La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Rafael Poch de Feliu
La revolución imperdonable
Yoani Sánchez no representa un consenso básico constructivo entre cubanos, sino el cambio de régimen que se ha venido promoviendo para Cuba desde 1959. Por eso se la aúpa.
Confieso que acudí escéptico pero curioso a la intervención que Yoani Sánchez, una “periodista independiente” cubana, ofreció el 8 de mayo en el Instituto Cervantes de Berlín, un acto organizado por el diario local Die Tageszeitung.
Sánchez es una joven despierta, bien parecida y de verbo afilado. Describió la situación en su país en términos muy extremos. Habló de la isla como de una “perversa jaula” y de su gobierno como “dictadura de un clan familiar”. Explicó la estabilidad del régimen cubano por “el miedo” que atribuye a su población. Definió la economía cubana como, “capitalismo de una familia” y consideró que el sistema cubano “es irreformable”. Sánchez, que se presenta como una “persona puente” dispuesta a dialogar con todos, dejó claro que es una abogada de lo que se llama “cambio de régimen”.
Su popularidad mediática es enorme. Su blog está traducido a muchísimas lenguas y goza de apoyos logísticos extraordinarios. Ella reclama su derecho a criticar. No le discuto a Sánchez el derecho a poner a caldo a quien quiera, ni a hablar de lo que quiera. Lo que discuto es el papel que se le atribuye, desde la derechona global, como representante de algo nuevo e incluso como conciencia del pueblo cubano.
Cuba, ahora junto con Venezuela, es el país que concentra la mayor atención mediática de América Latina en materia de derechos humanos. Asuntos que en otros lugares pasan desapercibidos, en Cuba son focalizados y frecuentemente manipulados para presentarlos en su peor luz. Pero si uno repasa con un poco de mesura la situación de los derechos humanos en el mundo y en América Latina, constatará que la situación de Cuba está muy lejos de las peores. (véase, por ejemplo: Cuba and the rhetoric of human rights). Eso no impide que cualquier asunto, por ejemplo el suicidio carcelario del preso Orlando Zapata en febrero de 2010, tenga un impacto y reciba una atención siempre superior a cualquier otro hecho similar o más grave en otros países, por ejemplo el descubrimiento, un mes antes del caso Zapata, de 2000 cadáveres de sindicalistas y activistas de derechos humanos asesinados por el ejército colombiano.
El maltrato de un cubano por motivos políticos siempre será mucho más noticiable y denunciable, para el mundo mediático occidental que el asesinato de decenas de activistas políticos en países amigos como Filipinas, con 56 periodistas asesinados en veinte años, como Colombia, cuya cuenta de eliminación de adversarios es inabarcable, y como muchos otros. Latinoamérica aporta centenares de ejemplos.
“Que en otros países las cosas estén mal o peor no es motivo para no criticar a Cuba”, dice Sánchez. Naturalmente que no, pero no es ese el asunto. Se trata de la política de derechos humanos (no confundir con la defensa universal de los derechos humanos), es decir de la utilización política y mediática de los derechos humanos para castigar a adversarios de la que tanto uso se hace en Occidente.
Sánchez ha sido aupada por el establishment occidental, desde Washington hasta Madrid, en ese contexto. Y por esa razón se le dan todos los altavoces, es recibida por los acostumbrados ministros y se le entregan los habituales premios. También en Berlín ha sido así.
Sánchez, que es una persona inteligente e incluso brillante, no puede ignorar que el papel que se le hace representar no es más que la continuación, actualizada, de la vieja campaña imperial contra el gobierno de su país. Ella tiene todo el derecho a posicionarse contra su gobierno, pero no tiene derecho a ser un recurso propagandístico de ese imperio que lleva 54 años intentando derrocar al sistema cubano por todos los medios ilícitos y criminales conocidos. La simple realidad es que Sánchez forma parte de ese esfuerzo.
El imperio no puede tolerar que a 90 millas de su territorio haya una república independiente de sus designios. Esa anomalía dura desde 1959 y ha pagado, y paga, un alto precio por existir. Durante 54 años el gobierno de la República de Cuba ha sufrido todo tipo de presiones y agresiones, desde una invasión militar en toda regla, hasta terrorismo de todo tipo para arruinar su economía y matar a sus ciudadanos con plagas inducidas por la guerra química y biológica, pasando por el asesinato de sus dirigentes, la subvención del cisma de su población en bandos irreconciliables y una obstrucción implacable y sistemática en la arena internacional.
