estilo oriental europeo; de hecho la Guerra Civil sería para Batista una guerra entre dictaduras: la fascista vs. la comunista. Hay que destacar que el perfil totalitario del partido es individualizado en dirigentes como Pere Ardiaca y “Román” Serradell, quienes, según parece, habrían enviado Batista a un gulag de haber tenido la ocasión.
Hubiera sido interesante que este libro, que tiene muchos elementos positivos, se hiciera eco de la profusa historiografía existente sobre el partido, el contexto y la sociología militante. Entre los aspectos más interesantes del ensayo están la experiencia de Batista como responsable de Universitat, el órgano de los estudiantes del PSUC, y posteriormente como redactor de Treball. Además, el libro relata perfectamente la fluidez política de lo que Batista llama el mundo “transcomunista” y sus conexiones con la gauche divine. Siendo una perspectiva tan interesante como significativa, a menudo ésta relega del relato a la principal base del partido, la clase obrera industrial, que de haberla incorporado quizá hubiese ayudado a paliar algunos problemas de índole analítico. Si bien es cierto que al inicio referencia algunas obras que han atendido el PSUC como objeto de análisis preferente, en honor a la verdad debe decirse que las aportaciones que la historiografía ha realizado no han sido incorporadas al cuerpo narrativo e interpretativo de la obra. Y esto es algo no solamente identificable en lo referente al V Congreso de 1981, sino también a la historia de la transición, del franquismo, de la oposición a la dictadura, de la Guerra Civil, etc. En cualquier caso, el libro debe leerse como un ensayo de tipo histórico —que no un libro de historia— en el que se entremezclan percepciones, ideas y experiencias del autor que, indudablemente, pueden ser de utilidad a los historiadores de hoy y de mañana para seguir en la reconstrucción de la historia del Partit Socialista Unificat de Catalunya en toda su extensión.
27 /
12 /
2016