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José Ángel Lozoya Gómez

Entre todos las matamos

A veces sospecho que me estoy quedando sin argumentos. Que estoy dejando de creer en las promesas y hasta en las palabras. Que la posibilidad de que dejen de matar a mujeres hombres que un día dijeron amarlas es una quimera.

 

No soy de natural conformista y nunca he sido de esos fatalistas que aseguran que no hay nada nuevo bajo el sol, que siempre ha habido ricos y pobres y que siempre los habrá, del mismo modo que guerras o racismo. No hace tantos años llegué incluso a creer que al menos en nuestro país la igualdad entre los sexos se atisbaba en el horizonte y que el machismo se encontraba en franca retirada.

La igualdad era el discurso social hegemónico, las leyes que la promovían se aprobaban por unanimidad, las mujeres destacaban en lo académico y se incorporaban al mercado de trabajo garantizando sus ansias de autonomía. Los hombres aceptaban estos cambios con naturalidad y era más fácil observar sus resistencias en su falta de iniciativa, en el modo en que las dejaban hacer en público o en cómo se escaqueaban en lo doméstico, que en su defensa de los discursos conservadores.

Tal era el optimismo que interpretábamos el incremento de las denuncias por violencia de género como el resultado del aumento de la sensibilidad ante un fenómeno en retroceso que llevaba a las víctimas a denunciarlo en cuanto mostraba sus primeros síntomas. Cada año crecían los recursos para proteger a las víctimas, se empezó a formar a quienes las acompañaban en el proceso (policías, jueces) e incluso a intervenir psicopedagógicamente con algunos victimarios. Al rechazo social a los ejecutores de maltrato se unía una protección efectiva de las víctimas que buscaba ayudarlas a cortar con los lazos de dependencia económica y emocional que las hacían volver con los agresores, y la presencia creciente de hombres en las manifestaciones cuestionaba el silencio cómplice en el que se apoyaban los agresores para justificar culturalmente su comportamiento con las mujeres. Las críticas contra la Ley de violencia de género hablaban de sus insuficiencias, de que al limitar su aplicación a la violencia en las parejas heterosexuales parecía cuestionar el carácter de género del resto de las violencias machistas contra las mujeres (el acoso sexual, la violación, el asesinato…), de no hablar de las violencias que sufren los colectivos LGTB.

Hablo de una época en la que predominó la idea de que bastaba con que la acción política denunciara los privilegios masculinos, al tiempo que empoderaba a las mujeres, para que la sonoridad entre estas y el aislamiento de los hombres más refractarios nos fuera llevando a un contrato social más igualitario. Una época en que la unanimidad lograda en torno a la Ley contra la violencia de género creó la sensación de que la lucha por la igualdad y contra las violencias machista había dejado de tener color político y nos hizo confundir la crisis de legitimidad del machismo con el principio del fin de su derrota, subestimando su capacidad de adaptación.

Hubo voces, apenas escuchadas, que sin cuestionar que lo prioritario era acabar con las desigualdades que sufren las mujeres, alertaban de lo injusto y peligroso que era olvidar a los hombres, de lo importante que era apoyarlos en el cambio que se les exigía para transformar su desconfianza en conciencia de los beneficios universales de la igualdad. Se ignoró el temor, no siempre consciente, de muchos hombres que creen que lo que busca el feminismo es invertir las relaciones de poder entre los sexos, y fue un error creer que se puede posponer indefinidamente el abordaje de la violencia de género que sufren los niños en su proceso de socialización para que sean homófobos, repriman sus emociones, se expongan a riesgos innecesarios, usen la violencia en la resolución de los conflictos… No se vio que al incorporar los problemas de los hombres a las políticas de igualdad no se pretende igualar sus problemas a los de las mujeres, ni supone un reparto de los recursos, sino que busca que vean que se cuenta con ellos en el diseño del futuro en igualdad que propone el feminismo. Que lo que se precisa es combatir las resistencias de los hombres, animándoles a que abandonen sus privilegios, a que dejen de soportar el precio que pagan por los mismos y a que vean la necesidad de deconstruir las masculinidades.

Después, la crisis acabó con muchos espejismos; primero fue la supresión del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha y la del Ministerio de Igualdad, a las que siguieron los recortes del Gobierno del PP que dieron paso a un discurso neo- y postmachista que, haciendo bandera de la igualdad efectiva frente a las medidas de discriminación positiva, logró ponernos a la defensiva.

Faltan recursos para apoyar a unas víctimas sobre las que se ha extendido la sospecha de las denuncias falsas, pese a que la mitad de las que resultan asesinadas lo son pese a haber denunciado su situación, sin que nadie, ni jueces ni delegaciones de gobierno, asuman ninguna responsabilidad por dejarlas desprotegidas. Se trata de un retroceso de consecuencias incalculables.

Hartas ya de estar hartas, las feministas convocaron el 7N de 2015 a cientos de miles de personas que recorrieron las calles de Madrid para exigir una lucha sin cuartel contra las violencias machistas. El 21 de octubre de 2006 celebramos en Sevilla la primera manifestación de hombres contra la violencia machista para acabar con el silencio cómplice de la mayoría, y en el tiempo transcurrido se ha avanzado mucho en este terreno, pero el número de las asesinadas no desciende y la experiencia de los países más igualitarios nos demuestra que no va a descender si no logramos una implicación más activa y consciente de los hombres.

Por eso, el próximo 21 de octubre, diez años después de aquella primera manifestación, hemos vuelto a convocar en Sevilla a hombres de todo el Estado para demostrar que, a pesar de todo, somos muchos los que vemos que el machismo es violencia. Aspiramos a ser muchos, pero nuestro éxito será lograr que quienes no acudan se sientan con la necesidad de justificar su ausencia.

Sevilla, septiembre de 2016

 

[José Ángel Lozoya Gómez es miembro del Foro y de la Red de Hombres por la Igualdad. Información adicional sobre las movilizaciones de hombres contra las violencias machistas en: https://hombrescontralasviolenciasmachistas.com]

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2016

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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