La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Edgardo Logiudice
Hambre cero, inversiones. ¿Y ahora qué?
Política económica del nuevo gobierno argentino
El discurso del nuevo gobierno argentino que parece dominante, en su “apertura al mundo”, consiste en hacer hincapié en las inversiones apuntando a infraestructuras, sin dejar de mantener solapados los préstamos financieros, hasta con alguna alerta sobre los “capitales puramente especulativos o golondrinas”. Las inversiones, se dice, generarán empleos y, con ellos se lograría el Hambre Cero.
El planteamiento discursivo se acerca a la Agenda 2030 para Desarrollo Sostenible del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD. Los buenos deseos expresados en la Agenda son, entre otros, “Poner fin a la pobreza”, “Hambre cero”, “Reducir inequidades”, es decir la desigualdad. Giran sobre la estrategia de las Inversiones en Infraestructuras.
La última reunión del Foro Económico Mundial (Davos) no tomó nota del hambre, la pobreza y la desigualdad. No tomó nota de los 795 millones de personas que sufren desnutrición. Veinte veces la población de Argentina, más de dos veces la población de USA. Tampoco de los más de 800 millones que viven con menos de U$S 1,25 diarios (20 pesos de los nuestros) que carecen de alimentos, agua potable y saneamiento adecuado.
Tomó nota, sí, de las inversiones en infraestructuras frente a la Cuarta Revolución Industrial, exigiendo de los gobiernos condiciones de seguridad y permanencia de rentabilidad.
En Davos no se tomó nota de “que el 10% más rico de la población se queda hasta con el 40% del ingreso mundial total. A su vez, el 10% más pobre obtiene solo entre el 2% y 7% del ingreso total. En los países en desarrollo, la desigualdad ha aumentado en 11%”.
Tampoco de que “Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2015 hay más de 204 millones de personas desempleadas”. Cinco veces la población argentina, casi dos tercios de la estadounidense.
Por el contrario el Estado Mayor Global del “10% más rico” anunció para el 2020 la destrucción de 7 millones de empleos en las 17 principales economías del mundo que representan un 65% de la fuerza laboral. Es decir, diez años antes del cumplimiento de las metas de la Agenda a los 204 millones contabilizados por la OIT habrá que agregarle 7 millones más. Vale decir, más pobreza, hambre y desigualdad. Los “buenos deseos” del PDUN no coinciden con el realismo del Foro Davos.
A este último fue a buscar inversiones el Ingeniero Civil por la UCA a cargo de la Presidencia de la Nación. Como letra para abrirnos al mundo suena mejor la del Desarrollo Sostenible: inversiones directas en infraestructuras para creación de empleos y, si todos trabajan, menos pobreza y hambre cero.
Todo parece señalar que la tendencia de los capitales hacia las inversiones en infraestructuras está impulsada por la volatilidad e incertidumbre de los fondos de inversión en los préstamos a interés: peligro de que estallen las burbujas basadas en futuros y derivados, la ingeniería financiera.
Pero ello no está desvinculado a dos fenómenos distintos pero entrecruzados. Por un lado la existencia efectiva de la revolución técnica, lo que llaman Cuarta Revolución Industrial. Esta excede la revolución en las manufacturas con la robotización, abarca toda la agroindustria, el transporte, las comunicaciones, el comercio. Por otro lado, la llamada financiarización de las grandes cadenas de valor global.
De allí, por un lado aparece naturalmente la cuestión del trabajo, el empleo, como lo señala el Informe de Davos al que me referí. Pero, por otro la financiarización, que actúa como un paradigma iluminando todas las relaciones sociales, parece terminar cualquier conexión racional entre la producción y el consumo. Y ambos aspectos se conectan con la demanda, tanto su orientación como sus propios límites.
El proceso de generar consumo para el endeudamiento dio lugar, al menos en gran parte de América Latina, a un descenso de la pobreza en términos relativos de bienes (generando una nueva clase cuasi-media, endeudada pero media), concomitante con un aumento de la desigualdad. Ello no estuvo (no está) desvinculado con la fuerte demanda de materias primas que dio (que da) lugar al negocio financiero de los commodities como futuros.
La caída de sus precios, cuyas causas no es necesario recordar acá, es lo que redirige los flujos de capital financiero hacia sectores menos riesgosos o más rentables.
Pero ello no significa necesariamente mayor empleo. El realismo del Foro Económico Mundial parece confirmarlo. Y, según los mismos términos de su estrategia, si no hay mayor empleo, no hay mayor demanda.
El Nobel Stiglitz constata que los empleos industriales caen en todo el mundo: “El empleo global en el sector industrial está bajando porque los incrementos en productividad exceden a los incrementos en la demanda”. Eduardo Porter, en el New York Times, señala la observación del economista Dani Rodrik: En los países pobres los trabajadores quizá tengan que reducir sus aspiraciones al desarrollo.
Falta de demanda es falta de consumo. Las nuevas clases medias pueden dejar de serlo para formar parte de la pobreza y la desigualdad. Por otro lado, el la redirección capitaneada por el capital financiero, ahora como parte hegemónica de las cadenas de valor, entre ellas las de alimentación, no necesariamente garantiza la satisfacción de necesidades básicas: las infraestructuras no alimentan más que ganancias. La Cuarta Revolución Industrial no garantiza mejor vida. Ni el transporte, ni el riego, ni la energía limpia ni tecnología de la información y las comunicaciones, dirigidas hacia la rentabilidad significan desarrollo humano sostenible.
Véase. Los biocombustibles son una de las vías promovidas para bajar la contaminación.
Ello significa ganancias por bonos de carbono que cotizan en Bolsa y fungen como productos financieros especulativos.
En el Foro de Davos declaró Antoine Frérot:»Claramente, va a ser el debate de los dos próximos años (…) Es importante que salga una solución para aplicar un sistema de precios del carbono».
Según un estudio del INTA (2011) una tonelada de maíz transgénico cotizaba a $ 650, pero con una tonelada de maíz se logra una cantidad de etanol cuyo valor es de $ 1.780. Hacer bioetanol está claro es ganar a dos puntas. Conviene más que hacer polenta y hasta más que hacer balanceados para criar pollos y chanchos.
Louis Dreyfus, Cargill, Noble, son algunas de las grandes cadenas globales de valor que juegan tanto a los commodities como a los biocombustibles. Con la caída de los precios de algunos granos como futuros ahora juegan al biodiesel. Y a los bonos de carbono monetizados como futuros.
Según un trabajo realizado por el Observatorio de la Deuda Social, de la Universidad Católica Argentina, 2 de cada 10 chicos del país no acceden a una alimentación en cantidad y calidad adecuadas. De esa proporción, la mitad padece “inseguridad alimentaria severa”, que significa que sufren hambre por causas económicas.
Las milagrosas inversiones poco tienen que ver con futuro empleo, soberanía alimentaria y el cambio climático.
Inversiones en infraestructuras ¿Hambre cero?
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5 /
2016