Skip to content

Panrico. La vaga més llarga

Edicions del 1979,

Barcelona,

Vidal Aragonés

Reproducimos a continuación el prólogo del libro Panrico. La vaga més llarga, editado recientemente en catalán y que esperamos que en breve se publique en castellano.

* * *

Ja no ens alimenten molles, / 
ja volem el pa sencer.
 / Vostra raó es va desfent,
 / la nostra força creixent.

Ovidi Montllor, 
“Tot explota pel cap o per la pota”


Entre el inicio de la lucha de Laforsa y el final de los efectos de la lucha de Panrico pasan cuarenta años. La primera se sitúa en el momento de máxima expresión de la lucha obrera; la segunda en la finalización de una etapa de reflujo. La primera, en el inicio del fin del franquismo; la segunda, en la ruptura con el bipartidismo clásico. La primera, en el momento de máximas conquista de derechos laborales y la segunda, acabadas de aprobar las más duras contrarreformas laborales. La primera, la protagoniza una clase obrera homogénea; la segunda, una clase obrera atomizada. Estas son las grandes diferencias entre las dos huelgas más largas de la historia del país en toda una empresa y en un centro de trabajo.

Aunque el contexto político, social y sindical eran bastante diferentes hace cuarenta años podemos encontrar más coincidencias de las que imaginaríamos: “O todos o ninguno”, es decir, una visión clara de no sacrificar a nadie para ver si puede continuar el resto, sino que todos luchamos cuando ataquen a uno; respuesta contundente a través de la huelga indefinida; acción combinada entre la representación legal (unitaria) y el método asambleario; red de apoyo externa con la izquierda combativa; cajas de resistencia; agitación y propaganda más allá de los centros de trabajo. En definitiva, utilización de los métodos clásicos del movimiento obrero en los conflictos laborales. Es fundamental analizar algunas de las cuestiones que determinan el diferente contexto entre ambas luchas. Esencialmente, podríamos hablar de conciencia política, conciencia de clase y composición de la clase trabajadora.

Difícilmente se puede encontrar otro momento en la historia del país con la clase trabajadora tan politizada como en 1975, cuando se tenía la visión de que la acción política podía cambiar la realidad material. En la actualidad vivimos en uno de esos momentos extraños de la historia en la que “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”, que decía Bertolt Brecht; sin querer que se convierta conclusión gramsciana: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en estos claroscuros surgen los monstruos”. Si bien existe una gran radicalización en algunos sectores de la sociedad (fundamentalmente entre la pequeña burguesía y la juventud), la situación de la clase trabajadora es más compleja. Se ha producido un giro a la izquierda que ha roto con una hegemonía de la socialdemocracia durante más de treinta años, pero esto no ha significado una participación masiva del conjunto de la clase trabajadora. Seguramente en la conciencia y opción política se impone aún querer volver al modelo económico y social de las últimas décadas y no romper con el régimen y el proceso político que lo generó.

De hecho, esta visión sobre la posibilidad de volver a la realidad del posfranquismo y el felipismo está alimentada en buena medida por una falta de identificación de clase. Más allá de su efecto, deberíamos identificar las causas de este desarraigo clasista: el ascensor vivido por toda una generación, que si bien no supone en general cambiar de clase, sí se transforma en una mejora de las condiciones materiales de vida nunca conocidas antes. Asimismo, debemos tener en cuenta también la renuncia de buena parte de la izquierda histórica y de las direcciones de los sindicatos mayoritarios. No favorece la conciencia de clase que desde las organizaciones progresistas se contribuya a la confusión usando términos alternativos a “clase trabajadora”, tales como “precariado”, “clase media empobrecida”, “extrarradio”, “ciudadanos”… Es muy fácil de entenderlo: una ciudad como Cornellà no es una ciudad dormitorio sino una población obrera; un operario de artes gráficas no es “precariado” sino proletariado; quien trabaja cosiendo en casa para grandes multinacionales del textil es autoexplotada, no emprendedora. Somos clase trabajadora.

