La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
Relatos ganadores
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I
Demasiadas veces pensamos que la política puede explicarse por comportamientos racionales de políticos y votantes. La izquierda, por ejemplo, tiende a pensar que sus votantes potenciales se comportan teniendo en cuenta sus intereses de clase. Y se desespera cuando en las urnas una parte de la población trabajadora sigue votando en contra de sus propios intereses y sostiene con sus votos a corruptos, explotadores y representantes orgánicos del capital. En La economía de la manipulación (Ed. Deusto, 2016) los premios nobel de Economía George A. Akerlof y Robert J. Shiller dan pistas importantes para entender esta aparente contradicción [1]. Su obra se basa en los sólidos trabajos de los psicólogos cognitivos. Nuestro comportamiento, lejos de responder a una evaluación sosegada de pros y contras, se deja manipular por relatos externos que nos conducen a adoptar decisiones que van en beneficio de quién impone el relato. En economía y en política sirve para analizar cómo se impone un relato, cómo se aceptan unas respuestas y se conduce a la gente en una determinada dirección. Y sirve para entender el empantanamiento de la situación política actual, sobre todo, el cul-de-sac en el que puede quedar encerrada la izquierda que se sitúa en el eje Confluencias-Podemos-Izquierda Unida.
II
Tras las últimas elecciones, el Partido Popular ha conseguido imponer un relato que tiene bastantes visos de acabar imponiéndose: el de la necesidad de tener Gobierno para que el país pueda funcionar. Es evidente que, como la mayoría de relatos, se basa en una sarta de falsedades y manipulaciones. Pero que resulta efectivo por diversas razones. La más elemental, la que se nos suele escapar a muchos izquierdistas, es que una parte importante de la población no considera la política como un espacio central de su vida cotidiana y tiene normalizado el ejercicio tradicional del poder. Aún menos perciben a los partidos políticos como expresiones reales de alternativas factibles. Hay muchas mimbres de fondo sobre las que se construye este relato: la percepción de la nación como una colectividad que debe ser administrada, la sumisión al poder establecido, la confusión entre ser el partido más votado y ser el representante del conjunto de la sociedad, la necesidad de cooperar con el vencedor, el hartazgo por los procesos electorales (vale la pena ver qué opinan de los mismos las personas a quienes toca formar parte de las mesas).
Es cierto que el PP ha mostrado una vez más su capacidad de activar múltiples canales mediáticos y de retorcer los hechos hasta extremos grotescos. Lo de amenazar con elecciones el día de Navidad debe pasar a los libros de ciencia política en el capítulo de maniobras maquiavélicas. Y es cierto que ha contado con la colaboración entusiasta y mamporrera de Ciudadanos. Un partido creado como alternativa de una derecha más vistosa que ha jugado todas las papeletas posibles para bloquear cualquier salida rupturista.
Pero también es cierto que, frente a este relato simplista, unilateral y primario, la izquierda, toda ella, no tiene una propuesta clara. El argumento del PSOE de que no pueden pactar porque son alternativa sólo puede convencer a su base más fiel. De hecho, parece más una respuesta pensada para tratar de frenar el crecimiento de una alternativa a su izquierda que a responder cabalmente al desafío de Rajoy. Más bien refuerza el discurso de este último según el cual los pactos o acuerdos se hacen siempre entre antagonistas. El resultado de las elecciones de junio debilitó tanto a PSOE como a las confluencias. La incapacidad de alcanzar un pacto para desbancar al PP del Gobierno en la pasada primavera ha minado sus apoyos. Y el papel que juegan los grupos nacionalistas hace inviable a corto plazo tejer una alianza alternativa al espacio conservador. Por todo ello, el “contrarrelato” de Sánchez (representamos una política diferente) e Iglesias (“hay que explorar alternativas”) resulta tan débil e inane frente al relato dominante, y no parece que las cosas puedan cambiar a corto plazo, puesto que un tercer envite electoral posiblemente dejaría las cosas aún más escoradas en favor de Rajoy.
Hace falta construir un relato alternativo. Creíble, capaz de poner en evidencia las trampas del relato dominante, activador de racionalidad. Un relato que en primer lugar debe explicar con nitidez (algo ya se hace) por qué es indigno el PP y qué efectos tienen sus políticas. Que continúe por explicar a la gente qué va a ocurrir en el futuro inmediato, cuando un nuevo Gobierno aplique las políticas de ajuste impuestas por Bruselas y aplazadas por el largo ciclo electoral. Que sea capaz de explicar por qué debe resolverse la articulación plurinacional (y por qué es tan indeseable el planteamiento de la cuestión que hacen PP, Ciudadanos y un sector del PSOE). Que explique cómo deberían abordarse los graves problemas económicos, sociales y ecológicos que tiene nuestra sociedad y qué resistencias hay que sortear para avanzar en su solución. La izquierda alternativa tiene un problema grave de credibilidad con sus propuestas económicas. Sobre todo porque no sabe explicar cómo capear y hacer frente a las inevitables presiones de los grandes poderes económicos, lo que favorece la sensación de falta de alternativas que tan útil es al statu quo. No se trata de tener una receta completa, pero sí de delinear vías por donde circular.
