La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan-Ramón Capella
El gran titiritero
Pre-necrológica de Felipe González
Cuando FG muera se le rendirán honores y se le elogiará como si hubiera sido un gran hombre, un clarividente hombre de estado (lo que debería hacer sospechoso al Estado). Ascenderá a los espacios siderales impulsado por los vientos de los estómagos agradecidos. Por eso, lamentablemente, es permisible hablar de él ahora, en cambio, con una nota pre-necrológica.
Este antifranquista peculiar acudió al congreso de Suresnes del Psoe, en 1974, provisto, al igual que Alfonso Guerra, de pasaporte entregado para la ocasión por oficiales del estado mayor del ejército; los militares propiciaban —al igual que toda la socialdemocracia europea, Miterrand, Brandt, Palme, Craxi, y el gobierno americano— la resurrección de un partido (hasta entonces hibernado) capaz de frenar al PCE en el futuro sin Franco; González parecía más dúctil que Rodolfo Llopis.
González, a su debido tiempo, premiaría con el generalato a uno de aquellos oficiales. Tan pronto como murió Franco Felipe González se puso a disposición de Arias Navarro. Con eso consiguió que la policía no molestara a la Ugt y al Psoe, y sí al PCE y a CC.OO., en los meses que siguieron a la muerte de Franco, aquel militar felón.
González hizo el gran paripé del «abandono del marxismo» por parte del Psoe. Pero el Psoe nunca había sido marxista. Pueden ser marxistas las personas, no los partidos, salvo que el «marxismo» se transmutara en un credo, lo que evidentemente no es ni puede ser. «Abandonar el marxismo», en realidad, significaba proclamar a los cuatro vientos ser gente de orden. Por lo demás, es dudoso que Felipe González haya leído entero un solo texto de Marx, y en general más libros que los imprescindibles para licenciarse en derecho.
Felipe González estuvo al corriente de la preparación del «golpe blando» contra Adolfo Suárez que debía llevar a Armada a la jefatura de un gobierno de «unión nacional» y a España a la Otan, cosas que tenían de antemano su aceptación. Y al día siguiente del golpe del 23F, como es natural, se opuso terminantemente a la pretensión de Adolfo Suárez de permanecer unas semanas más al frente del gobierno para investigar a fondo lo ocurrido. Eso no podía ser, y, naturalmente, aún seguimos con la farsa de la verdad oficial sobre el 23F…
En la cuestión del ingreso de España en la Otan, exigida por el gobierno Reagan, González engañó reiteradamente a la gente. Primero con el slogan electoral «Otan de entrada no», que como en seguida se vió servía tanto para un roto como para un descosido. Después convocó un referéndum sobre el asunto, presionando a intelectuales (sedientos de sinecuras) y coaccionando a altos funcionarios de la administración para que hicieran propaganda pro-Otan (negarse a hacerla le costó el cargo, por ejemplo, al director del Museo del Prado).
Como González temió perder el referéndum, dado el rechazo que la Otan encontraba entre los españoles, el día anterior a la votación amenazó a los ciudadanos con el farol de abandonar la presidencia del gobierno si no ganaba el «sí a la Otan», comprometiéndose por otra parte a que España no pertenecería a «la estructura militar de la Otan» (¿tiene alguna otra, además de su burocracia?), promesa que, por supuesto, incumpliría acto seguido. El farol, entre un pueblo deseducado de la política durante 40 años, surtió efecto, y la aceptación de la Otan superó finalmente al rechazo en la votación.
Con el ingreso de España en la Otan F. González fue mucho más allá que Franco, con sus acuerdos con los Estados Unidos, y que Carrero Blanco, que se opuso a ingresar en la Organización (lo que probablemente le costó volar por los aires): González rompió con una política exterior de neutralidad de más de un siglo. Aznar le seguiría en eso entusiásticamente.
González hizo aprobar una legislación inicua contra los objetores de conciencia al servicio militar obligatorio, los cuales respondieron con un movimiento impresionante de insumisión que hizo aquella ley generalizadamente inaplicable aunque muchos de los objetores fueron a dar con sus huesos en la cárcel. Su desprecio por los jóvenes se manifestaría también al arrodillarse ante los USA y sus aliados y enviar tres buques de guerra a la primera Guerra del Golfo, de 1991, con cuatro centenares de soldados, cien de los cuales eran reclutas forzosos. Nada se nos había perdido allí.
González negó terminantemente lo evidente: haber recibido dinero alemán (y en negro) para su partido: «Ni Flick ni Flock», dijo con gracia sevillana que ha quedado para la historia de la choricería en España (Flick era quien traía los maletines con la pasta).