Evidentemente, la atomización actual de la clase trabajadora dificulta su participación en las movilizaciones. Trabajadores y trabajadoras convertidos en autopatronos como falsos autónomos, contratos administrativos, falsos becarios, trabajadores y trabajadoras inmigrantes excluidos del permiso de trabajo, interinos, temporales… Y todo esto en una realidad en la que el contrato temporal es hegemónico y la contratación indefinida no genera ninguna seguridad fruto de la existencia del despido libre y de bajo coste. Las limitaciones actuales a la hora de luchar tienen su origen también (y en gran medida) en la renuncia de algunas direcciones sindicales. De esto sobre todo habla este libro: de la clase trabajadora, de sus métodos de lucha, de las renuncias de las direcciones de los sindicatos mayoritarios.

Para entender por qué las páginas siguientes hablan de luchas combativas y renuncias sindicales desde una perspectiva de clase, hay que analizar sus autoras, Isabel Benítez y Homera Rosetti. Ambas mujeres proceden del periodismo. De lo que hace de su profesión compromiso político, de lo que hace acción política con el periodismo comprometido. Ambas hace años que dan apoyo activo a buena parte de las grandes luchas laborales de este país. Es difícil no encontrarlas en las manifestaciones o grupos de apoyo de los sectores más combativos del sindicalismo. En este libro también expresan en buena medida sus modos de hacer: compromiso revolucionario, el rigor en el análisis, la falta de sectarismo, la visión materialista y el posicionamiento de clase. No sé porqué tengo la sensación de que no será la última obra que escribirán juntas. Su humildad y su sinceridad lleva las autoras a definir el texto como “una historia parcial, apasionada y contada desde abajo”. Le tenemos que agradecer, tanto a las autoras como la editorial, el interés de hablar de la clase trabajadora de una manera protagónica en un momento en que la ideología dominante la sitúa en una posición subalterna, como un sujeto bufonesco o en un imaginario estereotipado por el consumo y la cultura de masas.

La obra comienza con una contextualización del conflicto en el momento económico y social y un análisis profundo de la realidad de los sindicatos mayoritarios. Nos cuentan como la dirección de la empresa se adapta a regímenes políticos y tendencias económicas: del colaboracionismo con el franquismo a dar cabida a un hermano de Artur Mas, pasando por la falsa modernidad del felipismo; del desarrollismo franquista en la economía especulativa del siglo XXI. El texto no se construye únicamente de una manera lineal o a partir de la construcción del antagonismo, sino que se transforma en una hoja de ruta sobre los métodos tradicionales del movimiento obrero en las grandes luchas: sindicalismo combativo como chispa, huelga general, asamblea, traición de la burocracia, caja de resistencia, autoorganización, extensión del conflicto…, y sobre todo el Comité de Apoyo. Su existencia suple en buena parte la pérdida de tradiciones en el movimiento obrero con el hilo rojo de las luchas que nunca perdieron las organizaciones políticas revolucionarias.

La jurisdicción social aparece casi siempre en el conflicto laboral. A veces es utilizada para evitarlo; en otros es la última barricada de lucha. Hay que entender que la legislación laboral es la expresión de la correlación de fuerzas de cada momento cosificado como ley. Las grandes conquistas normativas no son un regalo del Parlamento ni están relacionadas con el crecimiento económico; son, normalmente, expresión de cómo las luchas y movilizaciones determinan la letra de lo que luego las instituciones burguesas concretarán en forma de ley. En nuestro país, la huelga de la Canadiense o las grandes movilizaciones de los años setenta determinaron las más importantes conquistas laborales. En cuanto a los tribunales, hacen un ejercicio interpretativo de la ley, ahora bien, debemos tener claro que en los grandes conflictos laborales las sentencias las hacen magistrados y magistradas pero su ejecución se hará efectiva gracias a la lucha y conciencia de los que luchan. El mejor ejemplo de esto último puede ser el conflicto de Coca-Cola en Fuenlabrada: rápidamente se puede encontrar la diferencia que hay entre una lucha en que las direcciones sindicales no se oponen a la voluntad de los trabajadores y otra en que hacen de tapón.

