¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Juan-Ramón Capella
Marx, más allá de la teoría del valor
Un esbozo
I
Ya no es fecunda para todo la teoría del valor de Marx, por haberse cumplido exacerbadamente algunas lúcidas previsiones suyas.
La tercera revolución industrial —informática, nuevos materiales, nuevas formas organizativas empresariales, nuevas ramas industriales— ha dado lugar a una preeminencia inédita hasta nuestro tiempo de los medios productivos de naturaleza intelectual. Medios incorporados en las máquinas y en los cerebros de científicos y técnicos.
En un pasaje poco conocido señalaba Marx: «[…] en la medida en que la industria se desarrolla, la creación de la riqueza real se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo y de la cantidad de trabajo utilizado que del poder de agentes que son puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, y cuya poderosa efectividad no está en relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción, sino que depende más bien del nivel general del desarrollo de la ciencia y del progreso de la tecnología, o de la aplicación de esta ciencia a la producción «.
Dicho de otro modo: Marx cree que la riqueza real, en ciertas condiciones de producción científica, evolucionada, depende menos del tiempo de trabajo que de agentes puestos en acción en la producción que no guardan relación con el tiempo de trabajo que cuesta producirlos.
Eso describe muy bien lo que ha sucedido y sucede con la revolución industrial de la informatización. Marx, en los Grundrisse, anticipándose a los tiempos, retrotraía el efecto descrito al industrialismo desarrollado de su época, crecientemente basado en el capital fijo.
Escribe Marx hacia 1858: «El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el que descansa la riqueza actual, se presenta como una base miserable frente a esta base recién desarrollada, creada por la misma gran industria […] El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza general, así como también el no trabajo de los pocos ha dejado de ser condición para el desarrollo de las fuerzas generales del cerebro humano […]» [1].
Paralelamente se ha formado una especie de intelecto general [2] social mundial, que produce innovación permanentemente. «El desarrollo del capital fijo indica hasta qué grado el saber social general, el conocimiento, se ha convertido en fuerza productiva inmediata y, en consecuencia, las condiciones del proceso de vida social han pasado a estar bajo el control del intelecto general» [Marx, Grundrisse, el capítulo del capital, «Contradicción entre el fundamento de la producción burguesa (medida del valor) y su mismo desarrollo. Máquinas, etc.»; la cita en OME 22, pág. 92, Barcelona, Ed. Crítica].
Pues bien: el capitalismo contemporáneo se caracteriza por su capacidad de apropiación del producto de ese intelecto general social. Apropiación en el sentido de utilización incluso sin necesidad de «apropiación jurídica» (lo que no es una cuestión menor). El momento intelectual de la actividad productiva mundial queda separado de los productores directos, y, por otra parte sus elementos portadores vivientes (científicos, técnicos, gente con elevada formación) hoy no son capaces de utilizarlo sin recurrir al capital; sin embargo el intelecto social general está objetivado sobre todo en los modernísimos medios productivos (programas informáticos, máquinas automáticas, etc.).
La automación informática expele de la producción a masas ingentes de trabajadores [3].
Aquella capacidad productiva del intelecto social general es apropiada por el capital en su conjunto empezando por sectores particulares suyos, por los entes más dinámicos.
La capacidad de apropiación va ahora más allá de las nociones jurídicas de propiedad, por mucho que éstas sean necesarias para la estructuración del mundo del capital que conocemos.
Las categorías marxianas habituales para describir la acumulación capitalista (plusvalía absoluta y relativa, etc., que tomaba en consideración el marxismo tradicional) no sirven en la nueva situación por mucho que sea válida la base elemental de la teoría del valor de Marx, esto es: que la riqueza sólo la crea el trabajo humano, o si se quiere la Naturaleza en combinación con el trabajo humano. No obstante, esas categorías habituales pueden ser aplicadas a los comportamientos de la empresa capitalista, y también se manifiestan en la tendencia a pagar a los asalariados tan poco como se pueda. Al respecto señala Marx: «el capital quiere medir estas enormes fuerzas sociales así producidas por el tiempo de trabajo, y mantenerlas dentro de los límites necesarios para conservar como valor al valor ya creado» [4]. El valor se mantiene, dicho en plata, con calzador [5]: conservar como valor al valor ya creado [6].
La economía neoliberal se caracteriza por no compartir el empresariado con los trabajadores las riquezas derivadas de las ingentes mejoras en las técnicas de producción.
Muy importante: la mencionada capacidad de apropiarse y utilizar el intelecto social general por parte del capital permite explicar que éste ya no necesita explotar, como en el pasado, al mayor número de trabajadores posible, esto es, ampliar el círculo de la explotación a través del empleo asalariado. Por el contrario: puede prescindir de gran número de trabajadores, reducir a otros a trabajadores a tiempo parcial, y propiciar la existencia de grandes masas de personas a las que ni siquiera se les dan las condiciones necesarias para trabajar; coexiste con un elevado paro estructural permanente [7]; en las condiciones de hoy, lo necesita.
