La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan-Ramón Capella
La izquierda, excluida
La Constitución de 1978 —con su indispensable aditamento: la ley electoral— fue configurada de modo que dificultara al máximo que llegara a gobernar en España una fuerza de verdadera izquierda. En los años de la transición esa fuerza era el PCE. La Constitución reconoció los derechos civiles y políticos fundamentales, pero al mismo tiempo levantó un sistema de diques y barreras para impedir que la izquierda, cualquier izquierda real, llegara a gobernar. La izquierda de entonces no lo supo impedir.
Entre los artificios aludidos están: una ley electoral escasamente proporcional, que facilita la fuerza de los grupos nacionalistas en el Parlamento (para contraponerlos a la izquierda); una moción de censura constitucional impracticable, al exigir de la cámara un acuerdo previo para la determinación de nuevo jefe de gobierno, acuerdo imposible de alcanzar; el establecimiento de la provincia —y no de la comunidad autónoma— como circunscripción electoral, lo que facilita la inutilización de los votos que conviene; o la atribución al ejército del papel de guardián de la Constitución (en el franquismo era el guardián… de las instituciones), etc.
La conversión del Psoe al neoliberalismo facilitó que pareciera que gobernaba un partido de izquierdas. Pero no lo era, como en seguida advirtió hasta la mismísima UGT.
Las aguas volvieron a su cauce derechista con los sucesivos gobiernos neoliberales del PP o del Psoe, hasta que en la gran crisis económica reciente el empresariado español decidió romper con el pacto social que había facilitado hasta entonces el auge de la economía española. Creyó que ya no lo necesitaba, e inició una ofensiva contra los derechos sociales de las personas que trabajan.
En la crisis, y temiendo que el Partido Popular, con su enorme lastre de corrupción, no pudiera mantenerse en el gobierno, los empresarios del Ibex —es un modo de decir: el gran empresariado de este país— decidieron apoyar a un partido, Ciudadanos, que se presentara como una derecha moderna susceptible de funcionar como muleta del PP. A pesar de cierto éxito inicial, Ciudadanos se deshinchó como partido, mostrándose en las elecciones recientes incapaz de mantener en pie un gobierno del PP. La operación Ciudadanos había resultado insuficiente.
Y a todas éstas había surgido con fuerza Podemos. Podemos ha sido visto como un peligro por las mismas fuerzas económicas y sociales que habían lanzado la operación Ciudadanos; y aunque se trata de un partido nuevo, en formación, aliado al sector más renovador de Izquierda Unida —ambos aún tienen que dar muchos pasos para convertise en una nueva fuerza política sólida, programáticamente consistente, y con arraigo—, ha bastado que existiera la posibilidad de una alianza de Podemos/IU con el Psoe dirigido por P. Sánchez para que las fuerzas económicas y sociales de la derecha —lo que llamamos metafóricamente el Ibex 35— hayan preferido destrozar al Psoe antes de que se consumara tan hipotética alianza.
Cebrián en su diario, Felipe González y sus fieles en el Psoe, se han lanzado a una campaña feroz y despiadada con sus propias gentes ante este posibilidad. A su vez, el Psoe parece haber tirado por la borda toda su democracia interna al impedir que la opinión de sus militantes encontrara expresión política. Hoy por hoy no cuentan.
Nos hallamos ahora en una fase política peculiar. Grupos afines a Podemos-Izquierda Unida gobiernan las dos principales ciudades del país, y algunas otras más. Como cuando en Italia los comunistas gobernaban ejemplarmente regiones enteras y grandes ciudades. Pero ha quedado claro que, como ocurrió en Italia respecto del PCI y a través de una historia de conjuras y crímenes que no es necesario evocar, tampoco en España los poderes fácticos están dispuestos a permitir que una fuerza de izquierda, como Podemos-Izquierda Unida, llegue al gobierno, ni siquiera en coalición con partidos situados a su derecha.
Esta derecha social es incluso peor que la italiana: es inculta, y en esa incultura se incuba su peligrosidad.
Lo que ha ocurrido es gravísimo: se ha pervertido ante nuestros ojos lo que quedaba del sistema político democrático. Están en peligro las ya vacilantes y débiles instituciones democráticas, que van siendo vaciadas mediante formas sutiles, de momento sin fascismo movimental, porque la derechísima carece de una base de masas organizada significativa, pero de todos modos acercándose a las formas de acción institucional que emplearon los fascismos.
La epidérmica reacción de la prensa ante estos acontecimientos, que se narran analfabéticamente en forma de pugna entre personas, debe hacernos meditar también ante la escasa calidad al menos de la prensa escrita. De eso se salva una parte —pero sólo una parte— de la prensa digital. La falta de apoyo con que ha tropezado el semanario político-cultural impreso Ahora, que ha tenido que cerrar, muestra que entre los jóvenes interesados por la política falta sensibilidad para apoyar iniciativas democráticas elementales.
Se debe aprovechar el poco tiempo en que el gobierno que surgirá del apoyo al PP del Ibex 35 vía Psoe tenga escasa fuerza parlamentaria, para dedicarnos los de abajo a tejer partido, a tejer movimientos masivos, mareas, instrumentos de defensa de los de abajo ante la ofensiva de los de arriba.
Las personas con poca experiencia política deben saber que la confrontación política no se circunscribe al ámbito institucional sino que se lleva a todos los terrenos: el de la prensa y la radio, el de los comentaristas, en el ámbito de la enseñanza y de la cultura, en los textos que circulan por internet. Hay que leer sin ingenuidades el mundo terrible que nos toca vivir. Y no dejarse llevar por el calentón de las emociones porque de otro modo acabarán —y es lo peor— nacionalistas.
25 /
10 /
2016