La dirección que toma el movimiento sindical es la cuestión fundamental a la hora de conseguir derrotas y victorias en las luchas laborales. En este libro se hace un relato comparativo de luchas en que la dirección se ve obligada a luchar (en el que tiene poco margen para frenar movilizaciones), en la que se opone pero no lo consigue totalmente y en la que actúa directamente contra los trabajadores que quieren luchar. La última es la realidad actual de la dirección de los sindicatos mayoritarios. El sindicalismo de la concertación ha jugado un papel determinado en las últimas dos décadas, en el que el eje de la negociación ha sido desregular a cambio de ligeros incrementos retributivos. Esto ha funcionado parcialmente coincidiendo con una etapa de crecimiento económico y, en general, bajos niveles de desempleo. La actual etapa se caracteriza por altos niveles de desempleo y precarización. Mientras que el Estado y la patronal han roto el Pacto Social, las direcciones sindicales mayoritarias mantienen un inútil compromiso de concertación. No tiene sentido cumplir un pacto cuando la otra parte la ha roto.

Más allá del papel de renuncia de las direcciones de los sindicatos mayoritarios, también hay que analizar porqué puede haber derrotas cuando tenemos direcciones combativas. Correlación de fuerzas y construcción de un bloque que vaya más allá de los trabajadores directamente afectados es una cuestión de mínimos. En el otro extremo resulta también necesario combatir la argumentación que la lucha no sirve, ya que es falsa y miedosa. No luchar es una derrota por sí misma, por lo que la movilización consciente y participativa es la única alternativa que tiene el movimiento obrero.

En muchas ocasiones la literatura sobre las luchas del movimiento sindical muestra sus protagonistas como robots más que como personas de carne y hueso. No es el caso de este trabajo: las autoras nos muestran una gran huelga que se vive con mucha intensidad emocional y humana y en la que encontramos personas valientes que sufren, gozan, tienen miedo y son superadas por la incertidumbre.

Se cumple casualmente el veinte aniversario de la huelga de los estibadores de Liverpool: salieron a defender a sus compañeros, no dejaron la huelga y siguieron en el piquete. Recibieron la solidaridad internacional, que no fue suficiente, sin embargo, ante la actitud de las direcciones sindicales de fuera del puerto que los dejaron solos. Aquello fue una derrota, una gran derrota, pero que ha sido fundamento de muchas pequeñas victorias que llegan hasta hoy: un sindicato mundial, un local social en Liverpool y la eterna dignidad de quien protagonizó la lucha. Ni en la huelga de Liverpool ni en la de Panrico se quiso renunciar a nada y se recibió el apoyo y el acompañamiento de quien defiende nuestros intereses de clase. El conflicto surge cuando los ricos nos quieren quitar el pan. Y el mismo año de la lucha de Liverpool murió Ovidi, aquel que nos cantó en “Tot explota pel cap o per la pota” que “ja no ens alimenten molles, ja volem el pa sencer” (“ya no nos alimentan migajas, queremos el pan entero”). Esta es la resistencia ideológica de aquellos y aquellas que, sin renuncias, han mantenido viva la llama del internacionalismo y la lucha de clases. De las cenizas siempre se puede esperar una chispa y será en las pequeñas hogueras donde quemaremos el egoísmo, el individualismo, la competencia y la explotación… y construiremos un mundo nuevo donde los hombres y las mujeres sean los únicos dueños de sus destinos.

Cornellà de Llobregat, septiembre de 2015

31 /

10 /

2016

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

+