Ese grupo social de trabajadores en paro o subutilizados ha de ser sostenido por alguien: sus familias, la solidaridad privada o la solidaridad fiscal pública (salvo que el sistema capitalista prefiera exterminarlos periódicamente).
II
La existencia de paro estructural amplio y permanente, y de reducción de la parte del producto social asignado a la mano de obra empleada, en esta etapa de paroxismo neoliberal, aparece como uno de los problemas centrales de la época. Las nuevas tecnologías posibilitan producir riqueza con relativamente poco esfuerzo humano. Sin embargo el capitalismo trata de evitar por todos los medios la redistribución socializadora de la riqueza producida (y también el reparto del reducido tiempo de trabajo que sigue siendo necesario).
El paro estructural neotecnológico, junto con el recorte de los derechos laborales y sociales, plantea para toda la sociedad un problema nuevo de gran magnitud.
Parece manifiesto que la resolución de este problema se cifra en un objetivo importante de concepción muy sencilla: la redistribución.
La redistribución de la producción social ya no se puede dar sólo en el interior de las empresas —el ámbito de acción esencial del sindicalismo en su forma tradicional—, sino que se trata de crear una redistribución que afecte a toda la sociedad: también a las personas sin trabajo, a las que experimenten dificultades particulares, y además a bienes colectivos como la sanidad, la educación y la obra pública.
La solidaridad pública via fiscal es una necesidad. Sin excluir que se deba recurrir a otras técnicas de redistribución de la producción social para convertirla en riqueza colectiva.
De todos modos, es evidente que ningún cambio redistributivo se materializará afianzadamente si no es internacional, si no va más allá de los límites del «estado-nación». Lo que remite a los cambios que han experimentado las instituciones principales en este período de vorágine innovadora: a un gravísimo problema político y jurídico cuyo análisis debe hacerse en otro lugar.
Todo ello en un contexto en que la producción de riquezas tropieza con sus límites ecológicos: con los daños a la Naturaleza, con un gigantesco problema energético, y otros. Sin embargo precisamente el carácter científico de la producción contemporánea podría ayudar a resolver los problemas sociales sin recurrir al crecimiento —agravador de los daños ecológicos—, que está exigido por la forma capitalista de la producción, pero que no tiene por qué estarlo en formas de producción y consumo basadas en la solidaridad social.
Notas
[1] Marx, Grundrisse, el capítulo del capital, «Contradicción entre el fundamento de la producción burguesa (medida del valor) y su mismo desarrollo. Máquinas, etc.». Respecto del tema lateral que aparece en la cita, el «no trabajo de los pocos»: Marx se refiere a una época en que la condición del desarrollo de la ciencia estaba condicionado a la existencia de una clase ociosa, época que da por acabada.
[2] Marx veía el intelecto general esencialmente objetivado en las máquinas, etc., sin prestar demasiada atención a su concreción en las consciencias de ciertas personas que intervienen en el proceso productivo.
[3] En función de ello han empezado a surgir interesantes sugerencias de que por las máquinas automáticas (por ejemplo, cajeros automáticos, etc.) se cotice impuestos especiales o directamente a la seguridad social, dado que en las condiciones de hoy el trabajo asalariado no cotiza lo suficiente para sostener por sí solo el sistema de seguridad social, etc.
[4] Marx, Grundrisse, el capítulo del capital, «Contradicción entre el fundamento de la producción burguesa (medida del valor) y su mismo desarrollo. Máquinas, etc.
[5] Ese calzador es el sistema jurídico existente, la cultura económica hegemónica, las instituciones existentes, los sistemas políticos correspondientes.
[6] Estos interesantísimos desarrollos de Marx en los Grundrisse (Líneas fundamentales de la crítica de la economía política), en OME 21 y 22 (Obras de Marx y Engels, Crítica, Barcelona), pueden resultar sorprendentes para muchos lectores ya que —en mi recuerdo— no se encuentran en el volumen primero de El Capital, el único preparado para la imprenta por Marx, ni en los volúmenes segundo y tercero, preparados por Engels, donde hubieran podido tener un lugar adecuado —sobre todo en el volumen tercero—. La explicación de la omisión de estos desarrollos en El Capital podría consistir en que Engels precisaba ante todo defender la teoría del valor frente al problema de la transformación de los valores en precios, una crítica a la teoría del valor de Marx a la que éste no pudo dar una respuesta definitiva; el cálculo matricial, que hubiera permitido hacerlo, no quedó establecido hasta 1878.
[7] En abril de 2015 la tasa media de paro en la Unión Europea era del orden de 9,8%, siendo de 10,6% en Francia y de 23,2% en España. Estas cifras contrastan con el «paro tecnológico» (quizá de personas que cambiaban de empleo) en los Estados Unidos en la época de las políticas keynesianas: un 3% o un 4%, datos de paro fuertemente criticados por los economistas de izquierda de la época, al no alcanzarse el pleno empleo.
11 /
2016