Puede que esas circunstancias no justifiquen todos los defectos que se atribuyen al régimen cubano, pero no hay duda de que explican muchos de ellos. La revolución cubana, como por otra parte todas las revoluciones que desafiaron al imperio, se vio obligada a vestir el uniforme militar desde sus mismos orígenes, algo que siempre es difícil de compaginar con una normalidad civil. Tuvo que mantener una férrea vigilancia e incluso renunciar a parcelas de su independencia por su alianza con la Unión Soviética.
Cuba pagó, sin duda, un fuerte peaje por aquella alianza que vino impuesta por imperativos de supervivencia y cuya alternativa era, simplemente, la rendición incondicional y perder toda su dignidad nacional. Pero, gracias a su lejanía geográfica de Moscú, gracias a la existencia del Océano Atlántico, y también gracias a su propia personalidad histórica y la de sus líderes, Cuba nunca fue un vasallo en el bloque del Este, lejanamente comparable a sus socios del mundo socialista. Cuba fue el único aliado de Moscú plenamente soberano e independiente.
Muchos dirán que huyendo del fuego del imperio, la isla cayó en las brasas de un sistema que devaluó gran parte de todo aquello que hizo grande a la Revolución Cubana. Mi opinión es que, sin todo aquello que le hizo perder parte de su genuino espíritu liberador inicial, Fidel Castro y la Revolución Cubana habrían seguido el destino de Jacobo Arbenz en Guatemala, de Allende en Chile y de tantos otros. Por desgracia la historia no se escribe sobre la ordenadas y simétricas líneas de un cuaderno impoluto, sino sobre el caos y las contradicciones más infames. Al final, con todos sus defectos, aún hay mucho rescatable en la Cuba de hoy, mucho de lo que merece ser defendido frente a las presiones y cercos de siempre.
Es legítimo que muchos observadores lejanos no estén de acuerdo con este planteamiento general, pero, aparentemente, la mayoría del pueblo cubano lo está, pues de lo contrario el actual gobierno no se mantendría y habría sucumbido como auguraban las erradas profecías que siguieron al derrumbe del bloque del Este en 1990. Cuba era, y es, algo más, mucho más, que aquel “socialismo real” que se desmoronó en la Europa de entonces. Por eso su desafío ha sobrevivido a la guerra fría en condiciones mucho más difíciles que las de cualquier país del Este de Europa.
Sánchez dijo en Berlín que llegó a la adolescencia, “en una época en la que (en Cuba) no había mucho en lo que creer”, pero incluso desde ese nihilismo no hay que perder el sentido de la decencia, especialmente cuando se quiere ser rebelde. En mi humilde caso, llegué a la adolescencia en una época en la que estaba muy claro para la juventud que al imperio le importan un rábano los derechos humanos. Desgraciadamente eso sigue siendo así, y no podría ser de otra manera, pues no hay nada más antihumanista que el propio imperio.
Lidiando con Cuba se trata, casi siempre y sobre todo, de ese pecado original revolucionario. Claro que hay otros ámbitos, pero todos, incluso las vergüenzas del régimen, están envueltas, impregnadas y condicionadas en y por esa gran revancha histórica. Washington y Bruselas (ésta como capital colectiva de la Europa neoimperial), se cuentan entre los mayores violadores de derechos humanos y destructores de vidas del mundo actual. Aunque sea solo por su belicismo –y no se trata solo de eso–. Hay que continuar castigando a la República heredera de aquella revolución imperdonable, especialmente ahora cuando su fatigado cuerpo está encontrando nuevos apoyos políticos en América Latina capaces de darle nuevo oxígeno. No seamos ingenuos, Sánchez no es un producto nuevo. No representa ese necesario consenso básico constructivo entre cubanos, sino el cambio de régimen que se ha venido promoviendo para Cuba desde 1959. Y por eso se la aúpa.
[Fuente: La Vanguardia]
11 /
5 /
2013