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Juan Diego Botto

Llorar a un hombre bueno

Ha muerto Marcos Ana y uno se siente un verso de Oliverio Girondo y tiene ganas de llorar hasta inundar veredas y paseos. De llorar para ser rescatado por el propio llanto. Ha muerto Marcos Ana y uno se sorprende de que el mundo no se detenga, que siga girando ajeno a este dolor y este vacío. Yo esperaría que los semáforos se vistieran de luto y las aceras nos mirasen con la complicidad de los cementerios. Ha muerto Marcos Ana. Y ahora, ¿qué?

 Querría agarrarle la mano fuerte y decirle todas las cosas que siempre dejé para después. Darle las gracias durante días y vencer el pudor cotidiano que entierra la verdades. Pienso en el abusado y hermoso verso de Dylan Thomas: «Rabia, rabia contra la agonía de la luz”, y la rabia es por la diferencia de escala que tiene su nombre en nuestra tierra.

 Toda mi vida joven pensé que llegaría el momento en que este país se desperezaría y reconocería por fin la deuda que tiene con sus luchadores antifranquistas. Siempre creí que algún día el Estado rescataría por fin a los cientos de miles de muertos que inundan nuestras cunetas y los entregaría a sus familiares para que de una vez por todas pudieran llorarlos en paz. Solía creer que algún día llegaría la cordura a España. Que este país seguiría la inevitable senda de las demás naciones europeas y haría justicia con quienes dieron su vida luchando por la legalidad vigente, por la República. Ese día no ha llegado. En este país a quienes lucharon contra un golpe de Estado que se tornó en guerra civil se les ha premiado con una fosa común con vistas al olvido.

 Marcos Ana fue uno de esos demócratas, uno de eso luchadores. Fue condenado a muerte y vivió durante años con la sombra de la ejecución persiguiéndolo de cárcel en cárcel. Le conmutaron la pena pero pasó 23 años en prisiones franquistas. El preso político que mas tiempo conoció el rencor del dictador.

 Marcos Ana era un poeta, un luchador, un comunista, pero sobre todo era un hombre bueno. «Siempre he querido ser mas fuerte que el odio de mis enemigos, y lo he conseguido”. Nunca albergó odio ni rencor y ni deseos de venganza. «Mi única venganza es conseguir que triunfen nuestras ideas de paz y justicia social, que además serían buenas hasta para nuestros verdugos”

. Sus versos transmiten el desgarro de la derrota, un desasosiego suave que no amaga pero sí emociona. Su libro de memorias Decidme cómo es un árbol es, junto con Si esto es un hombre de Primo Levi, el relato imprescindible para entender el horror de los fascismos europeos del siglo XX.

 Marcos Ana debería ser uno de esos referentes que toda nación tiene como incontestables. Ana no es solo patrimonio de la izquierda, debería serlo de todo el país. Al salir de cárcel se paseó por todo el mundo para que nadie olvidara que en España aún había presos políticos, que en Europa Occidental había una dictadura cruel que aplastaba las ansias de libertad de un pueblo entero. Gracias a él miles de personas en todo el mundo tuvieron una imagen noble de España. Gracias a él muchos identificaron España con dignidad, cultura, coherencia, decencia. Es gracias a él y a gente como él que este país puede mirarse al espejo y sostenerse la mirada. Y sin embargo, no nos engañemos, poca gente sabe quién fue Fernando Macarro Castillo, alias Marcos Ana. 

“Rabia, rabia contra la agonía de la luz” y quizá la rabia que él nunca tuvo nos empuje a pensar que llegará el día en que “veremos la resurrección de las mariposas disecadas” y éste sea un país con memoria. Un país orgulloso de su Brigada 9 que liberó París de los nazis, de sus maestros republicanos que llevaron la cultura a los pueblos y de Marcos Ana que unas semanas antes de morir se manifestaba contra el TTIP con la energía de un quincemayista. Habrá que caminar despacio y seguir creyendo en los hombres buenos. De verdad, gracias Marcos.

 

[Fuente: Público]

25 /

11 /

2016

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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