Durante su mandato como presidente del gobierno González —y es cosa que pocos han destacado— negoció pésimamente el ingreso de España en la Unión Europea, con concesiones en todo sin advertir que los países europeos estaban muy interesados en el ingreso español: tanto o más que él mismo. De esa negociación salieron perdedores la agricultura y sobre todo la ganadería españolas: hubo que sacrificar a decenas de miles de vacas y ovejas; hubo que desmantelar las acerías —alguna, como la de Sagunto, renovada con las últimas tecnologías recientemente— y otras industrias, afectando sobre todo a la construcción naval y a la minería: cedió en toda la negociación que favorecía a Holanda, Bélgica Francia y Alemania. Nunca supo plantarse (tampoco ante Reagan) porque ante los poderosos González es decididamente un flan, o, quizá mejor, un tocinillo de cielo sin cielo.
Con su gobierno se generalizó la corrupción en su partido y en los cargos institucionales. Fueron procesados y condenados la directora del Boletín Oficial del Estado, el director general de la Guardia Civil, el gobernador del Banco de España, altos cargos nombrados por González; algunos ministros dimitieron para no ser procesados; el PSC sufrió un proceso también por corrupción. Los casos Kio, Wardbase o Rumasa, fueron casos, digamos, «privados», pero propios de la época. No así los casos Filesa, Malesa y Time-Export, para la financiación ilegal del Psoe; o el caso Osakidetza, en oposiciones en el País Vasco para beneficiar a militantes del Psoe y la UGT; o los cohechos en el Ave y en Seat.
Peor, incluso cruel, fue la Operación Mengele, de secuestro y experimentación con tres mendigos —murió uno— por parte del Cesid, para probar un sedante en el proyectado secuestro de un dirigente etarra. Luego el caso Cesid, de escuchas ilegales a Herri Batasuna; el caso Juan Guerra, hermano del vicepresidente del gobierno, por cohecho, fraude etc.; caso Petromocho, de supuesta construcción de una refinería en Gijón, que recibiría 1.000 millones de pesetas del Estado, y que provocó la dimision del presidente socialista de Asturias; caso Palomino, el cuñado de González, que vende por cientos de millones su empresa en quiebra técnica… (hay información sobre estos casos en internet).
Caso Lasa y Zabala, etarras asesinados bajo tortura y enterrados en cal viva y en secreto en Alicante, el caso más repugnante de la guerra sucia contra ETA, asesinato y guerra sucia en los que participó Galindo, un coronel de la guardia civil ascendido a general por F. González; además Galindo, al cobrar por comando desarticulado, se dedicaba a dejar en libertad pero vigilados a algunos etarras para volver a atraparlos y beneficiarse de nuevas operaciones remuneradas. O el caso Segundo Marey, persona confundida con otra y secuestrada, caso que acabó llevando a la cárcel al ministro del interior de González y a su viceministro, Barrionuevo y Vera, e implicó al gobernador y al secretario del Psoe en Vizcaya. También fueron condenados entre otros el director general de la policía Rodríguez Colorado y el secretario de Estado de seguridad Julián Sancristóbal por malveresación de caudales públicos. González fue denunciado por Julio Anguita como el «señor X», el dirigente del entramado GAL. Fue la guerra sucia contra Eta impulsada por Felipe González.
Felipe González defendió la existencia de desagües del estado diciendo que alguien tiene que ocuparse de las alcantarillas. Pero ¿un gobierno democrático puede generar mierda que haya que enviar a unas alcantarillas? ¿Quién autoriza a las instituciones a saltarse la ley? —que en definitiva es lo defendido por González.
Felipe González inauguró el neoliberalismo del Psoe: las políticas económicas que han alejado a ese partido de las posiciones socialistas, que han llevado a puestos dirigentes a cuadros, llamados «barones» (lo que es todo un indicio de la organización real del Psoe como monarquía artúrica) que abominan de cualquier política económica que no sea la neoliberal, a las órdenes del gran capital.
Con FG se enriquecían los suyos o se colocaban muy bien: Boyer, Narcís Serra, Solchaga, Solana, Peces Barba…
El espacio disponible no permite pormenorizar. Baste decir que Felipe González, dirigente autodenominado socialista, tiene ahora unos ingresos anuales de unos 600.000 euros, según el periodista Javier Chicote. Es el propietario de la empresa Emprendedores (¡sic!). Desde diciembre de 2010 es consejero de Gas Natural (empresa que empezó a privatizar él mismo, como tantos otros bienes del Estado). González posee propiedades, que se sepa, en zonas residenciales de Madrid, en Extremadura, en Tánger, en México, junto con una red de amistades (relaciones) con millonarios, que incluyen al venezolano G. Cisneros, al mexicano Carlos Slim, a Carlos Andrés Pérez y un amplio etcétera. Una fortuna, en suma, pendiente de analizar, pues no parece que el sueldo de presidente del gobierno diera para tanto.
Así es el tipo que sigue manejando en la sombra a sus títeres en la dirección del Psoe, siendo él mismo títere del gran capital internacional y nacional. Recientemente no ha vacilado en dividir a su partido y dejarlo destrozado para defender los intereses de sus mandantes del Ibex 35, que por mucha democracia que haya están decididos a impedir que llegue a gobernar en España una izquierda de verdad.
Esto último es, en el fondo, más que la choricería, la cuestión a meditar.
17 /
10 /
2016