III
En Catalunya la izquierda está sometida a otro relato dominante del que es difícil salir: el de la independencia. Se trata de un relato que ha conseguido la hegemonía en amplias capas de la sociedad, claramente fuera del área metropolitana de Barcelona y de forma notable entre las capas medias barcelonesas. A alcanzar esta posición dominante ha contribuido tanto la tenacidad de sus defensores como la intolerancia y las provocaciones de las élites estatales. La disparatada historia del Estatut fue el “turning point” del proceso, y toda la política recentralizadora del PP la mayor fuente de alimentación. Ciudadanos no ha hecho más que añadir combustible al aparecer inicialmente como un partido ultratemático y al reforzar en su propuesta de pactos con PSOE y PP el cierre de cualquier posibilidad de salida diferente de un conflicto que sólo es invisible para quien tenga atrofiados todos sus órganos sensoriales. Sobre todo, ha crecido la sensación de que no hay otra solución al mismo que la ruptura unilateral o la sumisión a la “reconquista” propiciada desde Madrid. Una sensación de no alternativa que favorece los argumentos de los partidarios de la ruptura total.
Para la izquierda alternativa, la situación es enormemente compleja. Sus bases tradicionales (y les que han dado el poder a la mayoría de Ayuntamientos del cambio y han propiciado la victoria electoral de En Comú Podem) tienen más soporte en los sectores sociales que no participan del proyecto independentista, aunque coexisten con personas atraídas por el proceso actual. Hay diferentes razones por las que la izquierda no puede desentenderse del conflicto, más allá de la demanda de parte de sus bases. Por una parte, se trata de un proceso que ha movilizado cientos de miles de personas de forma totalmente pacífica y reivindicando un derecho, el de autodeterminación, que ha formado parte de la gran mayoría de programas de la izquierda alternativa desde tiempo inmemorial. En amplios sectores (especialmente entre los más radicales) existe una cierta admiración porque se trata de un proyecto rupturista. Piensan que una vez iniciada la ruptura estatal se podrán forzar otras (con el euro, con el capitalismo…). Y por otra parte, la idea de la secesión ha alimentado la aparición de debates sobre cómo debería ser una nueva constitución catalana, lo que para muchos se trata de una oportunidad de participar en un debate sobre la Catalunya del futuro en que es necesario participar. Está también, por descontado, el oportunismo de pensar que hay que estar en el proceso para pescar votantes, pero creo que las tres razones anteriores —cultura democrática, rupturismo y debate constituyente— explican sobre todo el atractivo que tiene el relato independentista para una parte importante de los cuadros más influyentes de En Comú Podem.
Que Podemos anunciara su apoyo a un referéndum de autodeterminación, así como los intentos de definir una propuesta de soberanía menos pensada en clave territorial y más en clave de capacidad democrática y solidaria con el resto del Estado, implicó abrir algo la brecha, pero no parece suficiente para generar una alternativa al independentismo. Éste cuenta con poderosos mecanismos culturales y organizativos, así como una base social consolidada para neutralizar y menospreciar las propuestas intelectuales que vienen de este espacio que les resulta incómodo. Y En Comú Podem no tiene capacidad para abrir un debate serio sobre lo que para mí son las grandes cuestiones de la propuesta independentista: su viabilidad, sus costes sociales y su deseabilidad.
El avance del relato independentista se ha basado en plantear que se trataba de un proceso fácil —puesto que el resto del mundo acataría el resultado de un proceso pacífico—, económicamente positivo —en el discurso ha calado la idea de que los problemas económicos locales se derivan del drenaje fiscal y el poder de las élites españolas— y deseable en términos de modelo de país. Lo primero ya se ha mostrado poco creíble, vista la falta de apoyos internacionales a la segregación y las dificultades legales con los que topan las acciones independentistas. Lo del referéndum unilateral suena a un nuevo intento de salto adelante. Sin una salida negociada, lo más seguro es que como mucho una acción unilateral tuviera un resultado parecido al de la consulta de 2014, en la que sólo se movilizaron las bases independentistas, insuficientes para alcanzar un mínimo de legitimidad.
Lo de los costes está menos claro, pero a nadie escapa que la construcción de un nuevo estado tiene unos costes elevados que con el bajo nivel de fiscalidad del país difícilmente puede compatibilizarse con el desarrollo de unas políticas sociales prometidas. Atreverse a discutir el relato independentista pasa por plantear abiertamente estas dos cuestiones (la tercera es de otro terreno, dependería crucialmente del tipo de instituciones que se construyeran y ahí es donde resulta relevante no eludir el debate constituyente). Algo difícil porque choca no sólo con la hostilidad abierta (y a menudo realmente inclemente) de los sectores independentistas más radicales (y con la derecha convergente que trata de recomponerse bajo el manto del “procés”) sino también con la visión que del proceso tienen muchos de los cuadros. En esta situación es inevitable que la posición de En Comú Podem durante bastante tiempo se base en un intento de coexistencia pacífica con el relato independentismo. Una coexistencia que es fuente de tensiones internas (como la provocada al anunciar Ada Colau que acudirá a la convocatoria de la ANC del 11-S), incomprensiones por ambas partes y dificultad de desarrollar un discurso propio.
IV
Estamos sumidos en relatos hegemónicos ajenos. Los dos que he citado son además antagónicos entre sí y dificultan una acción clara a nivel estatal. Quizás esto también explica el bajón de votos del 26-J. Saber que el relato propio es débil, que la hegemonía esta fuera es el primer paso para situar una tarea crucial. Seguramente explica el eclipse de voces de izquierda en este caluroso verano. Pero quedarse paralizado por esta hegemonía y no tratar de construir un relato diferente es lo que no nos podemos perdonar.
Notas
[1] Akerlof y Schiller forman parte de los economistas convencionales que mejor han integrado los resultados de la psicología y la sociología al análisis del comportamiento económico. Aunque a menudo no sacan todas las consecuencias críticas de sus trabajos sus aportaciones son útiles para la construcción de un análisis económico crítico.
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8 /
2016